Philologica Canariensia 29 (2023), pp. 429-431                                                             

DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2023.610                                                                                                                                                                           

Recibida: 12 de marzo de 2023; aceptada: 15 de marzo de 2023

Publicada: 31 de mayo de 2023

 

 

 

Óscar L. Figueruelo, Blanco sobre negro. Barcelona: Avant Editorial, 2022. 408 páginas. ISBN: 978-84-18844-65-2. 

 

 

M.ª Pilar Panero García

Universidad de Valladolid

ORCID: 0000-0001-7346-0778

 

 

Óscar L. Figueruelo (Zamora, 1972) publica su segunda novela tras el aplauso de Calma (Avant Editorial, 2020). En esta ocasión retoma un borrador pensado hace más de veinte años que ha reescrito. La trama que narra se desarrolla en los años noventa del siglo pasado y, ahora, visto este periodo con la perspectiva que ofrece el paso del tiempo, la ha enriquecido. El autor ya no mira y observa unos hechos ficticios, aunque verosímiles, sino que analiza el pasado con los sentimientos y las certezas que brinda el presente. Este pasado reciente ya se ha vivido y se evoca con cierta nostalgia, pero sin un ápice de idealización. En él se dejó por el camino a muchas buenas personas que eligieron vidas malas y a estas es a las que ofrece la dedicatoria. Estas vidas de enfermos deteriorados fueron una epidemia letal amparada en entornos urbanos nacidos en el desarrollismo acelerado y descontrolado. El consumo de heroína inyectada fue la primera causa de muerte juvenil en los años ochenta y noventa, siendo el mayor impacto a principios de los noventa. Entre 20 000 y 25 000 personas fallecieron por sobredosis y más de 300 000 necesitaron un tratamiento con metadona a causa de su dependencia. Las drogas tuvieron un coste social mucho mayor, pues, además de los toxicómanos y sus familias, el clima de violencia y la delincuencia que generaron ocasionaron muchas más víctimas. 

Blanco sobre negro es una novela conservadora con un narrador omnisciente limitado que explora el diálogo de los personajes y describe los pensamientos y las emociones en tercera persona. Estos se desarrollan en un contexto de profunda crisis social, de salud pública y de seguridad ciudadana causados por la droga. El narrador externo abunda en la idea del fracaso, pero vinculado este, más que a personas concretas que son responsables de sus yerros, a un sistema enteco en el que hay muchos responsables. Sin embargo, los habitantes del centro de desintoxicación Renacer en el que trabaja Roberto y en el que se trata a África, los amantes protagonistas, tienen un margen, estrecho, pero margen al fin y al cabo, para sobrevivir al estigma físico y simbólico con el que cargan: son toxicómanos que dependen compulsivamente de una sustancia, la droga. Esta ha modificado su cerebro y su forma de funcionar, por lo que son incapaces de tomar decisiones y de gestionar su comportamiento especialmente en situaciones de estrés. Y, además, tienen altas probabilidades de padecer enfermedades infecciosas como hepatitis víricas del tipo B y C, tuberculosis, VIH/sida y otros virus que se transmiten a través de la sangre, por compartir jeringuillas, cazoletas o filtros. Como los “Hijos de Caín” de la conocida canción del grupo de heavy metal Barón Rojo que Roberto les recuerda, el estigma es eterno —“el signo que los margina ya nunca se borró” (p. 51)—, pero es en la conciencia de grupo como estirpe rebelde que desafía las normas donde puede haber una protección gregaria. También en la idea de que todos podemos ser parte de Caín y parte de Abel por nuestra naturaleza humana y por los modelos de realidad que nos afecten. El autor evita el maniqueísmo de asumir la rebeldía de los jóvenes que pueblan Renacer como ontológicamente mejores, pues sus vidas arrastran mucho sufrimiento y desesperanza. Los internos asumen la frustración de andar un largo camino, ya que a Renacer llegan cuando han superado la desintoxicación y el hábito del consumo, si bien los acecha sin tregua. El objetivo es la reinserción en un país que tuvo que asumir una epidemia letal hasta entonces desconocida. Esta fue tan traicionera que, antes de matar, producía placer, euforia y bienestar por lo que los contagiados aumentaban exponencialmente. La autoidentificación de los jóvenes que pueblan esta novela, sean monitores o sean enfermos que necesitan ayuda, y sus estigmas, especialmente el de la vida condicionada por un futuro incierto y precario, es una potente construcción social. El yonqui no obtiene la redención y de ahí el catálogo de sentimientos derivados de la frustración que esta mancha produce en los personajes. Estos sufren ira, decepción, culpa, sentimiento de vergüenza, resentimiento y, sobre todo, mucho miedo a seguir siendo esclavos del caballo y su hedor amargo. Los personajes de la novela no carecen de inteligencia, aunque sean o hayan sido débiles, y saben que toda adicción es autodestructiva porque priva al individuo de estar satisfecho. Probablemente este sea el rasgo característico del adicto como personaje tipo en Blanco sobre negro, aunque haya heroicos supervivientes. Estos últimos no son distintos, son simplemente otros porque la continuidad de la vida se ha quebrado y la identidad se ha salido de la norma socialmente sancionada.

