Philologica Canariensia 28 (2022), pp. 149-158
E-ISSN: 2386-8635
DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2022.475
Recibida: 25 de abril de 2022; aceptada: 29 de abril de 2022
Publicada: 31 de mayo de 2022
Rocío Acebal Doval, Hijos de la bonanza. Madrid: Ediciones Hiperión, 2020. 72 páginas. ISBN: 978-84-9002-159-0.
Pedro J. Plaza González
Universidad de Málaga
Uno de los tantos debates candentes en torno a la poesía española contemporánea en general y en torno a la poesía española joven en particular es si existe, acaso, una “línea”, oculta, velada o manifiesta, en determinados premios —y círculos— del panorama literario actual. Luis Bagué Quílez ha defendido, por ejemplo, que en el Premio Adonáis de Poesía ha habido, a lo largo de su historia, ciertos delineamentos formales y temáticos coincidentes, los cuales, tal vez, comienzan hoy a resquebrajarse gracias a obras atrevidas como Toda la violencia (Rialp, 2021), de Abraham Guerrero Tenorio: “Frente a la vertiente paisajística e intrahistórica que suele asociarse con el galardón, el libro nos sitúa en un áspero entorno urbano donde el fracaso se asume como herencia genética y donde la falta de oportunidades se erige en consigna generacional” (Bagué Quílez, 2021). En el caso que nos ocupa del Premio Hiperión de Poesía es claro que no existe una sola corriente estilística en su evolución, sino que más bien valdría hablar de muchas, y estas en realidad han ido cambiando con el correr de los tiempos y, por qué no decirlo aquí, al dictado de las modas poéticas de turno y de las necesidades de un público cada vez más consumista. Así, la última de estas modas presumibles ha establecido un elemento común y crucial en varias de sus últimas distinciones: la precariedad, matizándose esta en cada uno de sus títulos de una u otra manera.
En el año 2019, Carlos Catena Cózar nos presentaba con Los días hábiles la precariedad laboral y vital desde el punto de vista del desarraigo y de la homosexualidad. En el año 2020, a su vez, Rocío Acebal Doval nos mostraba con Hijos de la bonanza la precariedad del futuro incierto (Hormigo, 2020) desde el punto de vista del desengaño (Álvarez Porro, 2020) y del feminismo. En el año 2021, en cambio, Begoña M. Rueda daba cuenta, previsiblemente, con Servicio de lavandería de la precariedad laboral y sanitaria desde el punto de vista de la pandemia causada por el coronavirus y del escepticismo. Me detendré, pues, en este breve asedio sobre las cotas de Hijos de la bonanza, que es, a mi juicio, el poemario más logrado —tanto en lo social como en lo literario— de esta triada de premios consecutivos, el cual ha recibido ya las suficientes reseñas de orden divulgativo en periódicos y suplementos culturales (Álvarez Porro, 2020; Hormigo, 2020; Ramos Guerra, 2020; Robles; 2020) y en blogs personales (García Martín, 2020; Morante, 2020) como para poder reclamar por derecho una aproximación de corte académico y crítico que lo pondere y que lo sitúe dentro del canon lírico emergente.[1]
La autora, Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997), es graduada en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Carlos III de Madrid. Antes de dar a conocer Hijos de la bonanza (XXXV Premio Hiperión de Poesía) publicó Memorias del mar (Valparaíso Ediciones, 2016). Ha participado, además, en numerosas publicaciones colectivas, siendo la más reseñable la antología Piel fina (Ediciones Maremágnum, 2019) y, una de las más recientes, Las mejores poesías de amor en lengua castellana (La Esfera de los Libros, 2020), y ha colaborado activamente con sus creaciones en un buen número de revistas literarias como Zenda, Anáfora o Estación Poesía.
