Philologica Canariensia 31 (2025), pp. 79-108
DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2025.761
Recibido: 2 de mayo de 2024; versión revisada aceptada: 19 de febrero de 2025
Publicado: 30 de mayo de 2025
“Literatura reconstruida” e identidades viajeras: el sujeto itinerante mistraliano en Gabriela Mistral, rebelde magnífica, de Matilde Ladrón de Guevara
“Reconstructed Literature” and Traveling Identities: The Mistralian Itinerant Subject in Gabriela Mistral, rebelde magnífica, by Matilde Ladrón de Guevara
« Littérature reconstruite » et identités voyageuses: Le sujet itinérante mistralien dans Gabriela Mistral, rebelde magnífica, de Matilde Ladrón de Guevara
Cristian Basso Benelli
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Chile / Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
ORCID: 0000-0001-8927-841X
Este artículo propone la existencia de un sujeto itinerante en la construcción identitaria del discurso autobiográfico mistraliano y explora su configuración en Gabriela Mistral, rebelde magnífica (1989), de Matilde Ladrón de Guevara, obra fundacional para los procesos de desmitificación de su imagen pública y privada. Con el fin de aportar a la actual relectura de la obra de Mistral, se recurre al término “literatura reconstruida”, la noción de identidades viajeras y a algunas contribuciones de las teorías del sujeto y de la nueva crítica mistraliana para concluir que el sujeto itinerante constituye un recurso discursivo que emplea la Nobel chilena como resistencia a un orden social excluyente y estigmatizador de las diversidades sexo-genéricas.
Palabras clave: discurso autobiográfico, sujeto itinerante, identidades viajeras, Gabriela Mistral, Matilde Ladrón de Guevara
Abstract |
This article proposes the existence of an itinerant subject in the construction of identity in Mistral’s autobiographical discourse and explores its configuration in Gabriela Mistral, rebelde magnífica (1989), by Matilde Ladrón de Guevara, a foundational work for the processes of demystification of her public and private image. To contribute to the current re-reading of Mistral’s work, the term “reconstructed literature”, the notion of traveling identities and some contributions of the theories of the subject and the new Mistralian criticism are used to conclude that the itinerant subject constitutes a discursive resource used by the Chilean Nobel as a resistance to a social order that excludes and stigmatizes gender diversity.
Keywords: autobiographical discourse, itinerant subject, traveling identities, Gabriela Mistral, Matilde Ladrón de Guevara
Résumé |
Cet article propose l’existence d’un sujet itinérant dans la construction de l’identité dans le discours autobiographique de Mistral et explore sa configuration dans Gabriela Mistral, rebelde magnífica (1989), de Matilde Ladrón de Guevara, un ouvrage fondateur pour les processus de démystification de son image publique et privée. Afin de contribuer à la relecture actuelle de l’œuvre de Mistral, nous utilisons le terme de « littérature reconstruite », la notion d’identités voyageuses et certains apports des théories du sujet et de la nouvelle critique mistralienne pour conclure que le sujet voyageur constitue une ressource discursive utilisée par le Nobel chilien comme résistance à un ordre social qui exclut et stigmatise la diversité de genre.
Mots-clés : discours autobiographique, sujet itinérant, identités voyageuses, Gabriela Mistral, Matilde Ladrón de Guevara
1. Introducción
Recuerda Matilde Ladrón de Guevara (1910-2009)[1] en su vívido Gabriela Mistral, rebelde magnífica (1957)[2] que, junto a Gabriela Mistral (1889-1957), recorrió una tarde de 1947 las cercanías de los estudios cinematográficos de Hollywood. Lo inolvidable del momento se expresa por la autora de Leona de invierno de esta manera:
¿Hollywood? Sí, la patria de lo irreal, de lo sofisticado. No es broma ni sueño estar con Gabriela sin pompa, sin maquillaje, toda natural. Así es el encuentro, el primer paseo. Cae la tarde sobre infinitas tardes que han caído después [...]. Corre el automóvil como en el sueño de los sueños y queda en suspenso la luz [...] Y, sin reflectores cinematográficos, la mano de Gabriela empieza a esconder su ademán natural y artístico. Y de la soledad inmensa viene esta voz antigua, sin edad, sin tiempo, cantando. Del contorno de las cosas surge la historia real de la vida. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 10)
Como se observa, se trata de una conciencia discursiva que se adelanta a la necesidad de desmitificar la figura pública y privada que el sistema cultural ha construido de la Nobel chilena, a partir de la narración inicial de un hecho significativo de dos escritoras en itinerancia que se encontraron en Estados Unidos (1947) e Italia (1951) para cultivar un vínculo amistoso y epistolar que trascendió más allá de dichos encuentros. Las razones: la conciencia del valor y proyección de sus obras, los objetivos de vida compartidos, la sororidad como respuesta a un orden global machista, la conformación de redes intelectuales de apoyo y el cultivo de la escritura autobiográfica como vía de construcción identitaria de un sujeto itinerante que enfrenta los obstáculos de su época, porque “los poetas somos gentes de folclore y de mitología, y de esto vivimos y morimos cuando dejamos caer ambas cosas” (Mistral, 2013a, p. 277).
