Philologica Canariensia 29 (2023), pp. 419-422                                                             

DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2023.608                                                                                                                                                                           

Recibida: 9 de marzo de 2023; versión revisada aceptada: 1 de marzo de 2023

Publicada: 31 de mayo de 2023

 

 

 

Natàlia Romaní, La historia de la nostalgia. Trad. de Andrés Prieto. Barcelona: Catedral, 2021. 465 páginas. ISBN: 978-84-18059-68-1.  

 

 

Lorenzo Cittadini

Universidad de Málaga

ORCID: 0000-0001-5814-0290

 

 

Sin memoria no habría nostalgia y Natàlia Romaní (Tarragona, 1967) ha querido celebrar con su primera novela, precisamente, la importancia de la memoria. La autora es una periodista española que habla, además del catalán y del castellano, el inglés, el francés y el italiano. Ha vivido en Roma, donde ejerció como redactora del periódico italiano L’Unità, así como en Skopie, Prístina y Sarajevo, donde llegó acabada la Guerra de los Balcanes. Actualmente trabaja para el Parlamento Europeo; de ahí que viva a caballo entre París y Bruselas. Le encantan los viajes, la literatura y la comida, y confiesa que le gustaría vivir en Japón.

La historia de la nostalgia es un libro de viajes, viajes reales hechos en coche, en avión o en tren, pero también de viajes interiores, íntimos, que descienden a lo más profundo de la conciencia humana. Viajes, de nuevo, entre estilos y géneros muy diferentes que se unen, se entremezclan y se complementan para crear un caleidoscopio de imágenes, referencias e historias. De la carta a la página del diario, de los recuerdos y las entrevistas a las divagaciones literarias, históricas y culturales, Romaní regala a sus lectores y lectoras una mirada sobre sí misma, haciendo de la literatura la mejor herramienta para entender el mundo, enlazando hábilmente pequeños y grandes acontecimientos, piezas de un mosaico existencial que la autora compone.

La clave para entrar en el mundo de Natàlia Romaní es el “clásico” triángulo amoroso, que, en cambio, se revela como una herramienta original para sondear las cuestiones más vívidas que se desprenden del libro. La Universidad de Pembroke, en Estados Unidos, es el lugar donde convergen las vidas de los tres protagonistas del triángulo amoroso. Sarah Greenfield es una estudiante, “pertenecía al purgatorio de la indefinición […] en un espacio intermedio entre la acción y la inacción, perennemente paralizada en sus vaqueros y camisas blancas, sus vaqueros y sus jerséis negros de cuello alto” (p. 40). Sus padres mueren trágicamente y ella encuentra en el aislamiento de la lectura su mejor arma para sobrevivir. David Goldman es profesor en la misma Universidad de Pembroke, un hombre que quiere “evitar el sufrimiento a cualquier precio […], sin hijos ni proyecciones ni expectativas románticas absurdas” (p. 68); un hombre que cree no saber lo que es la pasión, convencido de que puede quemarse toda la poesía del siglo XIX; un hombre cuya arma es responder siempre “todo va bien”, decidiendo minimizar la posibilidad del sufrimiento y el riesgo de infelicidad, practicando una cierta “indiferencia emocional educada” (p. 98). Laura Parker, la mujer de David, es profesora de álgebra, nacida en Humboldt (Iowa), en medio de unas llanuras olvidadas de la mano de Dios, entre campos de maíz, cebada y trigo, bajo la monotonía de un horizonte siempre cambiante. Crece con una madre siempre borracha, que la golpea y le roba el dinero que guarda en una hucha; un hermano toxicómano, que trabaja en una gasolinera; y un padre que murmura contra todo y contra todos y da patadas al perro, a los muebles y a las puertas.