Su segundo libro, Hijos de la bonanza, se divide en tres bloques de extensión marcadamente dispar, todos ellos carentes de título y sin siquiera una aparente relación estructural o tópica entre sí. Por un lado, el primer bloque —el más extenso— de estos tiene dieciséis poemas y aborda, fundamentalmente, los siguientes temas nucleares: la juventud paralizada ante un futuro incierto, la ruina del mundo que han heredado los jóvenes, la mala conciencia de clase social y la lucha feminista en distintas ramificaciones. Por otro lado, el segundo bloque —el más corto— tiene tan solo cuatro poemas, los cuales estriban entre lo metapoético, lo metacrítico e, incluso, lo extraliterario. Por último, el tercer bloque de la estructura tripartita tiene catorce poemas y estos se centran en la narración de una desventura amorosa a través de un sujeto lírico que construye un personaje —evidentemente impostado— bastante lejano de la presunta naturaleza de la persona que se esconde tras la máscara, esto es, la autora real. Realizada esta obligada síntesis temática del compendio, cumple ahora analizar, por más que sea someramente, el tratamiento que Acebal Doval ha llevado a cabo de cada uno de los leitmotivs enunciados en sus tres parcelas poemáticas.
Hemos de remitirnos, en primera instancia, al primer poema del conjunto, “Hijos de la bonanza”, el cual presta metonímica y homónimamente su título al volumen total. Desde el inicio, vemos cómo el yo lírico se encuentra inmovilizado ante el recuerdo recurrente del pasado, de la infancia, que, como ya se ha destacado oportunamente en algunas aproximaciones recensionistas previas (García Martín, 2020), entronca con los célebres versos de Antonio Machado, aunque cabría añadir, como novedad, un pequeño apunte a este respecto, y es que lo hace, al menos en mi opinión, mediante la destilación que de estos efectuó Jaime Gil de Biedma,[2] influencia capital y profusa en la poesía de nuestra vate ovetense: “Mi infancia son recuerdos de un piso a las afueras / y un huerto descuidado en la ventana; / mi juventud, veinte años de cuadernos de inglés” (2020, 11). Inmediatamente, ese inmovilismo vital se ve notablemente acrecentado al mirar en la dirección opuesta y descubrir la impotencia de un futuro de promesas rotas y de esperanza nula, tratando de hacer suyo el sentimiento de malestar de toda una generación, de la generación que será la primera en vivir peor de lo que vivieron sus progenitores: “Conseguirás —dijeron— / mucho más que tus padres y sus padres: / estudia cuatro años y tendrás un trabajo, / trabaja y vivirás siempre tranquila; / trabaja y serás digna de un futuro. / Asentí, como todos —hijos de la bonanza—” (2020, 11). En este mismo poema, que daría para mucho más comentario, se introduce el motivo ulterior, la ruina de la herencia recibida, que se percibe con los sentidos del olfato y del oído y que se presiente en una imagen clásica que avisa del peligro del porvenir: “No atendimos a aquel presentimiento, / aquel olor a pólvora —aún distante— / que asomaba en voz baja / como un eco de angustia a puertas de palacio” (2020, 11).
No obstante, el polvo y la ruina no alcanzarán su culmen hasta el poema “Nota biográfica”, otro rastro más que palpable de las huellas de Gil de Biedma,[3] quien, a la par, reescribía aquel famoso “Yo nací —¡respetadme!— con el cine” de Rafael Alberti. En esa “Nota biográfica” la amalgama de destrucción se convierte improvisamente en tormenta y en naufragio mientras se reclama a la religión, a la sociedad y a la familia un cierto entendimiento, una cierta compasión y una cierta redención: “Yo nací —comprendedme y quizá / consigáis perdonarme— un instante / antes de la tormenta, abocada / a ver desde la cuna el hundimiento / y vivir aferrada a los tablones: / náufraga del progreso” (2020, 15). A pesar de todo, ni el estancamiento ni el desencanto quitarán que la poeta sienta, en sus carnes, esa misma mala conciencia que aludiera Jaime Gil de Biedma en su texto “En el nombre de hoy”, inserto como proemio en Moralidades (1990, 77-121) —[…] a vosotros pecadores / como yo, que me avergüenzo / de los palos que no me han dado, / señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social […]”—, la misma que ha desarrollado, igualmente, desde diferentes perspectivas Mario Vega en La mala conciencia (Ediciones Hiperión, 2019). En paralelo, Acebal Doval, compañera de viaje de los ovetenses Mario Vega y Lorenzo Roal, exponía, al compartir no pocas influencias, ese concepto y profundizaba en él a partir de su “Autorretrato (o radiografía de un brunch con mis amigas)”, confesando:
Sabemos lo que somos, aunque a veces
podemos olvidarlo:
somos mujeres jóvenes pequeño-
burguesas y hoy el mundo está de nuestra parte.
