Philologica Canariensia 29 (2023), pp. pp. 59-73                                                             

DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2023.589                                                                                                                                                                           

Recibido: 31 de octubre de 2022; aceptado: 24 de noviembre de 2022

Publicado: 31 de mayo de 2023

 

 

 

 El Vocabulario de afronegrismos en los inicios de la lexicografía dominicana

 

The Vocabulario de afronegrismos in the Beginnings of Dominican Lexicography

 

Le Vocabulario de afronegrismos dans les débuts de la lexicographie dominicaine

 

 

María José Rincón González

Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía / Academia Dominicana de la Lengua

ORCID: 0000-0001-9461-8466 

 

 

 

Resumen

 

El estudio metalexicográfico del Vocabulario de afronegrismos, publicado por Carlos Larrazábal Blanco en 1941, tiene como objetivo profundizar en el conocimiento de una de las primeras aproximaciones a la lexicografía del español dominicano, centrada en la parcela léxica de los afronegrismos. Su contextualización histórica, el análisis de su macro y de su microestructura y el examen crítico de sus resultados aportan datos esenciales para la edición de sus materiales destinada a su inclusión en los proyectos “Tesoro lexicográfico del español dominicano” y “Tesoro lexicográfico del español en América” (TLEAM). 

Palabras clave: diccionarios, metalexicografía, lexicografía histórica, africanismos, español dominicano

 

Abstract

 

Metalexicography study of Vocabulario de afronegrismos, published by Carlos Larrazábal Blanco in 1941, aims to deepen the knowledge of one of the first approaches to Dominican Spanish lexicography, focused on the lexical field of afronegrisms. Its historical contextualization, macro and microstructural analysis and its critical review of the results provide essential information to edit its contents, intended to be included in the projects “Tesoro lexicográfico del español dominicano” and “Tesoro lexicográfico del español en América” (TLEAM).  

Keywords: dictionaries, metalexicography, historical lexicography, africanisms, Dominican Spanish

 

 

Résumé

 

L’étude métalexicographique du Vocabulario de afronegrismos, publié par Carlos Larrazábal Blanco en 1941, vise à approfondir notre connaissance de l’une des premières approches de la lexicographie de l’espagnol dominicain, centrée sur le champ lexical des « afronégrismes ». Sa contextualisation historique, l’analyse de sa macro et microstructure et l’examen critique de ses résultats fournissent des données essentielles pour l’édition de ses matériaux à inclure dans les projets « Tesoro lexicográfico del español dominicano » et « Tesoro lexicográfico del español en América » (TLEAM).

Mots-clés : dictionnaires, métalexicographie, lexicographie historique, africanismes, espagnol dominicain

 

 

 

1. Introducción

 

En la parte central y oriental de La Española, de lengua española, se produce durante el siglo XIX un peculiar proceso histórico que parte de la proclamación de su primera Independencia en 1821, conocida como la Independencia Efímera, pasa por la unificación durante veintidós años con la República de Haití, unificación revertida tras una guerra independentista, y culmina con el establecimiento definitivo de la Independencia de la República Dominicana en 1844. Con la lucha por la creación de una república independiente de Haití y de España se perfilan y aplican las grandes líneas del pensamiento hispanoamericano del siglo XIX sobre la valoración del pasado y su revisión crítica y la cuestión de la identidad nacional y de la formación de un Estado nacional, más intensamente si cabe en la recién nacida República Dominicana en cuanto se trataba de delimitar unas características que diferenciaran a la nueva república tanto de Haití como de la metrópoli peninsular. La exaltación de la lengua como rasgo identitario esencial de la dominicanidad se intensifica precisamente por convertirse en un valor cultural diferenciador del francés y del criollo haitiano. Se redescubre además el pasado prehispánico indígena, lo que conduce a su estudio y recuperación. Esta suerte de reescritura de la historia, como afirma Rojas Mix (1987, p. 56), “revaloriza, por una parte, el pasado anterior al español, introduce al indígena como protagonista en el arte y en la literatura y concluye defendiendo una sociedad multirracial. Y, por otra, apunta a un acta fundacional: constituir las nuevas repúblicas”.[1] 

A la recuperación del pasado prehispánico se suma también, aunque en menor medida, el interés por el conocimiento de las raíces del afroamericanismo. El tráfico y el asentamiento de esclavos africanos dejan una huella evidente en la historia étnica, lingüística y cultural de las Antillas y, entre ellas, en La Española y en la porción territorial de esta isla que, con el devenir histórico, se convirtió en la República Dominicana. Desde 1501, en que se autoriza la llegada a La Española de esclavos negros catequizados, la trata de esclavos africanos será la solución para “suplir la aguda escasez de mano de obra indígena en las minas e ingenios azucareros” (Deive, 1973, p. 85). Con distintas oleadas e incidencias históricas, la trata esclavista en La Española se mantiene durante tres siglos, hasta su abolición definitiva en 1822 durante la segunda ocupación haitiana y su ratificación por parte de la República Dominicana desde su independencia en 1844. A la trata esclavista se suman como posibles fuentes históricas de afroamericanismos, el contacto con el criollo haitiano durante las ocupaciones haitianas del territorio dominicano, los libertos norteamericanos trasladados a la República Dominicana a comienzos del XIX o los contingentes de obreros jamaicanos llegados a las Antillas mayores como mano de obra campesina (Santos Rovira, 2013, p. 133). 