Entre Sarah y David se establece una relación que echa por tierra todas las certezas que los protagonistas tenían hasta entonces, obligándolos a reconciliarse consigo mismos, con sus historias personales, con las alegrías y las penas acumuladas a lo largo del tiempo, trazando una geografía sentimental inédita, que vincula tanto a los protagonistas principales como a los secundarios —como Emily Sobesky, tía de Sarah, o el doctor Roux— y hasta a la propia autora de la novela, que entra en la narración y se convierte en personaje y en voz guía de los innumerables viajes que se desarrollan desde los Estados Unidos de América hasta Europa. Es la propia Romaní quien confirma su intención de prescindir de los géneros literarios, de las fronteras entre realidad y ficción, convirtiendo una en la otra y viceversa. La periodista Natàlia Romaní de la novela no es la Natàlia Romaní de la realidad, del mismo modo que el profesor Claudio Magris de Trieste, al que Sarah llega en la segunda parte de la novela para proseguir su investigación académica, no es evidentemente el escritor Claudio Magris real. La autora parece jugar con la materia literaria, convirtiendo la realidad en una gran ficción, justamente para hacerla aún más interesante y sorprendente. Por otra parte, no faltan momentos de reflexión, introspección y análisis en las páginas del libro; de hecho, la historia se nutre de referencias filosóficas e históricas, relativas al psicoanálisis y al amor por la literatura. El triángulo amoroso lacera el alma de los protagonistas, que se ven obligados a emprender un viaje para encontrarse tras perder el control de sus vidas. La pasión entre David y Sarah es lo más parecido a la locura, es la renuncia a lo que realmente son y detenerlos es imposible. La propia Laura es incapaz de mostrar sus sentimientos y el escuchar a David confesar su aventura con Sarah la obliga a dar un empujón a su vida, porque “a veces la vida necesita un empujón y, si no recibe ninguno, tiende a quedarse encallada” (p. 135).

Los diversos personajes secundarios facilitan la toma de conciencia de los protagonistas, actuando como guías que contribuyen a la adquisición de conciencia de Sarah, David y Laura. Como Emilia Sobesky, tía de Sarah, que con la ayuda del doctor Roux contrata a una escritora para que escriba cartas a Laura, haciéndose pasar por su anciana madre internada en una residencia de ancianos con el fin de reconciliarse con ella hasta el punto de humanizarse y poder perdonar. A propósito del perdón, Romaní escribe que “la vida no es nada más que un largo camino para aprender a perdonar” (p. 288), dejando en el libro un amplio espacio para las reflexiones filosóficas, la erudición íntima y la toma de conciencia de cada cual. Memoria e imaginación se unen en una densa pasta que da forma a las historias de los protagonistas, a sus pasados y recuerdos, nunca objetivos, sino sujetos a un constante proceso de adaptación, invención y justificación de las lagunas y vacíos de la memoria (p. 396). Así, por ejemplo, la vieja cuestión de qué es el arte, qué es la literatura, la referencia a la quema de libros en la Alemania nazi de 1933, con la intención de condenar la memoria al olvido. La autora asume, entonces, a través de la historia de los tres protagonistas, un compromiso civil y no solo literario, revelando cómo detrás de la máscara de la nostalgia se esconde la importante y esclarecedora presencia de la memoria. La novela se convierte, de este modo, en una gran memoria literaria, civil, histórica: una especie de testamento.

