Philologica Canariensia 30 (2024), pp. 193-214                                                             

DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2024.673                                                                                                                                                                          

Recibido: 31 de diciembre de 2023; versión revisada aceptada: 11 de marzo de 2024

Publicado: 22 de junio de 2024

 

 

 

 Una lectura resiliente del Lazarillo de Tormes

 

A Resilient Reading of Lazarillo de Tormes

 

Une lecture résilient du Lazarillo de Tormes

 

 

Santiago García-Jiménez

Universidad de Sevilla

ORCID: 0009-0005-0362-303X 

 

 

 

Resumen

 

Este trabajo tiene como objetivo analizar la resiliencia en una obra clásica como La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Para ello, se cuestiona, en primer lugar, la adecuación del término “resiliencia” en relación con el análisis de los personajes dentro de la teoría de la literatura y la crítica literaria, en conexión con la posible psicología de los personajes. A continuación, se contextualizan las fortunas y adversidades, principalmente a través del papel que el folclore desempeña. Posteriormente, se ofrece un análisis detallado de los siete tratados a través de la resiliencia del personaje. Por último, se concluye con la importancia del concepto de “resiliencia” para entender la obra. 

Palabras clave: resiliencia, fortunas y adversidades, psicología de los personajes, folclore, crítica literaria 

 

Abstract

 

The aim of this paper is to analyse resilience in a classic literary piece of work such as La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. In order to do this, the article starts by questioning the adequacy of the term “resilience” in relation to the analysis of characters within literary theory and criticism, especially in connection with a possible psychology of the character. Fortunes and adversities are then contextualised, primarily through the role that folklore plays. Subsequently, a detailed analysis is offered through the character’s resilience. Finally, the article concludes with the importance of the concept of “resilience” to understand this literary work. 

Keywords: resilience, fortunes and adversities, character psychology, folklore, literary criticism 

 

Résumé

 

Cet article vise à analyser la résilience dans une œuvre classique telle que La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Pour cela, il commence par s’interroger sur l’adéquation du terme « résilience » par rapport à l’analyse des personnages dans le cadre de la théorie de la littérature et de la critique littéraire, en particulier par rapport à la possible psychologie des personnages. Fortunes et adversités sont ensuite contextualisées, notamment à travers le rôle joué par le folklore. Vient ensuite une analyse détaillée des sept traités vus d’après la perspective de la résilience du personnage. Enfin, il conclut sur l’importance du concept de « résilience » dans la compréhension de la pièce. 

Mots-clés : résilience, fortune et adversité, psychologie des personnages, folklore, critique littéraire

 

 

 

1. Introducción

 

La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, como Bildungsroman avant la lettre, es la historia vital de Lázaro, un hombre formado a través de “sus fortunas y adversidades”. La resiliencia, pues, se propondrá como el elemento cohesionador entre las numerosas adversidades que sufre desde que era pequeño y sus modestas fortunas.[1] 

La lectura que se planteará de la obra, por tanto, defiende que el ascenso socioeconómico y el descenso moral del protagonista tantas veces mencionados solo son posibles gracias a que se ha forjado en él un carácter resiliente que le permite sobreponerse, primero, a las carencias materiales y, después, a los murmuradores de su moral. 

Antes de continuar, es conveniente precisar qué se entiende por “resiliencia”, una palabra que en los últimos años ha ganado popularidad, aunque no se debe olvidar el contexto en el que surge, así como su posterior difusión. 

El concepto de “resiliencia” se remonta a la física y hace referencia a la capacidad que tienen los materiales de recuperar su forma inicial una vez que se le ha aplicado una determinada fuerza. De ahí ha pasado a la psicología y a la sociología como ‘la capacidad que tiene una persona o un grupo de sobreponerse a las adversidades y salir reforzado o transformado’, que es el valor con el que se usa en un contexto no especializado y que será el sentido genérico con que se utilizará en todo el trabajo.[2] 

Ahora bien, ¿es adecuado utilizar un concepto “humano”, procedente de la psicología, aplicado a personajes dentro de una ficción de una obra literaria? ¿Los personajes tienen psicología? Las respuestas son más complejas de lo que puede parecer. 

Según la corriente de teoría de la literatura y crítica literaria en la que nos situemos, se podría responder afirmativamente o negativamente. En cuanto al análisis de los personajes, existen principalmente dos bloques (Pozuelo Yvancos, 1994, p. 226 y ss.): las tendencias psicologistas, que entienden los personajes como representaciones del yo y las tendencias estructurales-actanciales, que rechazan la caracterización psicológica e interpretan a los personajes como meros agentes de las acciones. 

R. Barthes resume con bastante claridad las dos grandes corrientes, aunque presenta la perspectiva psicologista para enfrentarla a su postura estructuralista-actancial: 

 

En la Poética aristotélica, la noción de personaje es secundaria y está enteramente sometida a la noción de acción: puede haber fábulas sin “caracteres”, dice Aristóteles, pero no podría haber caracteres sin fábula. Este enfoque ha sido retomado por los teóricos clásicos (Vossius). Más tarde, el personaje, que hasta ese momento no era más que un nombre, el agente de una acción, tomó una consistencia psicológica y pasó a ser un individuo, una “persona”, en una palabra, un “ser” plenamente constituido, aun cuando no hiciera nada y, desde ya, incluso antes de actuar, el personaje ha dejado de estar subordinado a la acción, ha encarnado de golpe una esencia psicológica […] El análisis estructural, muy cuidadoso de no definir al personaje en términos en esencia psicológica se ha esforzado hasta hoy, a través de diversas hipótesis, […] en definir al personaje no como un “ser”, sino como un “participante” (1970, pp. 28-29). 

 

Coherentemente con esto, una montaña responsable de una acción relevante en la obra es un personaje (actante) para algunas corrientes que tratan cuestiones de la narratología, pero para otras no es un personaje porque, al no estar personificada, le faltaría la caracterización psicológica necesaria. Utilizar el término “actante” en vez de “personaje” es una muestra de este contraste. También es un buen ejemplo de esto la distinción entre personajes “planos” y “redondos” de E. M. Forster (2000) y el esquema actancial de A. J. Greimas (1971), como muestras de las diferencias que existen entre unas corrientes y otras en el análisis de los personajes/actantes. 

Son los formalistas rusos —precursores de casi todo— los que toman consciencia, en cierto modo, del cambio de perspectiva en el análisis de los personajes. Por ejemplo, Vinogradov afirmó: “No hace mucho que abandonamos esa crítica que consistía en considerar los personajes como seres vivos” (Todorov, 1970, p. 86). Lo hizo en referencia a buscar las huellas biográficas de los personajes, aunque es significativo. 

En cualquier caso, a modo de conclusión, parece interesante entender los personajes como trasuntos del yo humano, más allá de tener en cuenta los errores y aciertos que puedan tener estos dos bloques, puesto que, incluso si no quisieran imitar la naturaleza de la condición humana, no podrían alejarse por completo de ella, ya que serían ininteligibles o carecerían de sentido, como “un discurso donde a cada palabra se le hubiese extirpado su significación habitual” (Ortega y Gasset, 2009, p. 85). 