Esta revalorización del pasado prehispánico, que había tomado impulso en el XIX, comienza a manifestarse tímidamente en forma lexicográfica nada más empezar el siglo XX, hasta convertirse en el germen que da origen a la tardía y poco extensa lexicografía dominicana. Sus primeros frutos son, sin duda, reflejo de esta valoración indoantillana: desde los balbuceos de la lexicografía escondida del Quisqueyanismo de Rodolfo Domingo Cambiaso en 1900 al Pequeño diccionario de palabras indo-antillanas, publicado por el mismo autor en 1916; desde las Palabras indíjenas de la isla de Santo Domingo, de Emiliano Tejera, publicado por primera vez en forma de libro en 1935,[2]  al magisterio investigador de Pedro Henríquez Ureña en su obra dedicada al legado lingüístico indígena Para la historia de los indigenismos, de 1938, por mencionar a los que pueden considerarse como pioneros.[3] A las obras lexicográficas indigenistas, que, sin duda, sirvieron como acicate para el estudio de la diferenciación léxica, se suman en la tercera década del siglo XX la contribución de Carlos Larrazábal Blanco al conocimiento del léxico de origen africano, o el acercamiento, aunque rudimentario, de Rafael Brito al registro del léxico dominicano en su Diccionario de criollismos (1930). 

Como plantea Franco Figueroa (1989, p. 498), a pesar de que el elemento afronegroide debió suponer una huella cultural y lingüística importante en tierras americanas atendiendo a los datos demográficos, no son numerosos los términos de este origen que pasaron al bagaje léxico americano, circunstancia probablemente condicionada y restringida por el sentimiento de superioridad cultural y racial de la sociedad criolla. A esto se suma la disminución temprana en territorio dominicano de la población negra hablante de una lengua materna africana (Lipski, 2004, p. 505).  Las mismas condiciones que favorecieron la aculturación lingüística de esta población y limitaron el influjo linguistico africano en el español de América —su variedad lingüística de origen, la inexistencia de una lengua general y la dificultad de intercomunicación que se deriva de estas circunstancias (Frago Gracia, 2004, pp. 378-379)— actuaron también en el entorno dialectal dominicano. 

Estas circunstancias históricas y sociales provocan que, como bien afirma Alba (1992, pp. 534-535), “la presencia africana en el léxico antillano sea mucho menos visible que la indígena, tanto en términos absolutos como relativos”. Como consecuencia, el estudio de las huellas lingüísticas africanas en el español dominicano no tiene la misma pujanza, ni desde el punto de vista dialectológico o de la historia de la lengua, ni desde su registro lexicográfico. Santos Rovira (2015, p. 100) destaca la escasez de estudios sobre la influencia lingüística africana en comparación con los dedicados a la pervivencia léxica de las lenguas indígenas prehispánicas. 

Precisamente por su condición de primicia y su unicidad destaca la relevancia cultural y lexicográfica del Vocabulario de afronegrismos, publicado por Carlos Larrazábal Blanco en 1941, frente al significativo papel histórico nacional que había venido adquiriendo desde los albores del siglo XX el conocimiento de las lenguas indígenas por “su valor de documentos históricos, de testimonio de la cultura de un pueblo” (Rojas Mix, 1987, p. 59) y por considerar “su herencia lingüística como emblema de la idiosincrasia del español antillano” (Jansen, 2015, p. 75). Llegado el último tercio del siglo XX, Deive afirma en su Glosario de afronegrismos en la toponimia y español hablado en Santo Domingo (1973, p. 86) que la aportación léxica africana en el español en Santo Domingo está “todavía sin explorar”, aunque considera que la importancia del tema “reclama, sin duda, una investigación más profunda y exhaustiva”, a pesar de que “la insuficiencia de fuentes lexicográficas relativas a los distintos idiomas negroafricanos nos ha obligado a ser cautelosos en las opiniones e hipótesis formuladas acerca de la oriundez de ciertos vocablos y los cambios morfológicos y semánticos experimentados por estos al contacto con el idioma español”. 

El mismo Larrazábal demuestra en su obra que era consciente de la provisionalidad de sus aportes, de la dificultad de la materia tratada y de la necesidad de seguir profundizando en su investigación: “Este trabajo que publico ahora no entiendo que sea una cosa definitiva. Necesita ampliaciones, correcciones, nuevas compulsas, que tiempo adelante, se irán haciendo, pero se da a la publicidad por ser tema nuevo en la República, o al menos tema raro, y para someterlo a la sana crítica de los entendidos en la materia que pueda dar luz a estos estudios y pábulo a mi ardua empresa” (1941, p. 56).