Sabemos que la suerte —y donde digo suerte
quiero decir la cuna—
no nos ha dado todo aunque tampoco
nos ha quitado nada:
cuando el futuro se hizo arena en nuestras manos,
papá y mamá no hicieron un castillo
pero al menos pudieron conseguir
un cubo y una pala (Acebal, Doval, 2020, 16-17).
Llegados a este punto del análisis, parece adecuado hacer un breve alto en medio del camino, puesto que es de rigor preguntarnos por el origen y por el sentido del título con el que Rocío Acebal Doval ha decidido bautizar su segundo tomito de versos y, quizá, poder polemizar de paso un tanto sobre él y sobre su pertinencia. Su origen se halla, precisamente, en otro Premio Hiperión, el concedido a Los hijos de los hijos de la ira (Ediciones Hiperión, 2006), de Ben Clark, en la edición número XXI del galardón, donde el poeta ibicenco, al observar en retrospectiva a sus coetáneos, escribía: “Haciendo caso omiso a los escrúpulos, / al vacío que moraba en nosotros, / hijos de la bonanza; / los hijos de los hijos de la ira, / herederos de todos los despojos” (2006, 16). En efecto, nos topamos con que el diálogo intertextual es triple en esta ocurrencia y funciona, por ende, a tres bandas poéticas, dado que Acebal Doval no dialoga únicamente con los versos de Clark, sino también con los de Dámaso Alonso, y es al contemplar y diseccionar este triángulo cuando nos percatamos de que, en realidad, el marbete elegido pudiese resultar algo errado. Si la ira es el padre primigenio de todos los implicados, los hijos de la ira son, sin atisbo alguno de duda, en lo social, las víctimas angustiadas y solitarias de los crímenes y las injusticias de la Guerra Civil y, en lo literario, los representantes de la llamada poesía desarraigada. Por el contrario, los hijos de los hijos de la ira, a los que Ben Clark nominaba indistinta e intercambiablemente hijos de la bonanza, son esos nietos de la ira que conocieron de primera mano la crisis de 2008, estando ya en edad laboral, y, por consiguiente, quedaron de golpe sin empleo y sin rumbo. La divergencia sustancial reside, entonces, en que la generación de Rocío Acebal Doval conoció, en cambio, dicha crisis en su etapa de adolescencia desde la raíz del núcleo familiar y, consecuentemente, el futuro empezó a desmoronarse para ellos antes siquiera de erigirse en calidad de horizonte y de promesa. Este matiz es harto significativo porque, tal y como sostenía el profesor Alonso Zamora Vicente hace más de medio siglo: “Un hecho cualquiera, la guerra actual, por ejemplo, es un suceso contemporáneo de todos los que lo hemos vivido. Pero no ha afectado por igual a todos; lo importante no es vivirla juntos, sino a una misma edad” (1945, 16). No pueden ser, por lo tanto, unos y otros los mismos hijos de la bonanza y sería pertinente una nueva etiqueta, ya que no existe homonimia alguna.
De otra parte, es interesante observar en el primer bloque cómo se han tamizado en los versos de la joven escritora algunos tintes ideológicos y sociológicos tocantes a las distintas corrientes del feminismo. De este modo, en el poema “Tiempos más simples” se confronta, en un monólogo del yo poético consigo misma, la situación de la mujer en el pretérito —“Eran tiempos más simples —más felices— // porque entonces / bajabas la cabeza ante el silbido, / sonreías al grito callejero, / y te enorgullecían las miradas / lascivas de los hombres a tu paso […]” (2020, 22)— con la situación de la mujer en la actualidad, rechazando por completo y para siempre todas las “facilidades” de la mujer-objeto en favor de todos los obstáculos y todas las complicaciones que pueda suponer la libertad de la mujer-sujeto: “Eran tiempos más simples —más felices—. / No volverías a ellos / por todas las riquezas de este mundo” (2020, 23). En el poema “Genealogía de la aguja”, a su vez, puede leerse la sororidad de las mujeres de la familia en el acto desapercibido y constante de coser y de tejer y destejer la historia y la intrahistoria: “Aprendí a coser en casa de mi abuela, / uniendo los retales en muñecas / rellenas de algodón. Solíamos / sentarnos —las mujeres— en la sala / a tejer los minutos de las tardes / más frías del invierno. Así —en aquelarre— supe las historias / que guardan los pespuntes” (2020, 24). No obstante, el poema más contundente de este grupo resulta ser, a mi entender, “No quiero tener hijas” y contiene, además, uno de los grandes nodos temáticos de las integrantes de la Generación Reset,[4] quienes, por fin, se sienten capaces de ser o no ser madres, y se sienten capaces de decirlo en alto, razón por la cual Rocío Acebal Doval se permite huir en sus versos de tamaña responsabilidad afectiva y logra afirmar en su negación: “No quiero ser la voz inquisidora / cuando nada parezca suficiente, / el mundo se derrumbe y esas metas / que un día parecieron / la solución definitiva sean / insuficientes, tontas o imposibles” (2020, 29). Asimismo, en el poema “El aliado” problematiza sobre el papel incierto y cuestionado del hombre en la lucha feminista, si bien la conclusión no es demasiado alentadora y, en buena medida, sirve para denunciar la ineficacia del movimiento en algunos sectores de nuestra sociedad:
No entiendes cómo no te diste cuenta antes:
nada tenía aquello que ver con la justicia;
solo querían fama y privilegios,
vivir del cuento e imponer
sus totalitarismos.