Además, más allá del debate de teoría de la literatura y crítica literaria sobre si los personajes deberían ser tratados como entes que tienen psicología y están humanizados, parece más interesante poner el foco de atención en cómo los perciben realmente los lectores.[3] Este es el enfoque que predomina en corrientes como la estética de la recepción, la pragmática literaria o la poética cognitiva. 

De este modo, aunque el título de la obra y de los tratados puedan ser ajenos a la voluntad del autor (Rico, ed., 1987, p. 2, nota al título; Rico, 1987, pp. 113-151), han sido fundamentales para la recepción de la obra. El hecho de tener en el título,[4] como elemento paratextual (Genette, 1989),[5] las palabras “fortunas” y “adversidades” ha condicionado su lectura y ha propiciado que se hiciera una lectura resiliente de la obra, consciente o inconscientemente. Una lectura que, en épocas pasadas, interpretaba “desgracias y adversidades”, como se ha mencionado, y que apunta de igual manera al carácter resiliente del personaje. 

A continuación, antes de entrar en el análisis resiliente de la obra, es importante contextualizar sus fortunas y adversidades en la tradición en la que se inserta la novela. 

 

2. Contexto de sus fortunas y adversidades 

      

El Lazarillo de Tormes es una obra original, sin lugar a dudas, pero comparte algunos motivos con obras anteriores a él: “aunque el Lazarillo como creación literaria […] es el resultado de una inspiración genial, su alumbramiento estaba implícito en la propia entraña de nuestra literatura precedente” (Alborg, 1970, p. 747). 

Son muchos los críticos que han señalado la presencia de fuentes folclóricas en la obra, como por ejemplo, R. Foulché-Delbosc, M. Bataillon, E. Macaya Lahmann (Ricapito, 1980, p. 29), F. Lázaro Carreter —“no podemos olvidar que el Lazarillo aprovecha abundantes fuentes folklóricas” (1972, p. 24; vid. también pp. 63-64)— o D. Alonso: “como unos pocos elementos de los que entran en el libro son de procedencia folklórica” (1972, p. 11). 

Sin embargo, como menciona M.ª R. Lida de Malkiel, incluso el nacimiento en el río “no es la repetición de un tema tradicional, sino la parodia libre y humorística de la novela más leída por entonces, el Amadís” (1964, pp. 350-351). Otro ejemplo muy interesante sobre el papel del folclore es a propósito del episodio del toro de piedra: 

 

Es este el primer motivo folklórico que encontramos en el Lazarillo, aunque nada tiene que ver con el cuento folklórico. Es propiamente una broma pesada (practical joke) que se practica entre niños en conexión con varios monumentos. Es decir: el folklore brinda la broma escueta, mientras en el Lazarillo mucho más importante que la broma escueta es su función: la broma marca la iniciación del protagonista como mozo de ciego, con la orgullosa superioridad del amo y el programa de aprendizaje del criado, todo lo cual se resolverá al fin de este mismo Tratado, cuando Lazarillo demuestre lo cabal del aprendizaje propinando al amo un golpe más fuerte y subrayando el enlace entre iniciación y maestría […] Esto es: el dato folklórico no solo se expande y elabora como motivo narrativo, sino que se transforma en elemento formal o estructurador de la novela (Lida de Malkiel, 1964, pp. 351-352). 

 

Más recientemente, A. Ruffinatto se expresa en términos similares cuando afirma que “cabe sospechar que Lázaro, tras manejar oportunamente los recursos del folklore (o del cuento popular), realiza en concreto la tarea de desmitificar o ‘desentronizar’ el objeto-valor para acercarlo a la atalaya del anónimo autor” (2001, p. 60). 

Es decir, el Lazarillo de Tormes no es un mero producto kitsch, sino que nace gracias a un acervo cultural y literario concreto —como todas las obras— y, a partir de estas coordenadas, recrea originalmente algunos temas conocidos y otros inéditos en los matices en que se tratan. Reducir esta obra al folclore sería como reducir toda la novela picaresca al Lazarillo o la propia obra a “influencias” clásicas como El asno de oro o El Satiricón

Esta es una de las diferencias que apunta F. Lázaro Carreter para distinguir el folclore de la literatura: 

 

La Literatura procede de remotas fuentes folklóricas, pero, al constituirse como tal Literatura, lo que hizo fue ir afirmando una personalidad propia en un largo proceso de secesión, mediante el cual estableció una diferencia cualitativa respecto del Folklore. […] Y por otro lado, el proceso de creación y de recepción típicamente literarios, conducido por un impulso que desconoce el folklore o que no es parte fundamental de su funcionamiento: el deseo de originalidad. […] Podemos llamar originalidad a la escapada del redil tribal, que hace progresar las artes y la vida social. […] Quedémonos en esto: en que la Literatura, presa de tantas constricciones formales como el Folklore, se ha ido emancipando de él a impulsos de un anhelo de libertad (1978, pp. 144-145). 

 

Por otra parte, D. Alonso se distancia también sobre la importancia de rastrear las fuentes en el estudio de las obras, a propósito del Lazarillo

 

La creencia de que estudiar una obra es estudiar sus fuentes generales o parciales lleva ya muchos decenios llenando con contribuciones insulsas las revistas internacionales de investigación literaria. Se trata de definir lo que es el Lazarillo, lo que le hace criatura única, lo que le hace situarse aparte de todos los seres literarios, lo que hace que fuera una revelación, el origen y el germen de un nuevo modo de novelar que es el nuestro, el modo de novelar moderno. Si queremos averiguar o explicar algo de esto no cometamos, ni para el Lazarillo ni para ninguna obra literaria, un error de perspectiva; atendamos a la imagen que el Lazarillo ilumina en el lector y no a la procedencia histórica de alguno de los materiales que el autor utilizó (1972, p. 11). 

 

Otra cuestión que se debe tener en cuenta para contextualizar correctamente las fortunas y adversidades es la perspectiva desde la que son contadas. Para ello, es también importante saber la motivación de este libro, que se plantea como autobiografía ficticia en forma epistolar. 

Aunque el relato se escribe en el presente, la perspectiva que se adopta mayoritariamente es la visión correspondiente a la edad que tiene Lázaro en los hechos que narra. De este modo, se cuentan sus primeras vivencias desde una perspectiva cándida e ingenua, aunque el Lázaro adulto haya perdido ya gran parte de esto cuando relata el caso a Vuestra Merced. Sin embargo, el relato no se construye desde un presentismo que idealice o matice el pasado, y hay partes, además, donde se rompe la perspectiva para hacer apelaciones desde el presente a Vuestra Merced o para hacer valoraciones que dan coherencia al relato y permiten dar también verosimilitud. 

Por ejemplo, “Huelgo de contar a Vuestra Merced estas niñerías, para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio” (Lazarillo, 1987, p. 24); “Pues, tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, Vuestra Merced sepa que, desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz” (Lazarillo, 1987, p. 25); “Mas también quiero que sepa Vuestra Merced que, con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi” (Lazarillo, 1987, p. 27); “Mas, por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar” (Lazarillo, 1987, p. 37), etc. 