 

2. Macroestructura: descripción y análisis 

      

El Vocabulario de afronegrismos representa el esfuerzo individual de Carlos Larrazábal por recopilar y analizar con una intención lexicográfica, al menos en su presentación formal y ordenación, aunque sin criterios de selección léxica explícitos ni implícitos, voces consideradas de origen africano presentes en el español dominicano y que hasta ese momento no habían merecido la atención de los estudiosos. Comparte el Vocabulario en gran medida las deficiencias metodológicas en cuanto a la técnica lexicográfica y al análisis dialectológico y de historia de la lengua que muestran las obras lexicográficas dominicanas que le son contemporáneas, deficiencias debidas —en opinión de Alba (1993, p. 320)— a la condición de sus autores de “lexicógrafos improvisados” o aficionados, que carecen de formación lingüística especializada, y cuya área de especialidad está cercana a otras materias, como la historiografía en el caso de Larrazábal.

 

2.1. El autor

 

Carlos Vicente Larrazábal Blanco, nacido en Santo Domingo el 27 de abril de 1894, fue maestro normalista, licenciado en Farmacia, genealogista y catedrático en la Universidad de Santo Domingo. Miembro de la Academia Dominicana de la Historia desde 1938 y miembro fundador y presidente de honor del Instituto Dominicano de Genealogía, su oposición a la dictadura de Rafael L. Trujillo lo llevó al exilio en 1946, primero en los Estados Unidos y más tarde en Venezuela, la tierra de sus padres. Tras su regreso a Santo Domingo en 1973 continuó con su obra histórica y narrativa hasta su fallecimiento en Caracas el 25 de marzo de 1989.[4]  

Además del Vocabulario de afronegrismos, Larrazábal demostró la continuación de su interés por el conocimiento de las huellas africanas en la historia y la cultura dominicana con la publicación en 1967 de Los negros y la esclavitud en Santo Domingo, según Moreta Castillo, “pionera del tema de la historia de la negritud” (2015, p. 18).[5] En su discurso de ingreso en la Academia Dominicana de la Lengua, el 4 de abril de 1975, dedicado al escritor dominicano Tulio Manuel Cestero, expresaba su especial afición al estudio de lo criollo: 

 

Siempre he leído con especial interés y simpatía las obras dominicanas que desarrollan temas de ambiente vernacular; lo tradicional me atrae singularmente. Lo criollo, con su pequeña historia, su pequeña sociología, su específica sicología, bulle del campo, de la aldea, de la ciudad, de la familia, con sus hombres y mujeres en sus manifestaciones de vida. Pero esas pequeñeces, una a una, paso a paso, a través de los tiempos trascienden (Larrazábal Blanco, 1980, como se cita en Moreta Castillo, 2015, p. 14).

 

2.2. Datos bibliográficos

 

El Vocabulario de afronegrismos de Larrazábal Blanco se publica en su versión íntegra en el Boletín del mes de junio de 1941 de la Academia Dominicana de la Lengua. El autor fecha la composición del trabajo entre febrero de 1935 y marzo de 1941. En su presentación la corporación académica “acoge complacidamente” esta colaboración de Larrazábal como miembro de número de la Academia Dominicana de la Historia y pone las páginas de su Boletín a disposición “de los intelectuales amantes de los estudios lingüísticos que deseen publicar en ellas sus producciones” (1941, p. 54). La publicación del Vocabulario en el Boletín de la Academia Dominicana de la lengua, fundada en 1927, muestra cómo la institución académica contribuyó a proyectar el interés por la lengua española y el reconocimiento de su variedad dominicana,[6] objetivos que se encontraban recogidos entre sus metas fundacionales.  

 

2.3. Paratextos

 

El Vocabulario está encabezado por una breve introducción, titulada “Página preliminar”, en la que Larrazábal da cuenta de su interés por el léxico de origen africano en el español dominicano: “Hace tiempo vengo estudiando la influencia negroafricana en el habla vernácula dominicana”; y se refiere a las dificultades que ha encontrado en la tarea de estudiarlo: “La labor ha sido difícil por muchos motivos, y un claro deslinde entro lo africano, lo indio y lo español me ha sido, en muchas ocasiones, casi imposible” (1941, p. 54). Larrazábal tiene presente que el estudio de indoantillanismos y afronegrismos en el español dominicano estará siempre estrechamente vinculado a la lengua española, pues estos influjos léxicos se estudian a partir de su incorporación al acervo léxico del español: “Indiscutiblemente que cuando se hable de indianismos o afronegrismos es a base de tener en cuenta un fondo puramente español” (1941, p. 55).

