Philologica Canariensia 29 (2023), pp. 97-119                                                             

DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2023.591                                                                                                                                          

Recibido: 16 de diciembre de 2022; versión revisada aceptada: 30 de marzo de 2023

Publicado: 31 de mayo de 2023

 

 

 

 Más de indianorrománica: acerca de la poligénesis

 

More on Indian Romance: About Polygenesis

 

En savoir plus sur indiano-romance : à propos de la polygenèse

 

 

Soledad Chávez Fajardo

Universidad de Chile / Academia Chilena de la Lengua

ORCID: 0000-0001-8173-8979 

 

 

 

Resumen

 

La presente investigación es un ejercicio de lexicología histórica. Se trabajará con un grupo de voces con cuño usual de americanismos y el objetivo es examinar si desde el diasistema o desde la sincronía se pueden entender, justamente, como tales. La metodología consta de dos partes: un proceso de cotejo y filtro léxico con algunas herramientas lingüísticas en lengua española como diccionarios, monografías lingüísticas y corpus lingüísticos y una segunda fase estrictamente lexicológico-lexicográfica, en donde se trabajará con la semántica, polisemia y posible homonimia de dichas voces. La información recabada, por lo tanto, proviene del nivel textual, por lo que se encuentran, las más veces, datos que puedan contradecir al español como hecho de arquitectura o a la lexicografía oficial. En síntesis, dichas unidades no son más que un grupo de voces no ejemplares ni estándar o provinciales en relación con la lengua estándar. 

Palabras clave: historia de la lengua, lexicología histórica, diccionarios, americanismos, Corominas

 

Abstract

 

The present investigation is an exercise in historical lexicology working with a group of voices with the usual coinage of Americanisms and the objective is to examine whether from the diasystem or from synchrony they can be understood, precisely. The methodology consists of two parts: first being a process of collation and lexical filtering with some linguistic tools in Spanish such as dictionaries, linguistic monographs and linguistic corpus and second being strictly lexicological-lexicographical phase, where semantics, polysemy and possible homonymy are explored. The information collected, therefore, comes from the textual level, which is why, most often, found data may contradict Spanish as a fact of architecture or official lexicography. In short, these units are a group of voices neither exemplary or standard nor provincial relative to the standard language.

Keywords: language history, historical lexicology, dictionaries, Americanisms, Corominas

 

 

Résumé

 

Cette recherche est un exercice de lexicologie historique. Nous travaillerons avec un groupe de mots qui sont généralement des américanismes et l’objectif est d’examiner si, du point de vue du diasystème ou de la synchronie, ils peuvent être compris comme tels. La méthodologie comprend deux parties : un processus de collationnement et de filtrage lexical à l’aide de certains outils linguistiques de la langue espagnole tels que des dictionnaires, des monographies linguistiques et des corpus linguistiques, et une deuxième phase strictement lexicologique-lexicographique, au cours de laquelle nous travaillerons sur la sémantique, la polysémie et l’éventuelle homonymie de ces mots. Les informations recueillies proviennent donc du niveau textuel, ce qui explique que l’on trouve le plus souvent des données qui peuvent contredire l’espagnol comme fait d’architecture ou la lexicographie officielle. En définitive, ces unités ne sont qu’un ensemble de voix non exemplaires, non standard ou provinciales par rapport à la langue standard.

Mots-clés : histoire de la langue, lexicologie historique, dictionnaires, américanismes, Corominas

 

 

 

1. Introducción

 

Esta investigación se enmarca dentro de la lexicología histórica indiana o indianorrománica, como la he llamado.[1] El epíteto es un guiño a Corominas y sus estudios en relación con la lexicología hispanoamericana en los años cuarenta del siglo pasado. Es esta una investigación acerca de lexicología histórica, en la que he trabajado a partir de un corpus de lexicografía hispanoamericana “fundacional”, es decir, de repertorios publicados desde el siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX en Hispanoamérica (hasta que los diccionarios empezaron a ser objeto de estudio y trabajo de lingüistas) y, por lo general, redactados por hispanoamericanos o por autores afincados en Hispanoamérica. Si bien la mayoría de estos textos son diccionarios o textos lexicográficos, en algunos casos he considerado otro tipo de herramientas, como monografías acerca de la lengua hablada en determinada región, por ejemplo. Quiero insistir en la relevancia de estas codificaciones, aun cuando muchas veces la información que allí se ha plasmado sea imprecisa, sesgada o errónea, puesto que es un insumo clave para poder hacer, justamente, lexicología histórica. Es esta fuente un acopio de datos relevantes para construir una arquitectura del diasistema del léxico español. Para esta investigación, he ido seleccionando las voces que se han marcado, sea en abreviaturas, sea en la predicación dentro de la microestructura, como americanismos o usuales de determinada zona hispanoamericana. 

Respecto al concepto de americanismo léxico,[2] entiendo que para trabajarlo se requiere de mucho más que un cotejo binario con las obras lexicográficas publicadas por la RAE o con un corpus lexicográfico hispanoamericano. Por ejemplo, un grupo no menor de voces consideradas “americanismos” pueden ser, además, voces usuales en ciertas zonas peninsulares donde no se hable un español ejemplar (cfr. Coseriu, 1990). En efecto, muchas veces se funde el español ejemplar con el español hablado en España, siendo que numerosas zonas españolas también sufren una suerte de marginación o silenciamiento en el diccionario oficial de la lengua. Por lo tanto, el americanismo léxico debe trabajarse y entenderse desde una perspectiva diacrónica, desde los espacios de la lexicología histórica, y no de otro modo, con la finalidad de tener una mayor claridad en lo referente a ese léxico característico de Hispanoamérica y de conocer qué redes se tienden bajo sus significados y transiciones semánticas.

En la presente investigación he seleccionado una muestra bastante acotada, sobre todo por las restricciones de espacio de un artículo de este tipo. A saber, las palabras seleccionadas son aniegoamasanderíaazucarerabochinche y umbralado. Quiero constatar si son estas voces americanismos sensu stricto (vid. Ramírez Luengo, 2012, 2014, 2015; Chávez Fajardo, 2022), es decir, si se cumplen los siguientes aspectos: 

 

  1. si son voces que se comparten entre dos o más países en el continente;
  2. si son voces originarias de alguna zona hispanoamericana que se generalizaron;
  3. si son voces etimológicamente originarias de una zona hispanoamericana, pero desusadas y vigentes en otras zonas;
  4. si son voces españolas desusadas y usadas en Hispanoamérica con algún tipo de transición semántica (ampliación o restricción);
  5. si son voces usadas en Hispanoamérica o en alguna zona de Hispanoamérica que se comparten con una zona específica de España.

 

La finalidad es poder clasificar estas voces dentro de la cadena variacional del español y poder entregar algunas pistas respecto a su origen. Por cadena variacional entiendo lo trabajado por Koch y Oesterreicher (2007), es decir, el principio estructurador de la totalidad del espacio variacional, en virtud del cual se articula la relación entre todo el conjunto de variedades (es decir, la variación lingüística diatópica, diastrática y diafásica) y que se refiere al hecho de que elementos diatópicos pueden funcionar como diastráticos y, a la vez, los diastráticos como diafásicos.