Por último, para terminar la contextualización de las fortunas y adversidades, es necesario mencionar que no se sabe con certeza si el contenido del libro nos ha llegado como salió de la pluma del autor, como lo había planeado. La crítica[6] se divide entre los que responsabilizan de la estructura desigual al autor y los que defienden que se debe a situaciones externas a él. A modo de ejemplo, como recoge J. L. Alborg (1970, p. 778), Chandler comenta que “solo los tres primeros tratados están completos y el resto sería un esquema que debía ser posteriormente elaborado”; Reynier piensa que “el autor abandonó a su personaje cuando dejó de divertirle”; Northrop desconfía de que “los últimos tratados son demasiado cortos y hacen pensar en una mano podadora”, y Sicroff intuye que “quizás la conciencia de no haber realizado plenamente su proyecto literario impidió al autor publicar su libro”.

Esta es una cuestión que ha interesado mucho a la filología, como la autoría[7] o la identidad[8] de Vuestra Merced, pero no tendría por qué interesar de forma crucial a la crítica literaria. El criterio del autor sobre su propia obra es insuficiente, una falacia, la “falacia intencional” que señalaba el new criticism (Winsatt y Beardsley, 1946), por lo que si el Lazarillo de Tormes nos ha llegado mutilado, censurado o ampliado por otras manos o si el autor tenía una intención diferente con su obra, es poco relevante para interpretar la obra, puesto que la lectura que se ha hecho de ella y, por tanto, la interpretación son con las condiciones que están, no con otras: “la crítica literaria no puede basarse en posibilidades metafísicas” (Lázaro Carreter, 1972, p. 17). Distinto es que los “descubrimientos” condicionen lecturas futuras, como suele ocurrir. 

Hechas estas consideraciones, se presentará el análisis en clave resiliente de la obra, centrado en cada uno de los siete tratados que componen el Lazarillo de Tormes. Se entenderá por “adversidad” ‘cualquier suceso negativo’ y por “fortuna” ‘cualquier suceso positivo’, aunque haya diferencias internas y matices —por ejemplo, un castigo físico no es lo mismo que sufrir el hambre, pero se entenderán ambos hechos como adversidades, aunque tengan trascendencia diferente en cuanto a la resiliencia de Lázaro—. No se tendrá en cuenta, por tanto, el significado correspondiente de la época de “fortuna” como ‘desgracia’, parcialmente sinónimo de “adversidad”, como se ha mencionado anteriormente y como sugiere el mismo prólogo: “un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades” (Lazarillo, 1987, p. 9). 

 

3. Análisis resiliente

 

Un rasgo común a todos los amos, menos el pintor de panderos, porque no se comentan detalles relevantes sobre él, es que cada uno tiene una característica superlativa (Ricapito, 1980, pp. 183-184) de su personalidad que condicionará las adversidades que sufrirá Lázaro con ellos: el ciego, intuición; el clérigo de Maqueda, avaricia; el escudero, apariencias; el fraile de la Merced, desenfreno; el buldero, hipocresía religiosa; el capellán, usura; el alguacil, temeridad, y el arcipreste de Sant Salvador, imprudencia. 

El tratado I se puede esquematizar, a diferencia de los demás tratados, en motivos independientes (Lida de Malkiel, 1964, p. 349) o en funciones narrativas de V. Propp (Lázaro Carreter, 1972, p. 103 y ss.): el nacimiento en el río, fechoría, castigo y muerte del padre, amorío de la madre, etc. La primera fortuna de Lazarillo es el trabajo de molinero y los robos del padre, que hacen salir adelante a la familia. Sin embargo, rápidamente se transforma en la primera adversidad:[9] el encarcelamiento de su padre “siendo yo niño de ocho años” (Lazarillo, 1987, p. 14) y su posterior muerte. Como consecuencia de esto, la madre se lo lleva a vivir en la ciudad y encuentra un trabajo como cocinera, lavandera y, según algunos críticos, prostituta.[10] Esta es la segunda fortuna de Lázaro, puesto que hace salir adelante de nuevo a la familia, esta vez compuesta solamente por madre e hijo. 

Posteriormente, otra fortuna que recibe indirectamente Lázaro es la nueva relación amorosa de la madre con un hombre moreno (Zaide), ya que “su venida mejoraba el comer […], porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños, a que nos calentábamos” (Lazarillo, 1987, p. 17). También admitirá después que le favorecían los robos del padrastro, puesto que “con todo esto acudía a mi madre” (Lazarillo, 1987, p. 19), para ayudar a su hermano, pero también indirectamente a él. Que pillaran al padrastro como ladrón es la siguiente adversidad, aunque la madre se aleja rápidamente y empieza a trabajar en el mesón de La Solana. Sin embargo, esto, que se presenta como una solución, se vuelve adverso: porque las condiciones son desfavorables —“allí, padesciendo mil importunidades” (Lazarillo, 1987, pp. 20-21)— y porque será el sitio donde conocerá al ciego, el responsable de las adversidades más importantes de Lázaro. 

Estas fortunas y adversidades que vive Lázaro en la etapa con su familia empiezan a conformar su resiliencia, aunque no de forma tan crucial como las etapas posteriores: el aprendizaje que saca de este tiempo es saber llevar una vida modesta y normalizar los robos para sobrevivir.[11] 

Es importante destacar que la venida del ciego, y la posterior entrega de la madre, se enmascara como una posible fortuna de Lázaro, puesto que el ciego le promete a la madre que lo va a cuidar no como a un mozo, sino como a un hijo. Esto, que era aparentemente la forma más segura de salir adelante de Lázaro, se convertirá en su mayor desgracia. Así ocurre, en realidad, con la llegada de todos los amos: se presentan como posibles fortunas, pero acaban siendo los responsables de sus adversidades. 

La disfrazada bonhomía del ciego se descubre rápidamente tras el suceso del toro de piedra. Esta es seguramente la adversidad más didáctica que sufrirá Lázaro, puesto que el dolor físico le hace despertar de la ingenuidad característica de ser un niño: “Parescióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: ‘Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer’” (Lazarillo, 1987, p. 23). Es decir, este hecho —que podría considerarse como un hecho fundamental de su pubertad y, en cierto sentido, la “resurrección” de Lázaro a una vida nueva— es el inicio del camino padecido por Lázaro, pero también es un punto de inflexión y el inicio del desarrollo de su verdadera resiliencia, puesto que el ciego le dice “yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré” (Lazarillo, 1987, p. 23). Es un punto importante porque es el primer castigo físico, seguido de la burla (que se podría considerar modernamente como un castigo psicológico): “Y rió mucho la burla” (Lazarillo, 1987, p. 23). 

Las adversidades como fuente fundamental para desarrollar la resiliencia y como característica “realista” de su vida es algo que se puede inferir de las propias conclusiones de Lázaro, puesto que, por ejemplo, después de este episodio manifiesta que “y fue ansí, que, después de Dios, éste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir” (Lazarillo, 1987, p. 24). 

Con este amo se presenta por primera vez el hambre como adversidad: “jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi; tanto, que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario” (Lazarillo, 1987, p. 27). 