Frente al protagonismo que los primeros estudios léxicos y lexicográficos le habían otorgado a la influencia indoantillana, destaca lo temprano de la presencia de los negros esclavos y reivindica la posibilidad de un influjo léxico mayor, especialmente en la toponimia menor, en fitónimos y zoónimos: “Ya en 1503 el gobernador Ovando pedía a los reyes poner remedio a la introducción de negros, y estos, en mi concepto y no los indios, fueron los que crearon los nombres de la toponimia menor en mucha parte, los que dieron nombres, por lo general a la flora, y a muchos individuos de la fauna vertebrada e invertebrada” (Larrazábal Blanco, 1941, p. 55).

El influjo africano se muestra, a su parecer, en las jergas relacionadas con la delincuencia y en los registros coloquiales de connotaciones sexuales, afirmación esta última basada en el prejuicio racial que consideraba que “el negro esclavo era muy salaz y tenía la obsesión del sexo, de ahí, pues, que ciertas palabras no sean sino metáforas o comparaciones cuya interpretación literal moverían a rubor” (1941, p. 55).  

Concluye el autor con el convencimiento de la novedad de su aportación y de la necesidad de seguir profundizando en el estudio que él había iniciado:

 

Este trabajo que publico ahora no entiendo que sea una cosa definitiva. Necesita ampliaciones, correcciones, nuevas compulsas, que tiempo adelante, se irán haciendo, pero se da a la publicidad por ser tema nuevo en la República, o al menos tema raro, y para someterlo a la sana crítica de los entendidos en la materia que pueda dar luz a estos estudios y pábulo a mi ardua empresa (1941, p. 56).

 

El artículo concluye con una “Bibliografía” formada por seis referencias, entre las que aparecen cuatro diccionarios de lenguas africanas y, con particular relevancia, el Glosario de afronegrismos, publicado por Fernando Ortiz en La Habana (Cuba) en 1924, considerado un trabajo básico en los estudios hispánicos en la materia (Franco Figueroa, 1989, p. 499), y el ensayo Africa and the Discovery of America, publicado en 1922 por Leo Wiener.

 

 

2.4. Inventario léxico

 

Carlos Larrazábal incluye en su Vocabulario de afronegrismos 194 entradas en las que registra voces para las que propone o discute una posible procedencia africana. Tras el análisis cuantitativo y cualitativo de la nomenclatura, se aprecian dos líneas destacadas: voces a las que atribuye origen africano y otras para las que aporta hipótesis etimológicas alternativas a la tradicional interpretación indigenista, pues, en su opinión, “muchos toponímicos, fitonímicos y zoonímicos que al vulgo y a las personas letradas le han parecido voces indias no son sino creaciones o trasplantes negros” (1941, p. 55). 

Aunque el autor no identifica expresamente las fuentes del lemario, de las referencias que aparecen en los artículos lexicográficos se deduce que la recopilación del material es asistemática y parte del conocimiento léxico personal del autor, especialmente relacionado con la toponimia, la flora o la fauna; por ejemplo, en el artículo dedicado a la voz combe declara: “He recogido esta voz en la prov. de El Seibo y quiere decir reunión de personas” (1941, p. 64). También extrae términos de las fuentes cronísticas coloniales, de las obras de Ortiz o Wiener y, en casos esporádicos, de obras literarias y canciones populares.  

De los 194 lemas de la nómina, 62 están dedicados exclusivamente a nombres propios (topónimos y antropónimos), lo que representa aproximadamente el 32 % del lemario. Los lemas restantes se distribuyen por su tipología gramatical como sigue: 6 verbos, 3 adjetivos, 1 adverbio, 2 interjecciones, 2 elementos compositivos, 2 onomatopeyas, 112 sustantivos comunes y 6 sustantivos que suman acepciones como nombres comunes y propios. A esta nomenclatura lematizada se suman 12 locuciones, sin lematización independiente e incluidas en el cuerpo de los artículos lexicográficos definidas gramaticalmente como frases o expresiones

En cuanto a los campos semánticos, los más representados en las acepciones de los lemas son los topónimos (44) y antropónimos (30) entre los nombres propios, y los fitónimos (29) y zoónimos (12) entre los comunes.

 

 

2.5. Lematización y ordenación

 

 

Larrazábal utiliza las negritas[7] y las mayúsculas para la representación tipográfica de los lemas, lo que supone en el momento de la publicación la imposibilidad técnica de usar la tilde o la diéresis. En cuanto a la tilde, esta circunstancia se solventa por dos vías: si el lema aparece en minúscula en el cuerpo del artículo, se considera registrada la forma ortográfica correcta; en caso contrario, se incluye una nota al final del Vocabulario con indicaciones ortográficas sobre la tilde o sobre la condición de monosílabo:

 

AJITITI.— Entendemos por ajitití el ají que pica. […].

 

CARAMANA.— Fitonímico: “Kyllingia odorata Vahl.”. (11). […] (11) Caramaná.— Voz aguda. 