Tú estabas por la causa, pero ahora
la conciencia te obliga a denunciarlo:
“son todas unas putas” (2020, 21).
En segunda instancia, podemos hallar en los cuatro poemas del segundo y breve bloque de Hijos de la bonanza el componente metapoético, el cual se da, por un lado, en “La entrevista” con la siguiente declaración, que habrá de servir para explicar justificadamente la voz poética que ha adoptado la poeta a lo largo de su obra y su proyección en un personaje externo: “¿La inspiración? Verá, / mis versos son ficción pero nunca mentira. / Es complicado, sí, escribir poesía, / no vivo de mis libros, ¡ojalá!; / mala salud de hierro, ya sabe lo que dicen” (2020, 38). Por otro lado, en “Arte poética”, ante el misterio de la belleza de los ciclos de la naturaleza —“No encontrarás belleza en el cerezo / cubierto por la flor de la primavera” (2020, 39)—, la autora encauzará su escritura hacia una poesía de línea clara, en la estela luisalbertiana, desnuda de adornos inútiles y minimalista en su contextura: “Observa ahora el manto del aroma, / cadáver a los pies de esa entereza, / y dime de qué sirve su artificio” (2020, 39). El sorpresivo componente metacrítico, sin embargo, se expresará en clave humorística —irónica y escéptica, incluso, al aceptar la herencia de Víctor Botas, citado como elemento paratextual en esta sección y como prueba de que las autoridades no son ya los clásicos— en “Lo que el poeta quiere”, y lo que quiere el poeta, por cierto, la propia Acebal Doval lo alcanzaría casualmente a raíz de la publicación de este libro:
Ni fama —que es efímera—, ni gloria
—que solo llegará después de muerto—,
ni premios —a excepción de los muy bien pagados—,
ni siquiera un buen sueldo a cargo público
o una plaza segura en la plantilla
de alguna facultad:
lo que el poeta quiere es una reseña amable[5]
de García Martín (2020, 35).
Tras rechazar la gloria —lo único que verdaderamente está en juego en la poesía, como contó una vez José Sarria—, los premios —capaces de despertar lo mejor y lo peor de quienes se dedican a las letras— y la seguridad económica —anhelada por su generación—, el componente extraliterario, a la postre, traslucirá en “Proceso literario”, el poema, probablemente, más sincero, fiel a la realidad y divertido del conjunto. Este vierte en sus cauces una crítica mordaz y punitiva contra las miserias del universo literario y deja al descubierto todo aquello que los jóvenes escritores y escritoras esconden tras la cortina del éxito:
Acudir a tertulias de santones.
Escribir en un par de suplementos.
Llevar una revista o ejercer
de antólogo imparcial de tus amigos.
Actualizar el blog semanalmente.
Estudiar al dedillo las teorías de Dámaso
y el diario de Jaime.
Presentarse a concursos. Negar haberlo hecho.
Twittear al premiado: “merecido,
qué ganas de que salga”.
Quedarse con las caras del jurado.
Hacer generación como quien hace
encaje de bolillos.
Mantener buenos términos con todos los poetas
y odiar terriblemente a un compañero
de tertulia o revista.
Enviar manuscritos. Negar haberlo hecho.
Invitar a café a un par de críticos.