Asimismo, y tal como se titula la investigación, quiero reflexionar hasta qué punto se trata de una filiación léxica o simplemente de poligénesis. Por lo mismo, mis preguntas de investigación al respecto son: 

 

  1.     ¿Cuál es el statu quo de estos americanismos desde una perspectiva histórica?
  2.     ¿Se entienden, en efecto, como americanismos stricto sensu?

 

Para responder a estas preguntas, he establecido dos fases metodológicas para esta investigación: 

 

  1.     La primera fase implica el acopio de un grupo de estas palabras marcadas como “americanismos” o afines en diccionarios y monografías. En esta fase la finalidad era constatar si estas voces eran americanismos propiamente dichos, es decir, palabras originadas en Hispanoamérica. Un primer filtro se hizo, sobre todo, con repertorios lexicográficos o monografías hispanoamericanas y españolas. Un segundo filtro se hizo con cotejos de corpus y recursos en línea, como CORDE, FGLE, el Léxico de Boyd-Bowman (2003) y la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España.[3]
  2.     En la segunda fase trabajé desde la lexicología y la semántica la cuestión de la significación, en aspectos tales como la extensión semántica, la polisemia y la posible homonimia; en rigor, todo lo que una voz pueda dar de sí en los textos trabajados.

 

Esta metodología se ha venido utilizando en algunos estudios que han abordado la cuestión de la lexicología histórica en Hispanoamérica (vid. Chávez Fajardo, 2020, 2021a, 2021b, 2021c), en los que el objetivo ha sido trabajar con el corpus léxico (mal)entendido como hispanoamericano, las más veces por la ausencia, por razones históricas comprensibles, de un cotejo entre diccionarios y recursos en línea. Justamente, es necesario un trabajo de cotejo entre diccionarios, sobre todo entre la lexicografía diferencial hispanoamericana y la española. Esta última es la gran desconocida en los trabajos de cotejos, donde se ha priorizado la lexicografía española general y los repertorios clásicos de la lexicografía fundacional.[4] Estos datos, enriquecidos por las indagaciones en corpus, hemerotecas y ficheros, darán cuenta de una nueva propuesta de lo que se entiende por voces americanas.

 

2. ¿Un andalucismo? Aniego 

      

Una forma posverbal de anegar, con una diptongación de la vocal tónica, “ejemplos de diptongación de tipo arcaico”, como afirmaba Vidal de Battini (1946, p. 39), ha dado aniego, palabra bastante castigada en sus primeros testimonios lexicográficos, como en Rodríguez (1875, s. v. aniego) para Chile: “Lo que sí ignorábamos nosotros hasta hace poco, era el nombre castizo de una cosa tan conocida, y que según la Academia no es aniego, sino anegamiento o anegación. ¡Lástima que no pueda abrigarse la más leve esperanza de que aquel bastardo abandone el oficio que tiene usurpado a estos dos hijos legítimos de anegar!”. Hasta lo que se tiene cotejado, Chile es, justamente, el primer país hispanoamericano donde se registra la voz. En efecto, en el Diccionario histórico de la lengua española (Real Academia Española, 1933) aniego se ejemplifica con una Ordenanza de Santiago de Chile de 1856, tomada de los Apuntaciones lexicográficas de Amunátegui y Reyes (1907, cfr. NTLLE). Desde la tradición hispanoamericana siguen apareciendo nuevos casos de aniego: la voz está lematizada en Arona (1882, s.v. aniego), para Perú, quien proponía anego “porque a pesar de todo, tenemos idea de haberla encontrado en buenos escritores peninsulares”; a su vez, propone que, mejor que anego, es anegación: “acaso mejor anegación, que es la sola forma que trae el Diccionario”. Sigue Rufino José Cuervo, quien en las notas que hizo de la Gramática de Andrés Bello (1898 [1847], §521) observó lo siguiente: “Los americanos hemos formado el sustantivo aniego”. Siempre sentido como un americanismo y una incorrección, aniego se encuentra en Uribe (1887) para Colombia; Ortúzar (1893) y Echeverría y Reyes (1900) para Chile; Sánchez (1901) para Argentina; Palma (1903) para Perú, y Bayo (1910) para Bolivia y la Argentina. 

Un aspecto destacable es que la tradición textual dice otra cosa: aniego también se usaba en España. Por ejemplo, lo usaba Serafín Estébanez Calderón —hay un caso en el FGLE, en las Escenas andaluzas (Estébanez Calderón, 1847 [1846], p. 80) y es el primer testimonio con valor posverbal en CORDE—. Sbarbi y Osuna (1892), en su Diccionario de andalucismos, incorporó aniego como “[a]cción o efecto de anegar” (cfr. FGLE), primera referencia de la voz en la tradición lexicográfica española. En la Hemeroteca Digital de la BNE se encuentran periódicos madrileños que hacen referencia a un suceso relacionado con lluvias o inundaciones (de una salina, incluso) en Andalucía. Estos son: El Católico (Madrid, 1848), con una noticia de una lluvia copiosa en Málaga; La Época (Madrid, 1849), con problemas con las aguas del Guadalquivir, y El Globo (Madrid, 1875), con las relaciones de una salina inundada en Cádiz. En la edición usual de 1899, la RAE lematizó aniego sin marca diatópica, por lo que Román (1901-1908, s. v. aniego), desde Chile, criticaba la novedad: “Aniego, m. ¡Admiraos, señores gramáticos! Aun la Academia, la Real Academia Española, transige con los errores. Si ya nos daba ella misma a anegamientoanegacióninundación y otros, ¿para qué nos viene a ofrecer ahora por primera vez en la 13.ª edición del Dicc., este bicho de aniego? Decid si por vuestra parte lo aceptáis”. Pagés (1902) también la lematizó sin marca diatópica y, como autoridad, citó una obra del catalán José Feliú y Codina (cfr. NTLLE) sin referencia bibliográfica alguna. El cambio de actitud hacia aniego, ya como voz general y que la norma estándar acepta, puede constatarse con Miguel Luis Amunátegui y Reyes (1924, s. v. aniego) y sus Observaciones y enmiendas a un Diccionario, aplicables también a otros en Chile: “Para Don Camilo Ortúzar aniego es un americanismo reprensible. La Academia, sin embargo, ha pensado de un modo diametralmente opuesto, pues esta voz se ostenta entre las castellanas. La aceptación de este vocablo puede contribuir a que se generalice la conjugación irregular del verbo anegar”. Parte de la tradición lexicográfica española siguió marcando aniego como americanismo, como Zerolo (1895), Toro y Gómez (1901) para Perú y Chile (ambos, cfr. NTLLE) y Cejador y Frauca (1909, p. 343) en el volumen 6 de El lenguaje: “Anieg-o, posv. de aneg-ar, en América” (cfr. FGLE).