 

Sin embargo, la dificultad ortotipográfica no queda resuelta en güibia, único lema con diéresis, que se lematiza sin ella; no aparece en minúsculas en el texto del artículo y carece de nota ortográfica al final.   

Los lemas se registran en una forma única. Los verbos se lematizan en infinitivo y los sustantivos y adjetivos se lematizan en su forma en singular y en ningún caso muestran alternancia genérica. Solo aparece un lema pluriléxico, que responde al polimorfismo gráfico y fonético del verbo curcutear (curucutearcucutear). No existe lematización de subentradas, por lo que las locuciones registradas se incorporan directamente en el cuerpo del artículo correspondiente al sustantivo que incluyen: 

 

ANGOLA.— […] Existen las frases “no venir de Angola”, “no ser de Angola” por no ser tonto ni lerdo”.

 

CAPÚ.— “Hacer capú”. Parece africana la expresión.  

 

ÑANGO.— […] A ñango es expresión adverbial que indica el llevar un individuo a otro sobre las espaldas o los hombros.

 

Las entradas se ordenan alfabéticamente en una lista única, en la que el dígrafo ch se considera como letra aparte; de esta forma los lemas que empiezan por ch se ordenan entre la c y la d. Encontramos esporádicos errores de ordenación; por ejemplo, capu y carángano antes que caramanacarabalí caracolchambra antes que chacaramajagua antes que mafacunda

 

3. Microestructura: descripción y análisis

 

3.1. El artículo lexicográfico

 

Cada artículo lexicográfico ofrece informaciones más o menos detalladas que no se someten a una estructura definida y que no se incluyen sistemáticamente. Las referencias gramaticales son esporádicas y formalmente heterogéneas. Tampoco se utiliza ningún sistema de marcas para indicar restricciones de uso o connotaciones diasistemáticas. Ni siquiera el enunciado definicional aparece en todas las entradas; es un componente opcional al que se suman las referencias a lemas en lenguas africanas y sus correspondientes definiciones, o a hipótesis sobre etimologías, propias o tomadas de las obras de referencia de Ortiz y Wiener. 

A pesar de su heterogeneidad, del análisis crítico de la microestructura podemos extraer determinadas fórmulas estructurales en la redacción de los artículos y en la inclusión de la información. La fórmula básica está formada por una definición y una referencia etimológica, a veces con el orden invertido: 

 

BOBOTE.— Dulce campesino (San Cristóbal) a base de yuca rayada y coco. Bobo es el nombre de la nuez del coco en lengua adyucrú. 

 

BUCARA.— Piedra que sobresale de la superficie del suelo. Se aplica principalmente a las cortantes piedras a orillas del mar. Bukari es “piedra” en lengua lobi. Abu dice lo mismo en otros muchos grupos raciales.

 

CONCÓN.— Kon, “comer” en lenguas numú, ligbi y huela; ko, “arroz” en crao, konko, “hambre”, “apetito” y konkebe, “tener hambre” en mandinga. Concón es la parte del arroz cocido que queda adherida a la vasija donde se prepara.

 

Precisamente la relación metodológica con la obra de Fernando Ortiz provoca que en ciertos casos a esta estructura se sume una referencia por acuerdo o comparación con materiales recogidos por el lexicógrafo cubano, o por refutación de estos:

 

BAYOYA.– Estar bayoyo, en Cuba, es estar abundante; y este vocablo parece proceder, según Ortiz, de bayaya, que en lengua mandinga significa hormiga. Una cosa está bayoya (en Cuba) cuando está como hormigas. En verdad que un “desorden”, un “barullo, un reperpero, que esas otras acepciones dominicanas de bayoya, bien pueden compararse a un hormiguero, pero alborotado.

 

Cierta homogeneidad estructural en la elección de las fórmulas parece vincularse con la tipología semántica de los sustantivos. Los topónimos responden en su mayoría a una fórmula en la que se proporciona su categorización como topónimo, su localización geográfica y la propuesta de análisis etimológico.

 

BOBA.— Toponímico: río y loma, provincia Duarte. Bobwa, tribu negra de Costa de Marfil.

 

BUI.— Toponímico azuano: lugarejo. Buy: “fuente”, en mandinga.

 

CASUÍ.— Toponímico: Río en las prov. de Samaná y El Seibo. Como una contribución a una etimología africana, debo apuntar que gasi quiere decir en lengua malinqué “tierras baldías, páramo”.

 

Para los sustantivos relacionados con la flora y la fauna la fórmula estructural más frecuente es la formada por una referencia a la condición de zoónimo o fitónimo, el nombre científico, acompañado o no de una definición, que se completan con una información etimológica que los vincula con un posible origen africano. 

 

BONDAY.— Fitonímico: Dioscorea tuberculifera.- Parece voz africana. Bondó es pueblo o nación de negros. Bondó es región del interior de África entre los ríos Cambia y Senegal. Bien puede ser que la raíz tomara el nombre de la región de donde procedía.