Las referencias musicales salpican la narración para acompañar el estado de ánimo de los personajes: la versión de Ana Belén de “El hombre del piano. (Toca otra vez viejo perdedor)” de Billy Joel; “Solo pienso en ti” de Víctor Manuel, “Por derecho” de Manolo Tena, Rosendo, “Alien divino” de Germán Coppini, Bruce Springsteen, etc. Cuando los músicos han tenido un final trágico, como el líder de Nirvana, Kurt Cobain, o el de Queen, Freddie Mercury, se asocian a personajes como Javier o Carlos. Estos últimos, lejos de otorgar una pátina de misticismo al consumo de la droga, la muestran ante el espejo como emblemas de personas con nombre propio que son capaces de generar contracultura, pero que evocan en la novela las desventuras derivadas de los excesos. Los ídolos musicales ejercen de iconos y representan a muchos jóvenes anónimos, que de forma lúdica e inconsciente hicieron su particular bajada a los infiernos. Las pérdidas que genera la heroína son transversales y no esquivan el enojo, la rabia, la ofuscación, la culpa de no haber hecho lo suficiente, la decepción con los demás y con uno mismo y un resentimiento o desazón profundo por haber errado en las metas vitales.

El relato sobre las vivencias de Roberto, África, Rosario, Israel, Gema, Irene, Gustavo, César y otros muchos sirve para mirar al pasado y reconocerlo como una historia que, si bien en este caso es ficticia, se parece a otras muchas reales recuperadas desde el plano temporal del futuro. Lógicamente, el cambio de plano trae deformaciones, elipsis, ilusiones e imágenes que pudieron ser deseadas u odiadas, pero que no fueron, aunque en la fábula es familiar para los que saben del contexto real en el que se desarrolla. Los poblados de la droga, los quinquis en las calles, la prostitución, las familias desgarradas, las relaciones personales inciertas, la lucha de las madres contra los narcotraficantes, la dolorosa violencia hiperactiva y una generación de jóvenes mermada, o bien por sufrir perversos efectos a largo plazo en su cuerpo y en su psique o por muertes, son la cuenta de resultados de la peste de la heroína. 

Los lectores pueden ser espectadores de este panorama conocido o desconocido y posicionarse desde la indiferencia o el reconocimiento, desde la repugnancia o la compasión, aunque quien observe a las víctimas protagonistas de la narración necesariamente activa la conciencia moral y la demonización del caballo aspirado o inyectado. Roberto, con el tiempo Jeremías Calem, puede ser Caín o Abel dejando a los lectores la oportunidad de aprobar o repudiar sus actos y un largo historial emocional que afecta a su familia y a todo su entorno. La búsqueda del paradero de Roberto que emprende su hermana Luz está llena de distorsiones sobre el personaje que oscila entre la alienación y el amor al prójimo. 

 

Nota sobre la autora

 

M.ª Pilar Panero García es Profesora CDOC de Antropología Social en la Universidad de Valladolid, licenciada en Filología Hispánica (USal) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Uva). Desde el año 2005 está vinculada a la Cátedra de Estudios sobre la Tradición, rama universitaria de la Fundación Joaquín Díaz, y desde 2022 es su directora. Compagina sus tareas docentes con la publicación de diversos trabajos. Imparte docencia no reglada en la Universidad de la Experiencia Millán Santos y colabora en diversas actividades de carácter divulgativo como exposiciones. Sus líneas de investigación son el patrimonio cultural, la religiosidad popular, la etnohistoria y la literatura desde la antropología cultural.

 

 

 


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