Sin embargo, no se debe generalizar el hambre como la gran adversidad o motivación que sufre Lázaro en toda la novela, puesto que solo está presente en los tres primeros tratados. No parecen adecuadas, por tanto, opiniones como la de J. García López, que extiende la lectura de los primeros tratados al sentido global del libro: 

 

Lázaro es tan solo un pobre muchacho de bajo origen a quien un destino adverso zarandea cruelmente sin dejarle escapar del mísero ambiente en que vive. Los móviles de su conducta serán los que origine la triste realidad cotidiana: en primer lugar, el hambre. El héroe lucha y cosecha victorias; el pícaro se debate inútilmente en una sociedad hostil y no recibe más que golpes (1990, p. 197).[12] 

 

Las fortunas que tendrá Lázaro con este amo son las que consigue por sí mismo y su pillería. Así, cuando tiene hambre descose el fardel para sisar la comida; cuando quiere conseguir dinero juega con las monedas que le dan al ciego para quedarse con las más valiosas o cuando tiene sed consigue beber vino a través de una pajita o un pequeño agujero. 

A pesar de la originalidad en las tretas de Lázaro, el ciego empieza a percatarse de ellas y lo que es fortuna se convierte en adversidad, puesto que sus castigos a Lázaro siempre son violentos. El propio Lázaro entiende que todas las fortunas se convierten en adversidades: “me pesa de los sinsabores que le hice —aunque bien se lo pagué—” (Lazarillo, 1987, p. 43). 

Por ejemplo, el jarrazo que se lleva y que le parte los dientes tras descubrir la “fuentecilla” por la que le robaba el vino Lázaro. La violencia física, que se repite luego en público con “coxcorrones” y repelándolo (Lazarillo, 1987, p. 34), se convierte también en violencia psicológica, como había pasado en el suceso del toro, pero esta vez en privado: “—¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud. Y otros donaires, que a mi gusto no lo eran” (Lazarillo, 1987, p. 33); y en público: “—¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña […] —¡Mirá quién pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad! Y reían mucho el artificio y decíanle: —Castigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis” (Lazarillo, 1987, p. 34). El episodio del fardel y del intercambio de las monedas quedan sin castigar, aunque se podría entender este castigo como el castigo conjunto de las tres pillerías de Lázaro. 

A partir del suceso del jarrazo, Lázaro siente que su tiempo con el ciego está cerca de terminar y, llenándose cada vez más de rencor, esperará el momento adecuado para vengarse de forma definitiva, antes de abandonarlo (al final del tratado I): “como lo traía pensado y lo tenía en voluntad” (Lazarillo, 1987, p. 44). Empieza a ejecutar su venganza llevándolo por los peores caminos, aunque es un desquite que no supone ningún beneficio para Lázaro, que sigue viviendo con el ciego una vida muy austera, y que no es proporcional al sufrimiento físico y psicológico que está viviendo. 

Más adelante, ocurre el episodio del racimo de uvas, donde ambos hacen trampas y comen más cantidad de la que habían prometido. Aunque el ciego se da cuenta del engaño, no lo castiga; así que no tiene una repercusión directamente negativa (más allá de la burla que mencionará después Lázaro). Diferente es la última adversidad con este amo: Lázaro intercambia la longaniza del asador por un nabo y se come él la longaniza y deja el nabo al ciego. El ciego se percata del engaño y empieza a inspeccionar a Lázaro hasta que provoca que vomite la longaniza y se quede al descubierto el engaño. La reacción del ciego fue tan desmesurada que “si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta” (Lazarillo, 1987, p. 41). 

Después de esto, el ciego sigue contando en público todos estos episodios para ridiculizar a Lázaro: “Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta” (Lazarillo, 1987, p. 41). Y más adelante también: “Y reían mucho los que me lavaban, con esto, aunque yo renegaba” (Lazarillo, 1987, p. 43). 

En este punto, Lázaro ya no tiene paciencia con él y, antes de abandonarlo, decide cometer su última venganza: en una de las veces que lo guía por los peores caminos, un día de lluvia, Lázaro provoca que se dé con la cabeza en un poste. No es casual que espere a estas condiciones meteorológicas, puesto que es cuando el ciego es más vulnerable. Los roles se invierten y es la inocencia del ciego la que queda a merced de la voluntad de Lázaro. La imagen final del ciego, tras el golpe, tendido en el suelo y ensangrentado, ante la mirada impasible de Lázaro, muestra el resarcimiento del dolor físico y psicológico de Lázaro y cierra el ciclo de violencia que empezó con el golpe contra el toro de piedra en la entrada de Salamanca. 

En cualquier caso, Lázaro no saca ningún provecho de todas las venganzas que lleva a cabo (al igual que tampoco se beneficia el ciego de los castigos y venganzas a Lázaro), sin considerar como “venganzas” todas las tretas y pillerías que lleva a cabo como respuesta a la situación precaria que le provoca el ciego.   

Dejar a un amo y encontrar a otro es una adversidad enmascarada como fortuna, de lo que es consciente Lázaro, que lo simplifica de forma proverbial: “Escapé del trueno y di en el relámpago” (Lazarillo, 1987, p. 47) y “‘Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre, y, dejándole, topé con estotro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si déste desisto y doy en otro más bajo, ¿qué será sino fenescer?’” (Lazarillo, 1987, p. 54). El sufrimiento con cada amo nuevo hará que idealice el tiempo con el anterior amo, aunque esta idealización no es más que cierto pesimismo que durará hasta el tratado V. 

El tratado II no es, en relación con nuestro análisis, muy diferente del primero: se mantiene el hambre como gran adversidad —“Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer” (Lazarillo, 1987, p. 48)—, pero esta vez las distintas mañas de Lázaro para sobrevivir son diferentes, porque no podía robar prácticamente nada —“Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no tener en qué dalle salto” (Lazarillo, 1987, p. 51)—, y no hay castigos físicos ni psicológicos, a excepción de la escena final cuando el clérigo piensa que ha atrapado a la culebra y lo golpea por error. 

La primera fortuna que tiene Lázaro es poder saciar el hambre gracias a las ceremonias de defunciones de las personas, pero era algo anecdótico, como confiesa Lázaro con cierta culpa: “Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba; que si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cuotidiana hambre, más lo sentía” (Lazarillo, 1987, p. 53). 

Otra fortuna importante de este tratado es la visita casual de un calderero, que consigue abrir el arcaz, objeto que se convertirá en la fuente de alimentos de Lázaro, a escondidas del clérigo. El clérigo empieza a sospechar (“—Si no tuviera a tan buen recado este arca, yo dijera que me habían tomado della panes”, Lazarillo, 1987, p. 58), pero Lázaro sigue aprovechándose de la situación porque el nuevo amo no es tan astuto y no averigua lo que realmente está pasando hasta mucho más adelante y por error, cuando escucha silbar la llave que guarda Lázaro en la boca y piensa que ha atrapado la culebra que le roba la comida. No hay, por tanto, en el clérigo intención ni ensañamiento con Lázaro, más allá de falta de caridad cristiana —“cruel cazador” (Lazarillo, 1987, p. 69) y “cruel sacerdote” (Lazarillo, 1987, p. 70)—, y se deshace de él cuando se da cuenta de que es mucho más astuto que él mismo: “Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego” (Lazarillo, 1987, p. 71). 