Frente a lo no marcado de aniego en parte de la lexicografía oficial y española, la penalización de la voz en Hispanoamérica siguió a lo largo del siglo XX, como se refleja en el Vocabulario agrícola nacional de México (AA. VV., 1935, s. v. aniego): “Nombre con que vulgarmente se designa la práctica más propiamente llamada entarquinamiento, o sea la inundación de un terreno para depositar los limos que el agua traiga en suspensión, o con otro objeto” (FGLE). En la tradición de diccionarios de americanismos, si bien sin marca diastrática o referencia normativa alguna, se marcaba aniego como un chilenismo (cfr. Malaret, 1931; Santamaría, 1942; Morínigo, 1985 [1966]). Y sigue marcándose como una voz propia de Hispanoamérica en la lexicografía del XXI, como en el Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española (2010, s. v. aniego), donde la palabra lleva la marca diatópica del Perú. La tradición lexicográfica española desde la segunda mitad del siglo XX siguió lematizando el sustantivo, pero destacando su baja frecuencia o su uso en diatopía, como en el DUE de María Moliner (1966-1967), marcado como poco frecuente, o el DEA de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos (1999), marcado como regional, con la autoridad del escritor y periodista sevillano Manuel Halcón. Su baja frecuencia se refleja en la lexicografía española de los últimos veinticinco años: no aparece en Clave (Maldonado, 1996) ni tampoco en el Tesoro Léxico de las hablas andaluzas de Alvar Ezquerra (2000). A su vez, en los corpus consultados, los pocos casos remiten a México, Venezuela, Perú y Bolivia (cfr. CDHCREA y CORPES XXI). 

En síntesis, puede hablarse de un andalucismo en desuso (las autoridades encontradas son andaluzas y en la prensa española la relación de noticias tiene que ver con Andalucía). Una posible anomalía es la cita de Pagés (1902, s. v. aniego) del catalán Feliú y Codina, de la que no nos brinda una referencia bibliográfica precisa y de la que no hemos podido encontrar mayor información. Como una posible hipótesis, la voz podría hallarse en alguno de los dramas rurales que el autor catalán escribió. En conclusión, es esta una voz regional en España y codificada tardíamente (Sbarbi y Osuna, 1892, s. v. aniego). Sin embargo, tampoco se puede descartar una posible poligénesis con un posverbal con diptongación. Sin lugar a dudas, sus primeros registros lexicográficos son hispanoamericanos, por lo que se entendió y se ha entendido aún como americanismo en algunas referencias. 

 

3. ¿Poligénesis en amasandería?

 

Amasandería como ‘sitio, casa o lugar donde se hace y/o vende el pan’ empezó a registrarse en la tradición filológica y lexicográfica hispanoamericana. Por ejemplo, Cuervo (1867-1872, 1876 y 1885) la marcó para Colombia, específicamente para Bogotá. La voz apareció en la lista que el autor hizo de voces que se derivaban de raíces españolas “y no lo son ellas mismas”. En las ediciones de 1907 y 1914 de sus Apuntaciones, apareció en “Voces nuevas”. En este acápite aparecen las reflexiones en torno a los nombres con terminación en -ero relacionados con oficio, los que se forman nombres en -ía. Estos nombres en -ía significan el oficio en abstracto o el local donde este se ejerce o donde se venden los artículos de su fabricación. En el caso de amasandería, explicaba Cuervo, no existe el primitivo en -ero, mas sí el nombre relacionado con el lugar, usando el sufijo -ería. Le siguió Rodríguez (1875) para Chile, quien lematizó amasandero y amasanderías y las definió como las “panaderías pequeñas, generalmente dirigidas por mujeres”. Uribe (1887), para Colombia, no hizo referencia normativa alguna respecto al uso de la voz. Sin embargo, para Ortúzar (1893) y Román (1901-1908) en Chile, amasandería es una incorrección: “No existe y dígase tahona o atahona (casa en que se cuece pan y vende para el público), o también panadería (sitio, casa o lugar donde se hace o vende el pan)”, explicaba Román (1901-1908, s. vamasandería). Más adelante, siempre dentro del campo semántico de ‘sitio, casa o lugar donde se hace o vende el pan’, se presentan diferencias específicas como en Lisandro Alvarado (1921, s. v. amasandería), para Venezuela: “Aplícase de ordinario a la casa, no propiamente establecimiento, donde elaboran, mujeres casi siempre, diversas clases de pan con harina de trigo”. 

En la tradición lexicográfica española, la primera lematización de amasandería apareció en Zerolo (1895) referida a Hispanoamérica, con dos acepciones relacionadas (para Colombia la “panadería, taberna” y Chile “La panadería pequeña o dirigida por mujeres”, con Rodríguez [1875] como fuente; cfr. NTLLE). Le seguirán Toro y Gómez (1901), Alemany (1917) y Rodríguez-Navas y Carrasco (1918), todos para Chile como “[l]a panadería pequeña o dirigida por mujeres” (cfr. NTLLE). La misma dinámica tendrá la tradición de diccionarios de americanismos: Malaret (1931) y Morínigo (1985 [1966]), para Chile, Colombia y Venezuela; Malaret (1942), solo para Colombia y Chile, y para Hispanoamérica, Santamaría (1942), quien destaca que se usa principalmente en Chile. 

La Real Academia Española empezó a lematizar la voz desde la tradición manual (desde 1927 a 1989; cfr. NTLLE), con la diatopía de Colombia y Chile y marcada como un vulgarismo, y en la tradición usual desde la edición de 2001, con la marca diatópica de Chile, remitiendo a panadería, ‘sitio, casa o lugar donde se vende pan’. Por lo tanto, la tradición lexicográfica académica ha tomado la voz como un chilenismo sincrónico a partir de la edición usual desde 2001. Es más, la voz sigue en uso y presente solo en Chile si se coteja con corpus (cfr. DUECh de la Academia Chilena de la Lengua, 2010; CREA y CORPES XXI para Chile). 

Podría concluirse que amasandería es un americanismo, con un uso actual reducido a Chile; sin embargo, en la búsqueda de documentación en España, sea esta lexicográfica o filológica, sí que se han encontrado algunos casos. Una primera referencia es en Orellana (1891 [1871], s. v. amasandería), quien describía en Cizaña del lenguaje. Vocabulario de disparates, extranjerismos, barbarismos y demás corruptelas, pedanterías y desatinos introducidos en la lengua castellana: “Se trata del departamento destinado a amasar y cocer el pan en un hospital militar. Pues a eso se le llama en todas partes panadería y no amasandería. ¡Qué cosas tienen esos madrileños!”. En el FGLE la voz aparece en el Vocabulario navarro de José María Iribarren (1952, s. v. amasandería), en donde se indica que una amasandería en San Martín de Unx es el “[l]ugar para amasar y cocer el pan”. Otra referencia de amasandería en el FGLE está en las Voces alavesas de López de Guereñu (1958, s. v. amasandería), donde se define como “[c]uarto donde se amasa el pan”, con la autoridad de un texto de 1856. En este caso, podría haberse dado una poligénesis en donde, por un lado, la voz se usó en determinadas regiones y zonas de España. Por otro lado, la voz se utilizó en ciertas zonas americanas. Sin embargo, el uso quedó restringido a Chile dentro de la tradición lexicográfica.