Con La historia de la nostalgia Natàlia Romaní no quiere perder nada, quiere dejar huella de su presencia para que la historia humana no caiga en la damnatio memoriae. Sarah Greenfield parte hacia Europa, encontrando en Claudio Magris y otros intelectuales guías para reflexionar y, sobre todo, para recordar. Hoy, desgraciadamente, revivimos un tiempo de guerra, un tiempo que regresa, prepotente, con la intención de borrar el pasado, de arrasar la memoria y la identidad, de redibujar las fronteras con fuerza, con violencia, destruyendo y aniquilando. El viaje de Sarah de Trieste a Zagreb y luego a los Balcanes es más una misión que un viaje con el objetivo de volver a poner en el centro las cuestiones más vivas de la cultura occidental. Un viaje que es esperanza y también memoria, un viaje más allá de las fronteras, la llegada a Bela Crkva, en Banat, la región que mejor representa la idea de mosaico, ese caldero en el que se han unido los deseos y las esperanzas de muchos pueblos, un crisol cuyos protagonistas son rumanos, serbios, griegos, búlgaros, húngaros, alemanes, franceses, italianos, judíos y otros muchos grupos étnicos. La oportunidad de Sarah de llegar a Europa para hallar respuestas a su investigación sobre Lodovico Settembrini —uno de los protagonistas de la novela de Thomas Mann, La montaña mágica (1924)— es, en realidad, una oportunidad para Romaní de ponerse en el centro como periodista, como escritora, como amante de la literatura. “Emigrar es no conformarse con lo que hay. Emigrar es cosa de jóvenes, creo” (p. 342): el viaje cambia a las personas, y las trayectorias emprendidas por los protagonistas tras la confesión de la relación de Sarah y David hacen que cada uno de ellos tome conciencia de su existencia en el mundo. Paradójicamente, las heridas provocadas por el triángulo amoroso son la parte más vívida de la historia, porque salvan la vida de tres personajes destinados a la aniquilación, a una existencia anestesiada por un presente rápido y apático, que consume y olvida todo rápidamente, un presente en el que está prohibido aburrirse, en el que todo el mundo hace mil cosas, actividades frenéticas para alcanzar metas cada vez mayores. Un mundo en el que está prohibido perder el tiempo y no hay lugar para el asombro, para la intuición o la posibilidad de cambiar de vida, de ser una persona diferente. La autora recurre a una metáfora muy original para hablar del cambio, utilizando la imagen del cuervo, argumentando que, cuando se encuentra en el camino, la presencia del animal significa “abordar las cuestiones que no entiendes muy bien o que están fuera de tu control. El cuervo nos indica que debemos dar un giro en nuestra manera habitual de ver la realidad. Tenemos que estar dispuestos a dejar a un lado los viejos pensamientos y a adoptar nuevas formas de ver, tanto a nosotros mismos como al mundo” (p. 401).

En esta novela, publicada simultáneamente en catalán y en castellano, Natália Romaní manifiesta su pasión por la escritura, una escritura que es una herramienta para elevar la propia voz, una escritura que está inevitablemente unida a la lectura: juntas curan, salvan, permiten la evasión y el cambio; de ahí la vida. La novelista escribe lo que quiere leer, reivindica la diversidad del amor, y los tres protagonistas reflejan una voluntad de ponerse en la piel de los demás, mostrando compasión, descubriendo su propio camino para recuperar el control de sus vidas. El viaje es una herramienta necesaria, es el viaje de Ulises, el enfrentamiento con todos los demonios que se agolpan en la vida; es el momento en que los protagonistas se confían a las sabias manos de un guía. De la misma manera, Romaní confiesa sus demonios, sus certezas, sus dudas, apoyada, como Sarah, por la sabia presencia de Magris. Estamos ante un libro que rinde homenaje a la biblioteca de la autora, a todos esos libros que componen La historia de la nostalgia, libros, como ya se ha dicho, que salvan la vida, que acompañan y nos dicen quiénes somos.

 

Nota sobre el autor

 

Lorenzo Cittadini es cantautor, escritor, profesor, traductor y doctorando en la Universidad de Málaga. Investiga principalmente sobre la literatura de viajes, sobre todo en el área del Mediterráneo, con especial atención a las publicaciones de los siglos XIX y XX. Junto a los poetas Silvestro Neri y Pedro J. Plaza González coordina la revista Quaderni Mediterranei, patrocinada por la Università Ca’ Foscari Venezia y la Universidad de Málaga. También ha publicado dos discos de música, La Rosa Corsara (2017) y 22.12 (2018). Ha publicado, junto con Giovanni Caprara, la primera traducción al español de Sicilia, su corazón de Leonardo Sciascia (El Toro Celeste, 2021) y una colección de cuentos, Viaggi e altre nostalgie (La Piave Editore, 2021).

 

 



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