 

BIAJACA.— Zoonímico. Nombre de un pez de agua dulce. Se ha tenido siempre por indiana; pero, como observa Ortiz, yaka, ejaka y bejaka significan en el Ogowe de Gabón y Guinea española, “pez”.

 

Especialmente en los casos de lemas tradicionalmente analizados como indigenismos se recurre a una fórmula que aúna la cita de la fuente cronística en la que se alude a la palabra en cuestión y una reinterpretación etimológica en clave africana a la que puede sumarse o no una breve definición del término.  

 

BURÉN.— “… estos hornos son como lebrillos en que amasan y lavan las mujeres de Andalucía; finalmente son hechos de barro, redondos y llanos, de dos dedos en alto… esto llaman burén, aguda la última”. (Las Casas, Apologética historia, Cap. xi). Sin embargo, es bueno saber que burang es “plano”, “llano”, en lengua timiní.

 

La estructura más simple es aquella que solo incluye la referencia etimológica: 

 

BONGO.— El nombre de cierta clase de tambor en el Congo es mgombo. Mvungu en la misma región es todo sonido bajo y profundo.

 

Frente a la simplicidad de esta última fórmula, encontramos esporádicamente artículos en los que se suman informaciones variadas relativas al lema, que van desde la definición y la referencia a las posibles variantes, los derivados del lema y la ejemplificación.  

 

BEMBE.— He visto en Ortiz que entre los negros temne, del Hinterland de Sierra Leona, abombo significa labio y que en lenguaje del Gabón, Camerún y Guinea española el mismo vocabulario significa “nariz”. Variante, bemba. Derivado: bembón, bembudo, etc. es significación de bembe “labio grueso”, como el de negros. De boca de un negro oí una vez una canción que tenía el siguiente estribillo: 

“Y dame lo bembe Juana,

y quédate tú sin bembe”. 

 

3.2. Etimologías

 

La información etimológica se presenta también con heterogeneidad estructural. En cuanto al contenido, sus análisis etimológicos pueden categorizarse en varias tipologías, desde el planteamiento de un resultado que considera definitivo y al que muestra plena adhesión hasta la expresión manifiesta de las dudas que provocan las hipótesis propuestas:   

 

ÑAME.— Fitonímico. Niambi, yuca en yolofe; ñame, comida en la misma lengua. No hay que insistir. Todos convienen en que la raíz y la palabra nos han venido de África.

 

BOMA.— […] La palabra, sin darlo por muy seguro, bien pudiera ser africana.

 

BONDILLO.— […] Sin embargo sería imprudente decidirse definitivamente por el africanismo de la voz hasta no hacerse nuevas compulsas.

 

CUAYA.— Toponímico. Río y lugarejo en la provincia de La Vega. Kuadya, toponímico de la Costa de Marfil. ¿Mera coincidencia, como puede ocurrir en muchos casos?

 

CUENDO.— Toponímico. Lugarejo en la prov. de Azua. Kuen “plátano” en lengua crao, kueni, toponímico de Costa de Marfil. Estas observaciones no deciden nada.

 

Muy particular es el tratamiento de las hipótesis etimológicas en los casos de voces consideradas tradicionalmente indoantillanas. En algunos casos rebate los planteamientos africanistas de Wiener y en otros descarta las suyas propias, para optar por mantener la etimología tradicional, como queda reflejado en sus artículos lexicográficos: 

 

CONUCO.— Kunuko en mandinga es “heredad”, por lo que el célebre filólogo de Harvard, Wiener, se decide por la procedencia africana de esta voz, aunque no estamos dispuestos a seguirlo en esta idea.

 

CIBA.— Entre los indios significa piedra y sarta de cuenta de cuentas, según Las Casas. Pero según Wiener no es voz india sino africana, puesto que en mandinga ciba es el nombre de un amuleto de piedra que se ata al brazo. Pero, me quedo con Las Casas.

 

OCOA.— Toponímico. Coa, “aldea” en acyé. Ocuao, tribu de la Costa de Marfil. Pero la voz la tienen como india los historiadores clásicos de Indias y es prudente respetar esta, hasta pruebas en contrario.

 

En otros casos se trata de proponer hipótesis etimológicas alternativas al africanismo, como en los términos para los que existe, según la opinión de Larrazábal, una plausible interpretación patrimonial: 

 

CICOTE.—  […] Ortiz ve en cicote un afronegrismo […]. Sin embargo, yo pienso que tal dicción es genuinamente española. Existe el verbo ciscar, “ensuciar”, que por relajación de los órganos de fonación, por influencias negras, aquí en América se debilitó hasta perderse la ese medial y caer en cica “excremento” en Santo Domingo, que produjo con la desinencia aumentativa ote la palabra de que se trata.

 

MAFACUNDA.— Toponímico. Ma es madre en mandinga. Existe otro lugarejo llamado Materesa. Pero lo cierto debe ser que ma proceda de mai (madre) y Mai Facunda y Mai Teresa dieran los toponímicos citados.