 

 

4. Derivación analógica: azucarera

 

La referencia al recipiente que contiene el azúcar con el morfema de género femenino, azucarera, aparece por primera vez en la tradición lexicográfica hispanoamericana. Si bien se ha penalizando el uso, como en Gormaz (1860, p. 10), para Chile, quien, en su corrección, azucarera “no existe”; Batres Jáuregui (1892), para Guatemala, o Sánchez (1901), para la Argentina, el intento de validar su uso ha sido la tónica en gran parte de la producción de la lexicografía hispanoamericana fundacional. Así, por ejemplo, Pichardo (1985 [1875]) para Cuba, o Cuervo (1876, §180; 1885, §182), quien, al referirse a “alterar terminaciones”, ejemplificaba con azucarera, usado en Colombia, frente al azucarero que aparece en el diccionario académico. Asimismo, defendía la voz: “Nuestro azucarera es de formación tan legítima como lechera, tetera, cafetera, etc”. Posteriormente, en sus ediciones de 1907 y 1914, se limitará a ejemplificar con azucarera en la sección de Voces nuevas, apartado para sufijos (vid. 1907, §853; 1914, §870). Gagini (1892, s. v. azucarera), para Costa Rica, agregaba: “No hay motivo, sin embargo, para proscribir a azucarera (como lo pretenden Isaza y otros gramáticos), una vez que en nuestro idioma hay muchos sustantivos de análoga formación, p. ej; lechera, tetera, cafetera, ponchera, etc”. Arona (1882, s. v. azucarera), para Perú, aprovechaba para reflexionar acerca de la tendencia del hablante peruano a usar el género femenino por sobre el masculino en la formación de ciertas voces: “Al decir la azucarera por el azucarero (vaso para poner azúcar en la mesa) mostramos una vez más cierta tendencia al género femenino como se ve en la tinajera, por el tinajero (mueble y no persona), la sonaja (juguete de niño) por el sonajero”. Uribe (1887), para Colombia, solo se limitó a lematizar la voz, y Granada (1889), para la zona rioplatense, afirmaba que azucarero jamás se emplea, frente al general azucarera. Rivodó (1889, p. 137), para Venezuela, se explayó y legitimó ambas voces: “El Diccionario trae azucarero. Tan buena es la una forma como la otra; y aun aquella tiene más semejantes, tales como cafeteracartucheracigarreralecherapapeleratabaqueratetera; aunque también los hay en ero, como florerotintero”. Ortúzar (1893, s. v. azucarera) para Chile, curiosamente por el tono purista de su diccionario, también legitimó la voz: “Voz corriente en América, y de tan buen origen como cafetera, lechera, tetera, papelera, etcétera”. García Icazbalceta (1899, s. v. azucarera), para México, afirmaba: “Siempre le damos el género femenino” y, con la ayuda de citas de gran parte de los autores consultados, concluía para azucarera: “parece ser general en América” (1899, p. 40). Román (1901-1908) para Chile, pedía a la Academia que deliberara sobre el uso:

 

Aunque hermana de padre y madre con cafeteralecheratetera, y usada así en muchos países de América, no ha querido el Dicc. que sea f. sino m.: azucarero: ‘vaso para poner azúcar en la mesa’. En la 11.ª edición se había escapado como f.: pero lo advirtió la Academia y en las dos siguientes lo ha venido vistiendo de hombre. ¿Gana con esto el castellano? Díganlo los académicos (s. v. azucarera). 

 

Monner Sans (1903, s. v. azucarera), para la Argentina también razonaba, argumentaba y contraargumentaba: “El adjetivo azucarero tiene los dos géneros, pero el substantivo refiriéndose al vaso, o recipiente con que se sirve el azúcar a la mesa, es masculino según la Academia, y así decimos el azucarero”, y se responde (siguiendo su estilo lexicográfico): “Pero… si azúcar es ambiguo, y azucarero es un derivado de azúcar ¿por qué no podemos decir indistintamente el azucarero y la azucarera?”. Alegaba, además, con recursos morfológicos: “La terminación ero, era, entraña en ocasiones la idea de lugar donde se junta alguna cosa; y así decimos granero, tintero, salero, cartera, cafetera, cartuchera, sombrerera, etc., derivados estos tres últimos de primitivos masculinos”. Terminaba, como Román (1901-1908), invocando a un tercero: “Resuelva quien pueda”. Garzón (1910, s. v. azucarera), para la Argentina, al igual que Granada (1889), reafirmaba que no se usa azucarero en la Argentina y citaba a Lucio Mansilla (1870, p. 196): “Comía en mi mesa; el asistente que le servía le pasó la azucarera, y como el indio viese que no tenía cuchara dentro, echó vista al platillo de su taza de café, y como viese que tampoco tenía cucharita […]”, la primera cita hispanoamericana que incluye, por lo demás, el CORDE y el CDH.[5] Segovia (1911, s. v. azucarera), para la Argentina, en su sección de Americanismos, argumentaba: “La letra a es la terminación casi exclusiva de las vasijas” y entregaba, para rematar, una larga lista, justamente, de objetos contenedores.[6] 

Desde España, la tradición lexicográfica paracadémica comenzó a lematizar azucarera con marca diatópica hispanoamericana con Castro y Rossi (1852), para Cuba; el Diccionario de la Imprenta y Librería de Gaspar y Roig (Chao, 1853) también para Cuba; Zerolo (1895) para América y Alemany (1917) para Argentina (cfr. NTLLE). Esto, de alguna forma, confirma que la tradición lexicográfica veía en azucarera una voz hispanoamericana. Sin embargo, los primeros testimonios del CORDE y del CDH no son precisamente hispanoamericanos: el Eusebio (1786) del alicantino Pedro Montengón —“señor, ese bribón de Luisillo no parece, y lo peor es que con él desapareció una azucarera con sus tenazas de plata, que no se encuentran” (1786a, p. 194); “La urbanidad exigía de Eusebio hacer con esta algunas corteses demostraciones, como de cortarle el pan, alargarle la azucarera”(1786b, p. 291)— y La Regenta (1884-1885), de Clarín —“Pidió azúcar don Fermín para echarlo en el vaso de agua y su madre dijo: ‘—Está arriba la azucarera, en mi cuarto… Deja, iré yo por ella’” (Alas, 2004, p. 502)—. Estas son las pistas para determinar que la voz no es solamente americana, y la tradición lexicográfica académica lematizó azucarera en la edición usual de 1925 sin marca diatópica alguna. De seguro que era de baja frecuencia, porque el DUE (Moliner, 1966-1967) la lematizó como voz “poco usada” en España; el DEA (Seco, Olimpia y Ramos, 1999) como “rara” (es decir, una palabra anticuada) y el Clave (Maldonado, 1996), en el artículo azucarero, como información complementaria, indica que azucarera es usada en algunas zonas del español meridional. La propuesta en este caso sería la siguiente: a) azucarera es una voz resultado de una derivación analógica (con otros instrumentos de cocina con nombre en femenino), por lo que alterna -ero con -era (azucarero/azucarera); esta última, azucarera, podría ser producto de una poligénesis; b) es de mayor frecuencia en Hispanoamérica; c) tiene una tardía incorporación en el diccionario académico y una recurrente referencia a América en los diccionarios europeos que empezaron a lematizarla desde el siglo XIX (incluso, sigue apareciendo prácticamente como americanismo in extenso en el DA de la Asociación de Academias de la Lengua Española, 2010). 