El tratado III[13] empieza, de nuevo, presentando al nuevo amo de forma esperanzadora —“que Dios te ha hecho merced en topar comigo; alguna buena oración rezaste hoy” (Lazarillo, 1987, pp. 72-73)—, pero habrá una gran diferencia respecto a los otros amos: las fortunas que encuentra Lázaro para satisfacer las penurias que sufre con el escudero, su nuevo amo, no provienen de aprovecharse de él, sino que son a pesar de él, puesto que si alguien se está aprovechando es el escudero de él (debido a la “negra honra” del escudero y el mundo de apariencias sociales e hipocresía en el que vive). Así, dice Lázaro: 

 

Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que, escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no solo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad (Lazarillo, 1987, p. 91). 

  

Lázaro se convierte, por tanto, en el amo de su amo, y lo mantiene con lo que se encuentra por las calles, sobre todo después de haber vuelto a mendigar, y gracias a la ayuda de las vecinas hilanderas. Así ocurre en todo el tratado III, excepto cuando el escudero le regala, anecdóticamente, un real a Lázaro: “—Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su mano. Ve a la plaza, y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo!” (Lazarillo, 1987, p. 95). 

En este tratado podemos ver cómo Lázaro, aunque ya no es el mismo niño ingenuo que vivía con la madre porque ha madurado de forma considerable, sigue siendo un niño en algunos aspectos, como la relación que tiene con las vecinas, el episodio del difunto[14] que va “¡a la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben!” (Lazarillo, 1987, p. 96) o la omisión de culpa en el interrogatorio a Lázaro, donde acaban diciendo las vecinas: “Señores, éste es un niño inocente” (Lazarillo, 1987, p. 109). No parece que el interrogatorio sea una adversidad como tal, ya que, por las respuestas de Lázaro y por el contexto que aportan las vecinas, se entiende que no puede cargar con las responsabilidades eludidas por el escudero, aunque se haya comportado como del amo escudero. 

Los tres primeros tratados conforman, pues, los episodios más importantes para la resiliencia del personaje y, según C. Guillén (1957), para comprender la vida y situación de Lázaro; de ahí que, en palabras de Lázaro Carreter (1972), 

 

su memoria se detenga con mayor o menos esmero en cuanto lo hizo ser como es; y que lo episodios menores —fraile de la Merced, clérigo toledano, maestro de pintar panderos, alguacil— sean tratados como simples eslabones de transición: no han dejado rastro en su vida, no lo han hecho más agudo, más desengañado o más cínico; por ello, renuncia a contar cosas que podrían interesar a “vuestra merced”, pero que no aportan nada al esclarecimiento de su situación de marido murmurado (p. 77). 

 

El propio F. Lázaro Carreter justifica también la disparidad con motivos extrínsecos, además de los intrínsecos que se han mencionado: “Su esfuerzo se debilita allá donde era precisa una capacidad creadora superior: en la transición de la infancia a la mocedad, en el paso paulatino de una psicología de niño a un carácter de adolescente y de hombre” (1972, p. 82). 

Sin embargo, esto no significa que la resiliencia de Lázaro haya terminado de formarse o su propio aprendizaje: “Lázaro está básicamente configurado, pero no totalmente: le aguardan todavía experiencias aleccionadoras en campos no descubiertos; tendrá aún ocasión de profundizar en convicciones categóricas ya adquiridas; ha de sufrir, en fin, una nueva serie de trabajos y penalidades” (García de la Concha, 1981, p. 100).[15] 

El tratado IV es tan polémico como breve. Su interpretación y la posible disminución de su contenido, además de su censura en la edición de 1573, aumentan la controversia. El punto clave, en lo que concierne a la resiliencia, es la interpretación del enunciado “Éste me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida” (Lazarillo, 1987, p. 111), en referencia a un cura lascivo. Además, esta anfibología crece con el diminutivo, seguramente despectivo (Ricapito, 1980, p. 184), en “y por esto y por otras cosillas que no digo, salí dél” (Lazarillo, 1987, p. 111). La crítica se divide en una interpretación literal de este pasaje y una interpretación sexual. Por ejemplo, para Del Monte, Molho y Márquez-Villanueva (Ricapito, 1980, p. 184), existe la insinuación sexual.[16] Para F. Rico, solo existe la interpretación de ‘andar en malos pasos’, además del sentido literal de ‘rompí los zapatos acompañando al fraile en sus continuas andanzas’, y afirma que suponer en una de las elipsis literarias del Lazarillo tal escabrosidad carece de fundamento (Rico, ed., 1987, p. 111, nota 8 y p. 112, nota 9). 

Sea en un sentido u otro, debería ser considerada como la adversidad principal de este tratado. Una adversidad que tendría consecuencias muy diferentes relacionadas con la resiliencia si se opta por una u otra interpretación de la expresión “romper los zapatos”. 

En el tratado V, también sufre con su amo, el buldero, aunque ya la adversidad no es tan clara ni detallada como había descrito Lázaro con anterioridad (quizá porque es consciente de que, a estas alturas de la vida, no son tan relevantes estos detalles para entender su situación presente, su aprendizaje más importante sobre cómo vivir ha finalizado). Sustituye los detalles de los primeros tratados por una frase categórica final que insinúa las penurias por las que tuvo que pasar, después de contar cómo se ganaba la vida a través de engaños: “estuve con este mi quinto amo cerca de cuatro meses, en los cuales pasé también hartas fatigas” (Lazarillo, 1987, p. 125). 

El tratado VI es de gran contraste: comienza mencionando el sufrimiento con el pintor de panderos sin contar muchos detalles —“sufrí mil males” (Lazarillo, 1987, p. 125)— y pasa rápidamente a describir su ascenso social y su fortuna al encontrar trabajo como aguador por la ciudad, por medio del capellán, que es su nuevo amo: “Éste fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida” (Lazarillo, 1987, p. 126). Gracias a esto, en cuatro años, compra ropa, aunque sea vieja (en cierto modo, reproduce lo que rechazaba del escudero en el tratado III y se preocupa por las apariencias, una vez que no está el hambre), siente que ha superado ya las dificultades de su vida como mozo de amos y se despide del capellán: “Desque me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio” (Lazarillo, 1987, p. 127). Se despide de él porque se aprovecha de Lázaro y le obliga a darle parte de la recaudación (que se podría considerar como la única adversidad que vive con él). 

Así se llega al tratado VII, el último, en el que conoce, primero, a un alguacil con el que comparte poco tiempo porque no quiere volver a vivir peligros ni violencia física: “una noche nos corrieron a mí y a mi amo a pedradas y a palos unos retraídos” (Lazarillo, 1987, p. 127). 

Después de esto, consigue su trabajo definitivo: pregonero de vinos. Ya en él, en sintonía con nuestra lectura resiliente, afirma Lázaro: “todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré” (Lazarillo, 1987, p. 128). Por lo tanto, en esa situación, el rumor que corre por Toledo del amancebamiento de su mujer con el arcipreste de Sant Salvador —“Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé qué de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer” (Lazarillo, 1987, p. 132)— no hace mella en Lázaro, aunque tenga motivos para por lo menos dudar: “y aun por más de tres veces me han certificado que antes que comigo casase había parido tres veces” (Lazarillo, 1987, p. 133). 