 

TUTÚ.— (Voz aguda). Cabeza, cerebro, inteligencia. Tutú en congoleño es el nombre de una calabaza pequeña. Pero también puede ser corruptela de testuz. 

 

Larrazábal está entre los autores en los que Alba critica el afán por “reunir el mayor número posible de palabras sin atender a su vigencia y sin comprobar suficientemente su real procedencia etimológica” y el haber asumido “el supuesto, naturalmente falso, de que las meras coincidencias o semejanzas fonéticas son prueba suficiente de filiación etimológica” (1992, p. 534). No cabe duda de que su Vocabulario está entre aquellos que, como apunta López Morales (1980, p. 87), aúnan “junto al dato riguroso y el análisis adecuado, el subjetivismo y la improvisación”. Sin embargo, sin perder de vista los medios y las posibilidades de que para su estudio disponía Larrazábal, debe valorarse su esfuerzo para proponer hipótesis sin obviar las dudas y escollos que estas plantean. En su contexto histórico y lexicográfico, es un ejemplo de aquello por lo que aboga Frago Gracia (2004, p. 373): “[…] la lista de afroamericanismos ha de expurgarse de los términos que sin ningún género de duda no le pertenecen, y deben mencionarse como dudosos los casos que efectivamente lo son o, por el contrario, manejar razones que los confirmen en uno u otro sentido”. Las mismas dificultades que condicionaron los resultados etimológicos de Larrazábal siguen vigentes en la actualidad, ligadas a la complejidad y diversidad del componente lingüístico africano trasladado a América y a su conocimiento superficial por parte de los filólogos americanistas. 

 

 

4. Conclusiones

 

La obra de Carlos Larrazábal Blanco está, a pesar de su fecha de publicación, cercana a la lexicografía precientífica de aficionado, pero, para la lexicografía dominicana, de desarrollo muy tardío, representa un aporte valioso para la visualización y el registro del léxico diferencial, especialmente aquel de origen africano, más desconocido y, por razones socioculturales, menos valorado. El estudio detallado de su contenido y estructura, sin perder de vista su condición de producto lexicográfico histórico, anclado en unas circunstancias históricas y sociales concretas, puede aportar a la comprensión del proceso de concienciación sobre la diversidad léxica dominicana nacido en las primeras décadas del siglo XX y de los vínculos de esta variedad dialectal con otras variedades antillanas y caribeñas. 

En los primeros pasos de reconocimiento de la variedad dominicana del español tiene un papel fundamental el estudio de las huellas de los indigenismos antillanos y, en menor medida, de los afronegrismos. De ahí que los inicios lexicográficos se centren especialmente en estas parcelas léxicas. La diferenciación léxica dialectal se aprecia en esta primera fase en los aportes léxicos de origen no patrimonial castellano, para los que no se aprecia una voluntad correctora, perspectiva purista que sí aparece, en cambio, cuando se trata de la diferenciación semántica o la creación léxica a partir del componente patrimonial dominicano. 

La tarea de registrar, deslindar y dar seguimiento a la historia del léxico afroamericano en el español dominicano está aún por hacerse. Establecer correctamente los criterios selectivos para este tipo de léxico tiene que aunar conocimientos filológicos de las lenguas africanas, de historia de la lengua española y del español americano, dialectología, y documentación textual, no solo en obras cronísticas y literarias, que aportan, tanto para los indigenismos como para los africanismos, “testimonios parciales y teñidos por la lengua española” (Frago Gracia y Franco Figueroa, 2003, p. 145), sino en glosarios y vocabularios y en otras tipologías textuales americanas antiguas. De Granda (1971) aboga por líneas nuevas de investigación que enriquezcan la escasa bibliografía especializada, mayor atención a la documentación textual y un especial rigor filológico que garantice la adecuación científica de los resultados.

El estudio de la lexicografía precientífica aporta valores interesantes relacionados con la historia de la lengua, como el testimonio y la datación del uso de un término o de su alcance geográfico o su valoración social, más aún en el caso de los afronegrismos, que suman a su dificultad de fijación etimológica y documental una particular historia de difusión sociolingüística. Sin duda un acercamiento analítico desde una perspectiva crítica a los intentos lexicográficos por conocer esta tipología léxica puede convertirse en un aporte enriquecedor a esta tarea. Como enriquecedora puede resultar la tarea, pendiente también, del análisis metalexicográfico del papel como fuente estructural y de contenido que estos primeros balbuceos lexicográficos han jugado en glosarios y diccionarios posteriores. 