 

 

5. Transición semántica: bochinche

 

En la tradición lexicográfica, bochinche como ‘alboroto, asonada’ empezó a aparecer en la lexicografía española marcada como americanismo, en Salvá (1846), y a continuación en el Diccionario de la Imprenta y Librería Gaspar y Roig (Chao, 1853); Domínguez, nuevo suplemento (1869); Zerolo (1895); Toro y Gómez (1901) y Pagés (1902) (cfr. NTLLE). A su vez, en el FGLE y en el CORDE bochinche con los significados de ‘alboroto, asonada, pendencia, batahola’ se presenta en textos solo para Hispanoamérica a lo largo del siglo XIX: José Antonio de Irisarri (Poesía, 1863) para Guatemala; Manuel Asencio Segura y Cordero (Artículos periodísticos, 1871) y Ricardo Palma (Tradiciones peruanas, 1880) para Perú; Benjamín Fernández y Medina (Charamuscas, 1882) para Uruguay; Gonzalo Picón Febrés (El sargento Felipe, 1889) para Venezuela; José Caicedo (Apuntes de ranchería, 1871) y Tomás Carrasquilla (Frutos de mi tierra, 1896) para Colombia.

Fue motivo de reflexión para Román (1901-1908) en Chile el hecho de que la voz fuera lematizada en el Diccionario usual de la RAE en la edición de 1884 y marcada como americanismo:

 

Bochinche, m. Pocas ideas podrán expresarse en castellano con nombres más variados y numerosos que las ideas de alboroto, asonada, pendencia, batahola, etc. Parece que los españoles fueran muy dados a todo esto, cuando tanto han enriquecido su idioma en este punto; y, no contentos con todas las palabras que tienen, han querido también darla de generosos admitiendo a nuestro bochinche, como Americanismo, y a su hijo el adj. bochinchero. Véase ahora la gran riqueza del castellano en esta materia (s. v. bochinche).

 

Sin embargo, desde la edición de 1914 del Diccionario usual, se suprimió la marca diatópica de bochinche con el significado de ‘[t]umulto, barullo, alboroto, asonada’ (cfr. NTLLE). A propósito de este hecho, Amunátegui y Reyes (1924), desde Chile, celebraba que la voz se usara a ambos lados del Atlántico con la significación de ‘alboroto’, empleando como autoridades a José Joaquín de Mora —en poemas como “El mismo asunto” de su libro Poemas (1853, p. 199) o en “El bastardo”, una de sus Leyendas españolas (1840, p. 241)— o a José María de Pereda en Al primer vuelo (1896 [1891], p. 222). 

Sin embargo, desde España, la tradición lexicográfica paracadémica seguirá marcando bochinche en tanto que ‘[t]umulto, barullo, alboroto, asonada’ como americanismo (cfr. Alemany, 1917; Rodríguez-Navas; 1918; cfr. NTLLE). Lo mismo la tradición hispanoamericana, con autores como Ramos y Duarte (1896) para México, en referencia al ‘[b]aile familiar o popular’, o como Julio Calcaño (1897) para Venezuela, que recoge ‘[a]lboroto, desorden, confusión y alteración del orden, tumulto, rebullicio’ o, posteriormente, y tras una transición semántica, dos lexicógrafos como Isaza Calderón y Alfaro (1968 [1964], s. v. bochinche) para Panamá, que ofrecen la siguiente definición “Chisme a veces calumnioso contra una persona o familia, que cobra mayor proporción y maledicencia a medida que pasa de una persona a otra”.

Un aspecto destacable es que la tradición lexicográfica diferencial española presentará, desde mediados del siglo XX, una valiosa información de bochinche como homónimo o como fruto de una transición semántica a partir del sentido ya mencionado. Por ejemplo, fuera del primer sentido más conocido y generalizado de ‘[t]umulto, barullo, alboroto, asonada’, se presenta una posible transición semántica para la persona “pendenciera”. Hay, además, otra posible transición semántica que se relaciona con una taberna sucia y pobre. Un segundo sentido tiene que ver con el sorbo de agua que ocupa toda la cavidad bucal. De este sentido, mediante metáfora, posiblemente se tiene el de ‘gordinflón’. Otro sentido, de escasa presencia en la tradición lexicográfica y en los corpus es el de bochinche como ‘ombligo’.

Para el primer sentido, el más conocido y generalizado, se tiene el Diccionario aragonés de Rafael Andolz (1992 [1977]), como ‘tiberio, jaleo’. También el Diccionario de las hablas leonesas de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993) recoge una primera acepción de ‘[t]iberio, jaleo’ y el Diccionario histórico del español de Canarias (Corrales y Corbella, 2013), que presenta en primer lugar, siguiendo el orden cronológico, ‘jaleo, alboroto’, de baja frecuencia.

Una primera transición semántica, como ‘persona molestosa o pendenciera’ es la cuarta acepción del Diccionario de las hablas leonesas de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993), tomado de Contribución al vocabulario salmantino de Luis Cortés de 1952. También en el Tesoro léxico de las hablas andaluzas (2000) aparece como “persona que no deja de molestar y armar barullo” para una zona de la sierra en Jaén.

La posible transición semántica que hace referencia a bochinche como ‘taberna’, se encuentra en la Contribución al vocabulario del bable occidental, de Lorenzo R. Castellano (1957), como la “[t]aberna sucia y pobre” (cfr. FGLE). También El habla de Castro (Santander) de José Sánchez-Llamosas (1982), como “[l]ugar estrecho, oscuro y hediondo; Taberna o tienda comercial muy modesta” (marcada como voz común y actual en Castro y Cerdigo y usual en el bable). En el Diccionario de los bables de Asturias de Jesús Neira Martínez (1989), aparece como “[t]aberna o local pobre o sucio”. En el Tesoro léxico de las hablas andaluzas (Alvar Ezquerra, 2000) la voz aparece definida como “bar de poca categoría e importancia” para Cádiz. El Diccionario histórico del español de Canarias (Corrales y Corbella, 2013), por orden cronológico, tiene, “taberna o tienda de aspecto descuidado”, como la acepción más usada. Destaco, por lo demás que un buchinche, para Cuba como ‘[c]afé o taberna de barrio, pobre de aspecto’ se encuentra lematizado en Suárez (1921), así como un derivado ‘[c]asucha, tenducho’, en Ortiz (1974 [1923]). 