Esta adversidad final[17] se supera con éxito —o por lo menos se convive con ella de forma no negativa, como estaba haciendo con lo que ha denominado García de la Concha (1981, p. 80) “el oficio de marido complaciente”, que no se presenta ni siquiera como una adversidad—, puesto que Lázaro concluye la epístola ficticia con “Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna” (Lazarillo, 1987, p. 135), que conecta de forma directa con el final del prólogo y su autopercepción de “buen puerto”. 

 

 

4. Conclusiones

 

La lectura resiliente que se ha propuesto[18] se fundamenta en entender la resiliencia como el eje vertebrador de la vida de Lazarillo de Tormes por el que discurren sus fortunas y adversidades, ya que, si nuestro protagonista no hubiera desarrollado esta capacidad para anteponerse a su fatum aciago, no podría haber experimentado posteriormente el ascenso socioeconómico[19] y el descenso moral con el que termina el libro. De esta forma lo ilustra la Figura 1: 

 

Forma

Descripción generada automáticamente

Figura 1. El ascenso socioeconómico y el descenso moral en clave resiliente

 

Este carácter resiliente había sido destacado, de alguna forma, por algunos críticos, como J. L. Alborg: “su estoica resignación para aguantar los daños que vinieren” (1970, p. 746). También F. Lázaro Carreter, para diferenciar a Lázaro del héroe del relato épico: 

 

El protagonista es resultado y no causa; no pasa, simplemente, de una dificultad a otra, sino que va arrastrando las experiencias adquiridas; el niño que recibe el coscorrón en Salamanca, no es ya el mismo que lanza al ciego contra el poste en Escalona; ni el que sirve al hidalgo, tolera el trote ni las asechanzas del fraile de la Merced. Y, de este modo, el pregonero que soporta el deshonor conyugal es un hombre entrenado para aceptarlo por la herencia y por sus variados aprendizajes (1972, p. 67). 

 

Los golpes físicos y psicológicos que le da la vida, sobre todo en los tres primeros tratados, no son recordados con una amargura que impregne también el presente. Al contrario, son importantes para Lázaro, antes de presentar el “caso”, ya que se describen de forma prolija. 

Al igual que ocurre en El sueño de Luciano, el autor presenta al personaje como “modelo triunfante para los desheredados […] Lázaro y Luciano cuentan su historia desde un final satisfactorio de la misma, aunque ambos tuvieron que sufrir vapuleos —el salmantino, algo más— durante su niñez” (Lázaro Carreter, 1978, p. 39). 

El balance de las fortunas y adversidades, por tanto, es positivo, aunque pueda parecer paradójico porque la cantidad de adversidades es mayor que la de fortunas. La obra sugiere este balance positivo en varios puntos: por una parte, en el prólogo, que es fundamental porque no es un elemento separado de la novela (Ricapito, 1980, p. 63), lo menciona, tanto de forma más ambigua: “cosas tan señaladas”, que una primera lectura sugiere el sentido de ‘relevantes’, pero una segunda lectura retrospectiva sugiere el sentido de ‘comentadas, criticadas’, debido al final de la obra, y “por ventura”, que puede tener el sentido de ‘quizá’ y el de ‘afortunadamente’ (Rico, ed., 1987, p. 3, nota 2) como de forma más clara: “porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria con fuerza y maña remando salieron a buen puerto” (Lazarillo, 1987, p. 11). Se presenta, por tanto, la escritura como un acto de obediencia a Vuestra Merced —“Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso” (Lazarillo, 1987, p. 10)— y como una autojustificación de su vida (Ricapito, 1980, pp. 91 y ss.).[20] 

También encontramos esta reivindicación a lo largo de la obra: “huelgo de contar a Vuestra Merced estas niñerías, para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio” (Lazarillo, 1987, p. 24), “este fue el primer escalón que yo subí para alcanzar buena vida” (Lazarillo, 1987, p. 126), “todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré” (Lazarillo, 1987, p. 128), “En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir” (Lazarillo, 1987, p. 130), “Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna” (Lazarillo, 1987, p. 135), etc. 

Es decir, en Lázaro hay un balance positivo de su vida, de sus fortunas y adversidades, que es totalmente coherente con la lectura resiliente del personaje que se propone y que él mismo reivindica, como se ha señalado, en varias partes del prólogo y de la obra. Una valoración positiva de las adversidades que pondera el esfuerzo que le ha costado llegar a donde está y que le ha permitido forjar en él un carácter que hace que sea capaz de anteponerse a los posibles hechos negativos que le acontecen. 

 El esquema —a partir de los módulos propuestos por V. García de la Concha (1981, p. 93 y ss.)— de todas las fortunas y adversidades queda de la siguiente forma: 

 

Módulos

Bloques

Sucesos

Valoración

Localización

1.er módulo

Vida familiar

Trabajo y robos del padre como molinero

Fortuna

Tratado I

Encarcelamiento y muerte del padre

Adversidad

Trabajos de la madre: cocinera, lavandera y ¿prostituta?

Fortuna

Nueva relación de la madre con Zaide

Fortuna

Robos del padrastro

Fortuna

Padrastro pillado robando

Adversidad

Nuevo trabajo de la madre en el mesón de la Solana

Adversidad enmascarada como fortuna

El ciego (1.er amo)

Nueva vida con el ciego

Adversidad enmascarada como fortuna

Calabazada con el toro y burla

Adversidad

Descoser y coser el fardel

Hambre

Fortuna

Engaño con las monedas

Fortuna

Robo del vino

Fortuna

Jarrazo y humillación

Adversidad

Engaño con el racimo de uvas

Fortuna

Engaño de la longaniza y el nabo

Fortuna

Vómito de la longaniza, castigo y humillación

Adversidad

El clérigo (2.º amo)

Nueva vida con el clérigo

Adversidad enmascarada como fortuna

Tratado II

Mortuorios y ceremonias de defunciones

Fortuna

Visita del calderero y acceso al arcaz

Fortuna

Caza de la culebra y garrotazo

Adversidad

El escudero (3.er amo)

Nueva vida con el escudero

Adversidad enmascarada como fortuna

Tratado III

Tener que compartir la comida

Adversidad

Tronchos de berzas encontrados

Fortuna

Mendicidad

Fortuna

Ayuda de las vecinas hilanderas

Fortuna

Regalo del real del escudero

Fortuna

Fuga del escudero

Fortuna

2.º módulo

El fraile (4.º amo)

Nueva vida con el fraile

Adversidad enmascarada como fortuna

 Tratado IV

Romper los zapatos

Adversidad

“Otras cosillas”

Adversidad

El buldero (5.º amo)

Nueva vida con el buldero

Adversidad enmascarada como fortuna

Tratado V

“Hartas fatigas”

Adversidad

El pintor de panderos (6.º amo)

Nueva vida con el pintor

Adversidad enmascarada como fortuna

Tratado VI

 

Sufrimiento de “mil males”

Adversidad

3.er módulo

El capellán (7.º amo)

Nueva vida con el capellán

Adversidad enmascarada como fortuna

Trabajo como aguador

Fortuna

Comisión del capellán

Adversidad

El alguacil (8.º amo)

Nueva vida con el alguacil

Adversidad enmascarada como fortuna

Tratado VII

Pedrada y palos

Adversidad

Tiempo sin amo

Inicio del trabajo como pregonero de vinos

Fortuna

El arcipreste (9.º amo)

Nueva vida con el arcipreste

Fortuna enmascarada como adversidad

Boda con la criada del arcipreste

Fortuna

Rumores del amancebamiento de su mujer con el arcipreste

Adversidad

Tabla 1. Fortunas y adversidades del Lazarillo

 

No todas las adversidades, claro está, tienen la misma relevancia en el desarrollo de su resiliencia. Realmente fueron las primeras, sobre todo a partir de su nueva vida con el ciego, las que le harán convertirse en una persona con una gran capacidad de resiliencia ante los hechos adversos. Pasar hambre, como se ha mencionado, está muy presente en los tres primeros tratados y es lo que provoca que Lázaro adquiera gran parte de su resiliencia, además de que agudiza su ingenio: “que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa, y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí” (Lazarillo, 1987, p. 62). 