Negar haberlo hecho.
[…]
¿Escribir un poema? Esa es la parte fácil (2020, 36-37).
En tercera instancia, el bloque último que cierra Hijos de la bonanza es, puntualmente, el que materializa algunos de los postulados exhibidos a priori —“[…] mis versos son ficción pero nunca mentira […]” (2020, 38)— para esbozar el alter ego de una mujer de edad madura que se sabe engañada por el amor y desengañada con la vida y, en suma, se lamenta por el tiempo perdido con algunos tipos desgraciados: “Disculpa este desplante, pero entiende / un poco mi egoísmo: no me importa / el hombre que eres hoy, sino el que fuiste / hace casi diez años, una noche, / cuando nosotros no éramos nosotros / ni este mundo […] / era este mundo aún, cuando me amabas y yo te amaba a ti y era bastante” (2020, 55). Creo que resulta una acción indispensable ofrecer alguna explicación crítica acerca de la inserción de este personaje —en principio discordante—, el cual transforma los textos del tercer bloque en una suerte de monólogo dramático, en la línea de lo teorizado por Robert Langbaum (1996) y lo practicado por Jaime Gil de Biedma. Así, partiendo de que el futuro de los miembros de su generación ha sido anulado por las circunstancias abruptas, es más que plausible pensar que de dicha erradicación nazca la necesidad de recrear otro porvenir alternativo, por más que sea virtual y decepcionante. En cualquier caso, esta ficcionalización favorece la introducción de ciertos motivos que son primordiales en la mirada de la mujer en el discurso poético actual (Plaza González, 2021, 55), por ejemplo, la masturbación femenina, tratada ya sin tapujos: “No quería decirlo pero a veces / lloro cuando no estás en mis poemas, / lloro cuando me toco y pienso en alguien / que nunca has conocido, lloro cuando recuerdo aquella noche / en que llegamos tarde al cine llenos / de lágrimas y semen” (Acebal Doval, 2020, 43). Desde el punto de vista temático y desde el punto de vista formal este apartado final preserva algunos hallazgos no poco interesantes, como son la incomunicación del desamor a través de las nuevas tecnologías en el molde oriental del haikú: “Borro el mensaje. / Es extraño pensar / lo que te digo” (2020, 45); o la fugacidad y la futilidad de la pasión en el molde occidental del clásico epitafio grecolatino, que apelaba a los caminantes en medio de su peregrinación seria o desenfadadamente: “Poeta, que lamentas / tu suerte en el amor mientras criticas / a esas —pocas— mujeres que han pasado / una noche en tu cama, / comprende que por cinco / minutos y un cigarro / no merece la pena / aguantar soberana tontería” (2020, 54). Por lo demás, desde el punto de vista de la transreferencialidad (Baños Saldaña, 2022, 272-276) sobresalen en esta tercera serie de poemas, por su profusión, los puentes tendidos con la poesía de Luis Alberto de Cuenca, que van desde la interdiscursividad derivada de la repetición de patrones sintácticos a través del verbo decir y de patrones contenido a través de la reelaboración del tópico collige, virgo, rosas que se localiza entre el poema “Crisis de los cuarenta”: “Dices que fuiste joven, tonta e impaciente, / que un día despertaste soplando treinta velas […]. // Dices que tu marido, tus niños, esta vida, / son un vestido estrecho y anticuado / pero ya estás mayor para divorcios […]” (2020, 52-53); y el poema “La malcasada”: “Me dices que has cumplido los cuarenta / y que no es fácil empezar de nuevo, / que los únicos hombres con que tratas / son colegas de Juan en IBM / y no te gustan los ejecutivos” (Cuenca, 1995, 19); hasta la versión alternativa y contestaria de la reescritura de “Noche de ronda”, de título homónimo pero de enfoque señaladamente contrario: “En otro tiempo hubieras ofrecido / pagar tu propia copa. Pero ya eres mayor. / Ahora sabes que a ellos les repelen / tus gestos feministas, que les trae sin cuidado / tu carrera y tus libros, que la noche / no sirve para más que conocer a un cuerpo” (Acebal Doval, 2020, 57).[6]
Baste añadir, en conclusión y como broche, que tres son las cualidades que dignifican y destacan, después de este asedio, la poesía de Rocío Acebal Doval y que sitúan Hijos de la bonanza como uno de los textos clave para interpretar críticamente las aportaciones de los miembros de la Generación Reset: el afán por modular una voz colectiva que refleje su desencantada historia y su escéptica ideología; el equilibrio al conformar esa voz entre el discurso propio y el ajeno, sembrado de referencias procedentes de la segunda mitad del siglo XX e, incluso, de los albores del XXI; y, finalmente, su gran capacidad de comunicabilidad, siendo coherente consigo misma y con la demanda de su tiempo. Todo ello invita, por consiguiente, a una lectura atenta del libro y a una observación paciente y expectante del desarrollo literario de su autora en los años venideros.