El segundo sentido de bochinche como ‘sorbo de agua que llena la cavidad bucal’ se tiene en el Vocabulario extremeño de José de Santos Coco (1940-1952), en donde bochinche significa el ‘[s]orbo de agua que llena toda la boca’ (cfr. FGLE). En Antonio Viudas Camarasa (2013 [1980]) y su Diccionario Extremeño (para Huareña, Mérida y Las Hurdes) se continuará con la misma significación de ‘[s]orbo de agua que llena toda la boca’. También en el Diccionario de las hablas leonesas de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993), cuya cuarta acepción es el ‘sorbo, trago o enjuagón de la boca’ (tomado de El habla de El Rebollar de Ángel Iglesias Ovejero de 1982). La posible transición semántica que se ha podido dar en esta ocasión mediante metáfora, con el resultado de ‘gordinflón’ es la que se encuentra en el Vocabulario charruno,[7] de Manuel Fernández de Gatta y Galache (1903, cfr. FGLE) y en el Diccionario de las hablas leonesas de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993). 

El tercer caso, de bochinche como ‘ombligo’, se encuentra en El habla de Cespedosa de Tormes, de Pedro Sánchez Sevilla (1928, cfr. FGLE); en la Contribución al vocabulario salmantino de Luis Cortés (1957) y en el Diccionario de las hablas leonesas de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993).

Fuera de la tradición lexicográfica española regional, se tiene la general, en donde sigue bochinche como ‘alboroto’ en el DUE (Moliner, 1966-1967) o ‘lío o jaleo’ en el DEA (Seco, Olimpia y Ramos, 1999), marcado como coloquial, con cita de Miguel Delibes (Las guerras de nuestros antepasados, 1975). 

La propuesta etimológica para bochinche y sus transiciones es, prácticamente, una sola y viene a ordenar cada uno de los sentidos y sus transiciones semánticas. La primera referencia que tengo registrada es la de Feliz Ramos y Duarte (1896) para México, refiriéndose al ‘[b]aile familiar o popular’, proponía que quizás provenga del gallego bochincho, ‘sorbo’, “porque en los bailes populares se bebe mucho licor”. Fernando Ortiz (1974 [1923]) cambia el gallego por el extremeño: “Acaso buchinche se derive de bochinche en el sentido que usan los extremeños, según el reciente y macho libro de Chamizo, El miajón de los castúos, es decir, como diminutivo despectivo de buche: sorbo de agua que cabe en la boca”. Lo mismo María Moliner (1966-1967): “Quizá de ‘buche’, sorbo y significase primero ‘sorbo’, después ‘taberna’, lugar donde se bebe, de aquí ‘lugar donde se alborota’, y, por fin, ‘alboroto’”. A su vez, Corominas y Pascual (1980, s. v. bochinche) propusieron que bochinche vendría de bochincho ‘sorbo, buche’, testimoniada en el siglo XVI —Zúñiga y Sotomayor, en su Libro de cetrería de caza de azor (1956 [1565]); vid. también CORDE—. De allí pasó a ‘taberna pobre’, en Asturias y en Canarias: ‘por los muchos sorbos que allí se beben’ y, en metáfora, al ‘gordinflón’. Posteriormente pasó —continúa el DCECH (Corominas y Pascual, 1980)— al ‘baile’ y al ‘alboroto’. Lo mismo en el Diccionario de las hablas leonesas de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993), quien trata a la voz como un posderivado de “buche”. De la acepción de ‘ombligo’, poco puedo decir ahora hasta estudiarse con más detalle.

En conclusión, una vez más, un posible americanismo no lo es tal, pero se difundió rápidamente con esta marca diatópica por la divulgación de la lexicografía española (Salvá, 1846). Si bien en el Diccionario histórico del español de Canarias Corrales y Corbella (2013) proponen que la voz podría haber venido de América y se asentó en ciertas zonas de España,[8] creo, siguiendo la cadena etimológica, que es esta una voz peninsular, con valor de ‘sorbo’ y de ‘taberna’ en extensión metafórica, que pasó a una serie de acepciones americanas (‘alboroto’, ‘pendencia’, ‘fiesta’, ‘desorden’ y ‘baile’).

 

6. El caso de umbralado: ser o no ser en el DRAE del XIX

 

El derivado umbralado, con el significado de ‘umbral’ o de ‘vano asegurado por un umbral’, proviene de un participio sustantivado (usual en el léxico de la construcción, v. gr. envigadoenladrilladoadoquinadoempedrado, tal como describe Rojas Carrasco en 1943, p. 219). Ya estaba en Autoridades, como participio pasado del verbo umbralar y con una definición redactada para un sustantivo, propiamente tal: “El hueco de la puerta o ventana, hecho en pared maestra, así asegurada y fortificada” (cfr. NTLLE). Dentro de la lexicografía española, se insiste en la idea del participio pasado a lo largo del siglo XVIII y parte del XIX hasta la edición de 1822 —vid. las ediciones de la RAE de 1780, 1783, 1803, 1817, también en Terreros y Pando (1987 [1786-1793]), cfr. NTLLE—. Sin embargo, el lema se suprimió en ediciones académicas posteriores durante el XIX, aunque sigue lematizado y marcado como participio pasado en los diccionarios de Núñez de Taboada (1825) y Domínguez (1846-1847) (cfr. NTLLE). La sustantivación plena, su lematización y su penalización se encuentran en la filología y lexicografía fundacional hispanoamericana, adjudicándosele, por lo tanto, su diatopía, sea para Colombia o Chile. Por ejemplo, para Cuervo (1867-1872, §643; 1885, §472), primer autor que hizo referencia al nombre umbralado en América, dicha voz era una “incorrección” en Colombia. La primera referencia lexicográfica se encuentra en el Diccionario de chilenismos de Zorobabel Rodríguez (1875, p. 468), quien marcó la voz como americanismo: “Entre albañiles y arquitectos también la viga que se pone encima de puertas y ventanas para afianzar estas y asentar encima los adobes o ladrillos de la pared. En esta última acepción dicen en Chile y en varios otros países americanos umbralado”. Le siguen, desde Colombia, Uribe (1885) y Ortúzar (1893), siempre con la referencia a la incorrección. En la tradición lexicográfica española finisecular, la voz ya era atribuida como sustantivo a América, como en Zerolo (1895) y Alemany (1917) (cfr. NTLLE). La RAE volvió a lematizar umbralado en su edición de 1925 con tres acepciones: como participio pasado de umbralar (‘Poner umbral al vano de un muro’); con marca de arquitectura para ‘vano asegurado por un umbral’, y una acepción para América como ‘umbral’ (cfr. NTLLE). Acepciones que, creo, bien pueden concentrarse en una sola, puesto que todas como sustantivo hacen referencia a la misma cosa. Esto fue lo que hizo la Academia, en efecto, en la edición de 2014. 