El hambre ha sido señalada por la crítica como “vector semántico” de los tres primeros tratados, 

 

en cuanto que cataliza las crecientes dificultades con que Lazarillo ha de enfrentarse en la lucha por la existencia. Porque […] los episodios que se insertan en ese vector no constituyen más que el cañamazo sobre el que Lázaro de Tormes teje el discurso de ostentación de su vida: admirad —viene a decir— mi capacidad de resistencia, mi astucia para remediarme, mi sagacidad para descubrir la realidad que se encubre bajo las apariencias de personas y cosas (García de la Concha, 1981, p. 97). 

 

Esto explica que el análisis resiliente de la novela se haya detenido especialmente en los tres primeros tratados (sobre todo, en el primero) y en menor medida en los demás, a excepción del último. Es el propio Lázaro el que “decide” contar más o menos detalles sobre sus fortunas y adversidades con los diferentes amos y así lo refleja el análisis, que no puede profundizar en las “cosillas” del tratado IV, las “hartas fatigas” del tratado V y los “mil males” del tratado VI. 

Esto no quiere decir que el aprendizaje de Lázaro haya terminado en el tercer tratado y que ya esté totalmente formado, así como desarrollada su resiliencia. El aprendizaje y el desarrollo de la resiliencia del personaje es continuo en toda la obra. 

La adversidad final de las “malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé qué de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer” (Lazarillo, 1987, p. 132) se supera gracias al carácter resiliente del personaje y Lázaro, en cierto modo, hace suyas las palabras del arcipreste como reflejo claro de la resiliencia que ha podido forjar durante toda la vida a través de sus fortunas y adversidades: “Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que toca, digo a tu provecho” (Lazarillo, 1987, p. 133). 

Lázaro, que ha sufrido el hambre y los castigos en sus propias carnes, no siente, como dirá uno de los personajes de Cervantes, “las lenguas y picos de los murmuradores, que son capaces de desmoronar cuerpos de bronce y de vidrio” (Cervantes Saavedra, 2005, p. 71). 

Por último, hay que resaltar que la resiliencia está condicionada por el leitmotiv de la obra, que está expresado proverbialmente en “arrímate a los buenos, y serás uno de ellos”. Esto es lo que intentó hacer su madre —“mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos, por ser uno dellos” (Lazarillo, 1987, p. 15)— y lo que intentó el propio Lázaro: “—Señor —le dije—, yo determiné de arrimarme a los buenos” (Lazarillo, 1987, p. 133). Si lo consiguió o no, gracias a la resiliencia, es cuestionable (Lázaro se casa con una manceba y su madre se había amancebado con un hombre moreno), pero lo que sí queda claro es que consiguió valerse por sí mismo, que es el consejo final que le da la madre antes de dejarlo: “válete por ti” (Lazarillo, 1987, p. 22). 

 

5. Notas


[1] Durante todo el trabajo se entenderá “fortuna” en el sentido moderno, de forma positiva, aunque en épocas pasadas y en la propia obra significara ‘desgracia’ (Rico, ed., 1987, p. 9, nota 19). 

[2] No es lugar este para una revisión del concepto ni para los diferentes matices que puede tener en psicología y en sociología. Para ello, se pueden consultar, en español, Melillo y Suárez Ojeda (2001), Forés y Grané (2008), Linares (2015), entre otros. 

[3] D. Alonso, ilustre representante de la estilística, se preguntaba en otro sentido: “¿Por qué cuando se habla del Lazarillo no se apela al testimonio de sus lectores, ante todo de sus lectores de España? ¿Lo que ha pasado por miles y miles de corazones y de cabezas, no tiene importancia acaso?” (1972, p. 29). 

[4] Ha sido tan crucial el título en esta obra que no sorprende que se conozca popularmente al personaje como “Lazarillo”, aunque solo aparezca llamado así una vez en toda la obra y resulte anacrónico mezclar “Lazarillo” y “de Tormes” (Rico, 1987, p. 139; García de la Concha, 1981, pp. 75, 88-89). Para más cuestiones sobre el título, vid. Colahan y Rodríguez (1993), que recuperan la opinión de F. Ayala respecto a que el contraste entre “Lazarillo” y “de Tormes” se debe a una motivación cómica. 

[5] El prólogo es también un elemento paratextual fundamental, “sin el que no puede entenderse la obra, y cuya ausencia hiere de muerte el propósito y la enorme riqueza interpretativa del Lazarillo, condenado ya, sin la óptica que otorga el paratexto inicial, a ser visto tan solo como el entrañable y superficial relato de las andanzas y desventuras de un muchacho aventurero y atolondrado” (Calzón García, 2022, p. 25). 

[6] Dentro de este debate, en los últimos años han aparecido trabajos de R. Navarro Durán que defienden la inclusión de parte del prólogo como parte del tratado I, puesto que “[e]l prólogo del Lazarillo tal como nos ha llegado presenta una incongruencia manifiesta: el último párrafo cambia de interlocutor sin que se indique. Primero el escritor se dirige a los lectores hablando de su libro; y al final, sin tránsito alguno, se oye ya la voz de Lázaro dirigiéndose a Vuestra Merced, al destinatario de su relato” (2006, p. 180; vid. también Navarro Durán, 2016, p. 12 y ss.). Para un análisis de algunas claves del prólogo, dividido en cuatro cuestiones enigmáticas (el caso, el marco referencial del intercambio epistolar, la identidad de Vuestra Merced y el estatus del prólogo), vid. el primer punto del trabajo reciente de Calzón García (2022). 

[7] Para un breve resumen de los diferentes autores propuestos, vid. Delfín Val (2017). 

[8] A. Ruffinatto resume las principales propuestas sobre la identidad de Vuestra Merced: M. de Riquer habla de un gran señor anticlerical erasmista, F. Lázaro Carreter lo caracteriza como “socarrón impenitente”, D. Brenes identifica al mismísimo Carlos V, R. Navarro Durán afirma que es una dama que tuviera como confesor al arcipreste y E. Torres Corominas apunta a la corte de Carlos V (Ruffinatto, 2021, p. 354, nota 19). 

[9] Una característica de la vida de Lázaro de Tormes es que casi todas las fortunas se acaban convirtiendo en adversidades de forma brusca, ya sea en forma de castigo (durante los primeros años de su vida), ya sea propiciando sucesos negativos. 

[10] En “fue frecuentando las caballerizas” (Lazarillo, 1987, p. 15), F. Rico opina que “quizá se está insinuando que la madre de Lázaro ejercía a veces de establera, prostituta” (1987, p. 15, nota 13). 