[1] El listado completo de las recensiones acerca de Hijos de la bonanza puede rescatarse directamente del blog personal de la propia Rocío Acebal Doval: http://acebaldoval.blogspot.com/p/libros.html.
[2] Me refiero, en concreto, al poema “Infancia y confesiones”, pues si la formulación sintáctica es bastante más similar a la del “Retrato” de Machado ―“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero; / mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero” (1973, 132)―, la aproximación temática, en cambio, parece casi oponerse a la de Gil de Biedma: “Mi infancia eran recuerdos de una casa / con escuela y despensa y llave en el ropero, / de cuando las familias / acomodadas, / como su nombre indica, / veraneaban infinitamente / en Villa Estefanía o en La Torre / del mirador […]” (1990, 63).
[3] Hemos de remitirnos, nuevamente, a “Infancia y confesiones”: “Yo nací (perdonadme) / en la edad de la pérgola y el tenis” (Gil de Biedma, 1990, 63). En último término, Gil de Biedma aparecerá en el poema “Lo que no pudo ser” en comparación con Bécquer: “A la luz del cigarro, con los labios / mojados por el whisky, recitaste / cinco versos de Jaime Gil de Biedma […]. // He vuelto a aquella noche, ahora / que dicen que te casas, que solo lees a Bécquer / y ya no bebes whisky hasta altas horas” (Acebal Doval, 2020, 56).
[4] “Más interesante es, si cabe, la honda indagación a través de la poesía en la maternidad, sea para narrarla, sea para reclamarla o sea, incluso, para negarla. Todo esto prueba que, si bien no tiene por qué existir un discurso exclusivamente femenino —abierto está, todavía, el debate—, sí que existe, por el contrario, de forma inexcusable una mirada que solo puede ser femenina y que contempla realidades de gran calado” (Plaza González, 2021, 55).
[5] En nota a pie de página, Rocío Acebal Doval apuntaba: “no pide ya el elogio —un imposible—” (2020, 35). A tenor de lo escrito por el mencionado crítico José Luis García Martín sobre su obra, tal vez tenga razón: “Muchos de estos poemas tienen un valor quizá más sociológico que estrictamente literario. La autora aspira a ser portavoz generacional, o más bien de un grupo generacional, el de los hijos e hijas de la bonanza a los que alude el título” (2020).
[6] Tal y como puede observarse, el calco es casi idéntico por momentos y este se produce de manera continuada: “En otro tiempo hubieras empleado la noche / en hablarle de libros y de viejas películas. / Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas / les aburren los tipos llenos de nombres propios, / que tu bachillerato les tiene sin cuidado” (Cuenca, 1995, 23).
Referencias bibliográficas
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Agradecimientos
Esta investigación se ha desarrollado en el seno del proyecto “Historia, Ideología y Texto en la Poesía Española de los Siglos XX y XXI” (PID2019-107687GB-100) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, dirigido por el profesor Juan José Lanz.
Nota sobre el autor
Pedro J. Plaza se graduó en Filología Hispánica en la Universidad de Málaga. Es Personal Investigador en Formación (FPU) en la UMA y director editorial de El Toro Celeste. En 2017 publicó, junto a Giovanni Caprara, la traducción al español de Canti sospesi tra la terra e il cielo, del poeta italiano Silvestro Neri, y en 2021, junto a Ángelo Néstore, la traducción de Dolore minimo, de la poeta transexual Giovanna Cristina Vivinetto. Preparó también la antología Desde el Sur te lo digo, de Antonio Gala (2019), y coordinó, junto a José Lara Garrido y a Belén Molina Huete, En sí perdura: Tradición y modernidad en la obra de Rafael Ballesteros (2022). ORCID: 0000-0002-3800-3341
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