La tradición lexicográfica de americanismos, por su parte, marcó umbralado para Chile y Colombia con los sentidos ya referidos (cfr. Malaret, 1931; Santamaría, 1942; Morínigo, 1985 [1966]). Respecto a las variantes de umbralado, destaco umbralada y umbraladura, con los mismos significados que umbralado, en Consultas al Diccionario de la lengua de Carlos R. Tobar (1911 [1907], p. 476), para Ecuador. También destaco el derivado alumbralado, solo referido por Román (1901-1908, s. v. alumbralado) en mis pesquisas:

 

Alumbralado, m. Horrible gazapatón de albañiles y constructores legos en el idioma. No contentos con el simple umbral, que además del significado que tiene, contrapuesto al de dintel, es también “madero que se atraviesa en lo alto de un vano para sostener el muro que hay encima”, han inventado este terminacho, que es una amalgama del artículo el, convertido en al, con umbralado, que es otra forma más culta de este americanismo; y lo llamamos así, porque se usa también en Colombia y otros países americanos. Como de ordinario este umbral consta de más de un madero, seguramente por eso se le ha dado el nombre de umbralado, del v. umbralar y según la formación de los sustantivos verbales en ado (adoquinado, empedrado, enmaderado, etc).

 

En síntesis, históricamente, umbralado, participio pasado de umbralar, se sustantivó y fue registrado como sustantivo por la tradición filológica y lexicográfica hispanoamericana (cfr. Cuervo 1867-1872; Ortúzar, 1893; Román, 1901-1908; Boyd-Bowman, 2003, en documentos para Lima en 1795 y 1799) tomándose, entonces, como un americanismo. Después de hacer una búsqueda en corpus y afines, solo he encontrado un caso en la Hemeroteca Digital, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y firmado por el jurista y epigrafista ceutí Manuel Rodríguez de Berlanga (1901, p. 394), que hace referencia a un hallazgo arqueológico (“con tres grandes sillares, las dos jambas y el umbralado de una puerta como en Hagiar-Kim”). El escaso número de casos dan cuenta de una voz de baja frecuencia y, probablemente, obsoleta hoy en día, o bien, una voz del ámbito de la construcción escasamente textualizada. A su vez, he detectado en el mismo sitio, con el valor de perífrasis con participio, casos en la prensa española de Badajoz y Lugo. El hecho de que umbralado fuera suprimido del lemario académico en gran parte del XIX hizo que se lo tomara como una variedad diastrática tecnolectal. Estamos, entonces ante un sustantivo del ámbito de la especialidad de la construcción, de baja frecuencia. Ha tenido relevancia para la tradición filológica y lexicográfica hispanoamericana fundacional; de ahí su constante presencia en lemarios y en comentarios. A su vez, la lexicografía española que dialogaba con esta lexicografía diferencial —pienso sobre todo en Zerolo (1895) y Alemany (1917)— y que marcó umbralado como americanismo hace ver cómo pesa que una voz esté o no en el diccionario académico y cómo se puede establecer una diatopía, digamos, imprecisa. 

 

7. Conclusiones

 

Concluyendo, podemos decir que determinar qué voces se entienden como americanismos léxicos a partir de la información recabada en los diccionarios es mucho más que el proceso de un cotejo binario con las obras lexicográficas publicadas por la RAE o con un corpus lexicográfico hispanoamericano. Es más, un grupo no menor de voces consideradas “americanismos” pueden ser, además, voces usuales en ciertas zonas peninsulares, por lo que no pueden entenderse como americanismos sincrónicos propiamente tales. Estas malas marcaciones se deben a repertorios que proveen datos de la diferencialidad española, los cuales no suelen ser lo suficientemente estudiados. Por esta razón, creo que una de las tareas que queda por hacer, dentro de la historiografía lingüística y de la lexicología histórica, es incluir la lexicografía española provincial. Son estos documentos, justamente, valiosos insumos que nos aportan datos relevantísimos acerca del origen de algunas voces que la lexicografía oficial ha solido tratar como americanismos sin más. 

En este estudio, con un reducido grupo de palabras he querido demostrar que la presencia de voces etiquetadas como americanismos, algunas de ellas entendidas como americanismos sincrónicos, tienen su origen en el caudal léxico regional español. A su vez, dejo como espacio de reflexión ciertas derivaciones, esperables en el sistema lingüístico hispano, que podrían haberse generado por poligénesis.

En rigor, un estudio variacional debe hacerse desde una perspectiva de lexicología histórica y no de otro modo. La información recabada, por razones obvias, proviene del nivel textual, por lo que en numerosas ocasiones se encuentran datos que puedan no concordar con el español como hecho de arquitectura. En efecto, el ejercicio lexicográfico se ha entendido, por lo general, bajo la norma de una sola lengua histórica y su ejemplaridad, por lo que, al trabajar desde el nivel histórico de la lengua, se concluye que algunos conceptos deben revisitarse la mayoría de las veces. 

Dentro del examen del americanismo sensu stricto al que hacía referencia en la introducción, en este artículo no he trabajado con palabras que han surgido en Hispanoamérica y han transitado a lo largo del continente americano. Justamente, esto ha sucedido con las voces originarias de alguna zona en particular o con voces etimológicamente originarias de una región hispanoamericana, pero desusadas y vigentes en otros territorios del continente americano. He tratado, por lo tanto, los puntos d) y e) del examen, porque en el grupo examinado se ha resuelto que son voces españolas desusadas y usadas en Hispanoamérica con algún tipo de transición semántica (ampliación, restricción o metáfora) o voces usadas en Hispanoamérica o en alguna zona de Hispanoamérica que se comparten con una provincia o territorio específico de España.

Por lo tanto, retomando las preguntas de investigación (¿cuál es el statu quo de estos “americanismos” desde una perspectiva histórica?; ¿se entienden, en efecto, como americanismos stricto sensu?), se concluye lo siguiente:

 

1. Que, en el caso de aniego, se trata de una voz usada en Hispanoamérica o en alguna zona de Hispanoamérica que se comparte con una provincia o territorio específico de España, aun en la duda de si la voz fue trasplantada o es producto de la poligénesis. Por lo tanto, no se puede entender como un americanismo stricto sensu, pero la tradición lexicográfica le ha dado ese estatus.

2. En amasandería no se sabe a ciencia cierta si se está ante una voz usada en Hispanoamérica o en alguna zona de Hispanoamérica que se comparte con una provincia o territorio específico de España, o bien es un caso de poligénesis. En amasandería bien podría decirse que se está ante un americanismo sincrónico.

3. Para azucarera también podríamos estar ante una poligénesis, por lo que se presenta una voz usada en Hispanoamérica o en alguna parte de Hispanoamérica que se comparte con una región específica de España. Se entendería, por lo tanto, como un americanismo sincrónico.