[11] Ambos aprendizajes serán relevantes más adelante en la obra: el primero, en el sexto tratado, cuando Lázaro afirma que “mi boca era medida” (Lazarillo, 1987, p. 126), en referencia a su salario mísero y que logra ahorrar porque es austero. El segundo, en las acciones posteriores con sus tres primeros amos, como ha señalado Lázaro Carreter (1972, pp. 94-95), se pueden relacionar las sangrías de los costales de harina con las sangrías del fardel del ciego, del arcaz del clérigo y el intento frustrado al escudero. 

[12] Las cursivas son del autor.

[13] Sigue siendo profundamente relevante la interpretación que hace D. Alonso sobre este tratado y la relación escudero-Lázaro: “Lázaro va comprendiendo, poco a poco, la verdad de su señor. Pero, en esa verdad, algo muy dulce y muy triste va invadiéndole: una creciente piedad que le aprieta el corazón. Es la primera, y casi la última vez, que un pícaro siente piedad. Y esa piedad le obliga a fingir —también él— que no se ha enterado, que no se ha dado cuenta de que su amo sufre como él, es tan desgraciado como él. Los dos juntos, frente a frente, los dos fingiendo, el uno por honra, el otro por piedad, el uno con ritmo creciente, según la verdad se abre paso; el otro con ritmo decreciente, según la piedad, como una dulce marea, le va anegando” (1965, p. 31). La complicidad se muestra, entre otras cosas, en que el escudero es el único amo que se interesa por saber quién es. Más adelante también se muestra, de forma más oculta, en la preocupación de Lázaro por vestir “hábito de hombre de bien” (Lazarillo, 1987, p. 127). 

[14] Para la contextualización de la lectura de los coetáneos de la obra, vid. las apreciaciones de F. Lázaro Carreter (1972, pp. 143-145). 

[15] Las cursivas son del autor.

[16] Vid. también las apreciaciones que hace V. García de la Concha (1981, pp. 101-103) sobre esta cuestión, que apuntan al significado sexual del fragmento. 

[17] En este análisis no se ha considerado como adversidad final el hecho de contar su vida, apuntado por F. Lázaro Carreter: “‘vuestra merced’, que se ha dirigido al pobrete y no a su amigo para inquirir noticias sobre el picante runrún que le ha llegado, queda perfectamente definido como socarrón impenitente, como ávido gustador de burlerías, que ha asentado a Lázaro en su última servidumbre, gastándole la más sangrienta broma: la de hacerle contar, por irrisión, su vida” (1972, p. 46). Esto se debe a que es cuestión de debate la interpretación del “caso” o los “casos”, según se entienda que a Vuestra Merced, que no conoce a Lázaro y tiene amistad con el arcipreste de Sant Salvador, le interesa o no la vida de Lázaro: si no le interesa, en realidad, no le estaría pidiendo que le cuente nada más que el ménage à trois (es decir, le interesaría la posible relación del arcipreste con su criada, no de la criada con el arcipreste, aunque Lázaro lo cuente así, en relación con toda su vida) y no sería, por tanto, una adversidad, algo que Lázaro hace “libremente” y que en ningún caso se le pide que cuente. Diferente es la interpretación defendida por G. Sobejano (1975, pp. 30-31) y reafirmada por V. García de la Concha, que apuntan a que el “caso” no es este triángulo amoroso, sino que es la propia vida de Lázaro, o por lo menos se hace referencia a dos casos diferentes, uno en el prólogo y otro en el tratado VII (García de la Concha, 1981, p. 46). En este caso, la observación mencionada de F. Lázaro Carreter tiene pleno sentido y sería la adversidad final.

[18] Lectura que es compatible con otras, como la de V. García de la Concha: “La fuerza del pregonero a lo largo de la carrera de su vivir no es la strenuitas en la lucha, el arrojo que alienta la conquista y resplandece en la victoria; es la fuerza como aguante o sufrida resistencia. Lázaro triunfa, en tal sentido, porque soporta. Soporta las pesquisiciones de la justicia (I, 12; III, 64) o del hidalgo (III, 44); los trompazos (I, 13, 18), pescozones, repelones y descalabros (I, 24 y s.) de parte del ciego; soporta tan bien, con los tres primeros amos, el hambre progresiva (II, 31), que la austeridad de su gaznate merece un cúmulo de elogios; soporta la soledad constante desde muy niño (I, 13) y el abandono de todos, hasta de sus amos (III, 66). ¿A qué seguir? Al final de la obra queda muy claro que Lázaro de Tormes es capaz de aguantar todo” (1981, pp. 141-142).

[19] Acertadamente V. García de la Concha (1981, p. 106) sitúa realmente el ascenso a partir del capellán: “Vale decir —y perdonéseme la glosas obvia— que el largo y dificultoso camino recorrido con los seis amos precedentes no ha supuesto ascensión alguna, aunque sí la preparación de inteligencia y fortaleza para ella”. 

[20] Se ha hablado de “epístola hablada” —“digo que se trata de una epístola ‘hablada’, con términos algo contradictorios, porque parece que escuchamos, de hurtadillas, la confesión dirigida por Lázaro al amigo de su protector” (Guillén, 1957, p. 268; vid. también la nota 12 de esta página)— o escritura fingida, puesto que Lázaro no sabe escribir: “Lázaro no escribe, habla (un escribano anotaría su declaración), porque no sabe escribir: nunca ha ido a la escuela ni menciona tampoco haber recibido educación alguna” (Navarro Durán, 2006, p. 180); tomado por A. Ruffinatto como “la principal ofensa al principio de verosimilitud: o sea el hecho de que un pobre pregonero, educado de la calle, sea capaz de escribir una carta y redactar su autobiografía” (2021, p. 353). Distinta interpretación a F. Rico es la que propone A. Gómez-Moriana sobre el acto de obediencia, en su estudio de genética textual, que afirma, siguiendo a J. Talens (1975), que es ambiguo que Lázaro sea el destinatario directo de Vuestra Merced y que no se debería entender necesariamente como una carta, sino como una orden (Gómez-Moriana, 2007, pp. 40-42). En este sentido, habla A. Ruffinatto de “trampantojo”: “Se trata, en resumidas cuentas, de un elegante trampantojo, donde la trampa reside exactamente en la sensación de que a Lázaro le corresponda la obligación de responder a una carta que un eminente personaje (Vuestra Merced) le habría enviado para conocer un determinado caso. En realidad, Lázaro […] adquiere más bien la propiedad de destinatario indirecto y, en su papel de escritor, la de destinador ‘abusivo’” (Ruffinatto, 2021, p. 349). 

 

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Nota sobre el autor

 

Santiago García-Jiménez es graduado en Filología Hispánica con Mención en Italiano por la Universidad de Sevilla (2019-2023) y becario de colaboración en el Departamento de Lengua Española, Lingüística y Teoría de la Literatura de la misma institución. Sus intereses principales se encuentran dentro del campo de la lingüística y de la teoría de la literatura, como disciplinas independientes, pero también la influencia que tiene la lingüística en la teoría de la literatura, especialmente la relación entre la lingüística cognitiva y la poética cognitiva. 

 

 

 

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