El conocimiento del registro lexicográfico de este léxico puede ayudar a trazar su historia y aportar datos relevantes para valorar esta historia y el alcance de su pervivencia. La pérdida de vigencia de los afronegrismos, como en menor medida la de los indigenismos (Alba, 1992, pp. 535 y 537), proceso que se desarrolla de forma similar en todas las Antillas mayores, los confina, al menos, a la competencia pasiva de los hablantes, “a medio camino en el proceso hacia la muerte léxica”. Este bajo índice de vitalidad, común al área lingüística antillana (Santos Rovira, 2013, p. 132), no les resta importancia filológica. No se trata, como critica Alba (1992, p. 530), de destacar ficticiamente el volumen de la aportación léxica africana con un registro indiscriminado de voces, sino de desbrozar el conocimiento que de ellas se tiene y de valorarlas en su justa medida. Para ello debe partirse de un conocimiento en profundidad de los materiales aportados por quienes, como Larrazábal, empezaron con la tarea. 

El Vocabulario de afronegrismos de Carlos Larrazábal Blanco representa una obra importante para la historia de la lexicografía dominicana y, como tal, merece ser analizado y valorado. Su estudio metalexicográfico permite que los materiales que registra pasen a formar parte de proyectos como el Tesoro lexicográfico del español dominicano y el Tesoro lexicográfico del español en América (TLEAM) con las garantías filológicas indispensables. Si, como analiza Frago Gracia (2004, p. 392), la influencia léxica de las lenguas africanas en el español de América no puede ser considerada profunda, ni en el número de préstamos ni en la extensión del uso o de los campos semánticos, sí presenta un particular interés desde la perspectiva histórica de transmisión, implantación y difusión de un puñado de palabras que han contribuido a la caracterización léxica del español dominicano. 

 

5. Notas


[1] Del protagonismo indígena en la literatura basten como ejemplos señeros la obra narrativa Los amores de los indios, de Alejandro Angulo Guridi (1843), el drama histórico Iguaniona, de Javier Angulo Guridi (1867), la novela Enriquillo. Leyenda histórica dominicana, publicada por Manuel de Jesús Galván (1879-1882) y el extenso poema Anacaona (1880), obra de Salomé Ureña. 

[2] La obra responde a la iniciativa de Emilio Tejera Bonetti de publicar los trabajos de recopilación léxica realizados por su padre, Emiliano Tejera Penson, que había publicado en la Revista de Educación antes de su fallecimiento en 1923. 

[3] Obras continuadoras destacadas son el diccionario en dos volúmenes Indigenismos, publicada en 1977 por Emilio Tejera como continuación y ampliación de la obra iniciada por su padre, y las Voces de Bohío. Vocabulario de la cultura taína, de Rafael García Bidó, publicada en 2010 por el Archivo General de la Nación. 

[4] Los datos biográficos de Carlos Larrazábal Blanco se han extraído del texto “La obra del Lic. Carlos Larrazábal Blanco”, del también historiador y académico numerario de la Academia Dominicana de la Historia Américo Moreta Castillo (2015).

[5] En su bibliografía destacan además el Manual de Historia de Santo Domingo, publicado en la Revista de Educación (1937 y 1939); Toponimia (1972), Guerra Civil (1974) y su obra de investigación genealógica en nueve tomos Familias Dominicanas, publicada por la Academia Dominicana de la Historia entre 1967 y 1980. 

[6] El Archivo General de la Nación de la República Dominicana publicó en 2015 un volumen antológico de trabajos de Carlos Larrazábal, editado por Blanco Díaz, que se abre con el Vocabulario de afronegrismos, en el que el editor afirma que “una parte de este trabajo, que comprendía hasta la palabra caney, inclusive, la publicó Larrazábal Blanco en Analectas, Vol. VII, Núm. 5, el primero de febrero de 1935” (2015, p. 11). 

[7] Los ejemplos del Vocabulario citados en este artículo se reproducen literalmente con excepción de la supresión, por razones de presentación tipográfica, de la negrita del lema y de la utilizada para marcar metalingüísticamente los lemas dentro del artículo, que se ha sustituido por la cursiva. 

 

6. Referencias bibliográficas

 

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Tejera, E. (1977). Indigenismos. Editora de Santo Domingo.

 

Agradecimientos

 

Este trabajo se desarrolló en el marco del proyecto de I+D+i PID2020-117659GB-100, “Tesoro lexicográfico del español en América” (TLEAM), financiado por el MCIN/AEI/10.13039/ 501100011033.

 

Nota sobre la autora

 

María José Rincón González nació en Sevilla (España) y reside en la República Dominicana desde 1992. Es doctora en Filología Hispánica y especialista en lexicografía, con una maestría en Elaboración de diccionarios y control de calidad del léxico en español. Es directora del Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua desde 2011, donde se encarga de las labores lexicográficas, entre las que destaca la dirección y publicación del Diccionario del español dominicano (2013), del que se prepara una segunda edición. Coordina el equipo dominicano del proyecto “Tesoro lexicográfico del español en América”. Es académica correspondiente de la Real Academia Española y miembro del consejo asesor de Fundéu Guzmán Ariza. 

 

 

 



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