4. En el caso de bochinche se tiene una voz española en diatopía (provincial), desusada o poco representada con algún tipo de transición semántica, que es la que se hizo mayormente reconocida y usada (‘[t]umulto, barullo, alboroto, asonada’). El statu quo desde una perspectiva histórica hace que no sea un americanismo.

5. En el caso de umbralado, lo que se tiene nuevamente es una voz usada en Hispanoamérica que se comparte con un territorio específico de España. En este caso, en ambos espacios es una voz en desuso o escasamente registrada. No es un americanismo, sino que, una vez más, la lexicografía oficial, por falta de datos, sobre todo de la lexicografía española regional, ha generalizado la marca de americanismo.

 

En síntesis, se tienen: 

 

  1.     Tres casos de posibles poligénesis: aniego, amasandería, azucarera.
  2.     Un caso de transición semántica: bochinche.
  3.      Otro caso de voz general de un campo de especialidad, escasamente documentada: umbralado.

 

La lexicografía oficial ha tendido a considerar, desde el siglo XIX, a la lexicografía hispanoamericana fundacional por sobre la lexicografía española regional. Por esta razón, muchas voces han sido tratadas y entendidas como americanismos sin más, con algunas enmiendas a lo largo del tiempo desde la lexicografía académica o los grandes repertorios generales del siglo XX (pienso en el DUE [Moliner, 1966-1967]; el Clave [Maldonado, 1996], o el DEA [Seco, Olimpia y Ramos, 1999]). Por último, insisto en que hay que empezar a hacer un rescate de los repertorios provinciales españoles, por un lado, y, por otro, a relativizar el concepto de americanismo y estudiarlo desde una perspectiva diacrónica.

 

8. Notas


[1] En 1944, en la Revista de Filología Hispánica, número 6, Joan Corominas publicó “Indianorrománica. Estudios de lexicología hispanoamericana”, que eran tres estudios repartidos a lo largo de este solo número. Tal como indica el título de sendos ensayos, la temática iba por el lado de estudiar el léxico hispanoamericano desde la metodología de la lexicología histórica, matizando la hispanística, con la romanística y las voces de contacto en Hispanoamérica, así como la reflexión constante en torno a la poligénesis como de la pervivencia de variedades del español peninsular en el americano. Un estudio, creo, absolutamente pionero en la época, pero en cuya actualidad no hay que dejar de insistir.

[2] Sobre la noción de americanismo léxico presento un breve y sintético repaso de varias de las propuestas de definición. No será hasta mediados del siglo XX cuando el concepto empieza a ser objeto de estudio por parte de la dialectología, la lexicología y lexicografía, en concreto a partir de la aproximación de Rabanales O. (1953) al español de Chile. Este investigador entendió el -ismo como una expresión originada en un lugar determinado y usada por la comunidad referida. Otra aportación es la de Rona (1969) desde la dialectología, donde se busca determinar el americanismo léxico lato sensu a partir de las zonas donde se emplea determinada voz. Las propuestas que le siguen son lexicográficas, como la de Ferreccio Podestá (1978), quien trató de hacer un examen del todo para dar cuenta del concepto en sí. Haensch (1984), por su parte, se propuso trabajar el americanismo con un criterio de especificidad a partir de la lexicología y la semántica, mientras que Werner (1994) consideró que lo determinante para definir un americanismo estaba más bien en las características del diccionario y sus usuarios. Gútemberg Bohórquez C. (1984) fue el primero en constatar que se dan las variadas formas de definir un americanismo léxico según el foco que se tenga. En la línea lexicográfica de Werner, Company Company (2007) buscaba, más que entender lo que es un americanismo, determinar el destinatario y la finalidad del diccionario en cuestión. Como sea, su propuesta de definición, fuera de lo privativo y de uso, tiene que ver con voces, formas y construcciones caracterizadoras y de mayor frecuencia. La hipótesis más cercana al tratamiento de un concepto es la de Ramírez Luengo (2012, 2014, 2015, 2017), para quien es este un concepto dinámico y flexible, que se modifica con el paso del tiempo. Es un concepto que cambia con dinámicas de extensión y restricción de uso. Chávez Fajardo (2022), desde la metodología, propuso que el concepto se debe trabajar desde la lexicología histórica a partir de un cotejo filológico. 

[3] El CORDIAM, si bien fue consultado, no arrojó datos valiosos para esta investigación.

[4] Aurora Camacho Barreiro (2008) en la propuesta de periodización que hizo para la historia de la lexicografía en Cuba habló de una primera etapa, que es la fundacional, algo que se aleja de la nominación “precientífica” que se ha solido utilizar en este caso. El adjetivo “fundacional”, en relación con los primeros trabajos lexicográficos y filológicos monolingües en Hispanoamérica, es pertinente hasta que este tipo de trabajo quedó en manos de filólogos y lingüistas (es decir, a mediados del siglo XX). Yo he seguido trabajando con el adjetivo “fundacional” al hacer referencia al trabajo que se hizo desde la década de los treinta del siglo XIX en Hispanoamérica y que da cuenta de una producción no menor.

[5] Sin embargo, la referencia textual más antigua que se tiene de Hispanoamérica que no sea lexicográfica está en el FGLE: Miguel Lerdo de Tejeda en Comercio exterior de México desde la Conquista hasta hoy (1853), en una enumeración en donde se contabilizan 11 azucareras. 

[6] Hay que hacer la salvedad de que tanto Ortúzar (1893) como Román (1901-1908) cayeron en el error de pensar que en la undécima edición del diccionario académico (cosa que no es tal, es la duodécima) se lematizó azucarero con el morfema femenino, mas la terminación femenina está relacionada con el valor adjetivo: “Perteneciente o relativo al azúcar”, puesto que el “Vaso para poner azúcar en la mesa” está con la marca de género masculino.

[7] Como apéndice de su libro Ociosidades.

[8] Un dato relevante es la variante guachinche, que en Canarias significa “[s]itio o tienda de carácter popular donde se sirven comidas típicas y vino del país. Él es más de bochinches que de restaurantes finos” (cfr. DBC, 2005-2022, s.v. bochinche).

 

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Agradecimientos

 

Esta publicación forma parte del proyecto de I+D+i PID2020-117659GB-100, “Tesoro Lexicográfico del Español en América” (TLEAM), financiado por MCIN/AEI/10.13039/ 501100011033.

 

Nota sobre la autora

 

Soledad Chávez Fajardo es Doctora en Filología Española y profesora del Departamento de Lingüística en la Universidad de Chile. Está a cargo de los cursos de Lingüística Románica (desde el año 2007) y de Historia de la Lengua española (desde el año 2006). También ha dictado las clases de Semántica Histórica (2002-2006), Historia del Español en América (2004-2011), Judeoespañol (2007-2011) e Historia del Español de Chile (el año 2010). Además, es académica de número de la Academia Chilena de la Lengua y ha participado en proyectos lexicográficos y lingüísticos tanto de esta entidad como de la Real Academia Española. Sus áreas de investigación actualmente son la historiografía lingüística, la lexicología histórica y la ideología lingüística.

 

 

 

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