Matilde Ladrón de Guevara se propuso conocer a Mistral y entrevistarla para la revista Ecran (1930-1969), dedicada al teatro y al cine hollywoodenses. Su tesón fue tal que, impensadamente, el reportaje íntimo se convirtió en el comienzo de una amistad que perduró una década, consolidando otra de las redes intelectuales que caracterizaron la comunicación estratégica de la poeta chilena con influyentes “hacedoras de la cultura” de su tiempo. Su viaje a Estados Unidos parece responder a una necesidad interior, incluso más fuerte que la propia tarea periodística:
Y como me atraen las personalidades artísticas hace años [...] me atreví a llegar a casa de Gabriela Mistral [...] Desde aquel entonces tuve deseos de contar en Chile cómo era Gabriela, cómo vivía, cómo era de espontáneo su trato, su alegría, cuánto había de bondad, de sabiduría y tolerancia en sus frases [...] Mi primera impresión jamás varió. (Ladrón de Guevara, 1989, pp. 10-11)
En relación con lo anterior, el estudio aquí propuesto concentra su atención crítica en esta obra precursora del develamiento de una “Mistral otra” para indagar en el sujeto itinerante como entidad estratégica en la construcción de su discurso autobiográfico. Para ello, se propone el término “literatura reconstruida” y se recurre a la noción de identidades viajeras y a algunas contribuciones de las teorías del sujeto y de la nueva crítica mistraliana. Asimismo, se pretende colaborar con los procesos actuales de relectura del legado autobiográfico de Mistral, a partir de la conclusión de que el sujeto itinerante es un recurso discursivo “de acción retórica” (De Man, 1991) que emplea Mistral en las manifestaciones literarias de autobiografismo para resguardar su “proyecto identitario” (Pizarro, 2005) como mecanismo de resistencia a un orden social excluyente y estigmatizador de las diversidades sexo-genéricas.
2. Literatura reconstruida en Gabriela Mistral, rebelde magnífica
Una de las principales vías de acceso a la investigación literaria de los textos autobiográficos de Gabriela Mistral proviene de la “literatura reconstruida” de los documentos, registros y testimonios de quienes la trataron directamente y de la obra inédita y póstuma del Legado “Atkinson”,[3] disponible desde 2007 en la Biblioteca Nacional de Chile. El rescate no solo ofrece la posibilidad de una “literatura reconstruida”, destinada a la edición y difusión de una trascendente obra literaria canónico-tradicional, sino también la configuración de un sujeto mistraliano que esperó siete décadas para aumentar, en complejidad, la también inédita forma de concebirlo con el fin de desmitificarlo a partir del redescubrimiento.
Cuando proponemos el término “literatura reconstruida”,[4] lo hacemos desde la perspectiva testimonial de recuerdos compartidos y, en algunos casos, ficcionalizados de la experiencia directa de testigos que conocieron a la poeta chilena en su círculo íntimo, documentados mayoritariamente en el intercambio epistolar. Se suman, por cierto, las investigaciones de editoras y editores[5] que asumieron la tarea de recuperar, publicar y analizar los hallazgos literarios de valor prismático.
Ambas fuentes bibliográficas ampliaron, consecuentemente, el corpus escritural editado por la autora hasta 1957[6] y ofrecieron la posibilidad de acceder a la velada identidad del sujeto discursivo mistraliano desde nuevos enfoques críticos, entre los que destacan las perspectivas de género, las teorías queer, la crítica feminista, la crítica genética y los estudios culturales.
“Reconstruir” la literatura de la archivística dispersa y recuperada de autorías inéditas requiere etapas reflexivas previas que orienten la formulación de exigentes criterios de selección, transcripción y edición, siempre cuestionables y susceptibles de crítica. La naturaleza y la relevancia del rescate radican justamente en el juicio selectivo de quienes editan, en especial cuando se trata de textos autobiográficos tan diversos como la propia personalidad de quienes los escribieron.
Indagar en dichos criterios puede sentar las bases de la acción reconstructiva de las textualidades, trayendo consigo la revelación de insospechadas identidades de sujetos discursivos, particularmente de aquellos que han debido subsistir a un contexto sociocultural e histórico opresor, pues reconstruir implica también un ejercicio de creación, tal como ocurre con la valiosa tarea de la traducción literaria.
Considerando lo anterior, la producción escritural de Gabriela Mistral vio multiplicada su obra gracias a la sucesión de compilaciones póstumas elaboradas, en el tiempo reciente, por Cecilia García Huidobro (2005), Elizabeth Horan y Doris Meyer (Mistral y Ocampo, 2007), Luis Vargas Saavedra (Mistral, 2008; Mistral, 2011a; Mistral, 2013a), Pedro Pablo Zegers (Mistral, 2009; Mistral, 2011b; Mistral, 2013b; Mistral, 2015b; Mistral, 2015d), Daniela Schütte González (Mistral, 2014; Mistral, 2021), Pedro Elizabeth Horan, Carmen de Urioste Azcorra y Cynthia Tompkins (2019), Gustavo Barrera Calderón (Mistral, 2022a), Elizabeth Horan (2023) y Gladys González (2023; Mistral, 2020; Mistral, 2021b; Mistral, 2022b), entre otras entregas que la renuevan año tras año. Por consiguiente, debemos a sus aportes los poemarios Almácigo (2008), Baila y sueña: rondas y canciones de cuna inéditas (2011a) y Matriarca (2022a), que se suman a la aparición de los epistolarios inéditos basados en la correspondencia íntima con sus afectos más próximos: Palma Guillén de Nicolau (1893-1975) en Hijita querida (2011b), Juan Miguel Pablo Godoy Mendoza (1925-1943) en Yin Yin (2015d) y, en especial, con su albacea y pareja amorosa Doris Dana (1920-2006) en Niña errante (2009) y Doris, vida mía (2021a). Asimismo, se publicaron reediciones aumentadas del póstumo Poema de Chile (2015c) y de los Recados completos (2023), editadas por Diego del Pozo, que enriquecieron, sin duda, la literatura mistraliana existente con novedosas ediciones críticas, poéticas y autobiográficas.
En dicho contexto editor cabe preguntarse, entonces, por qué nos ocupamos de Gabriela Mistral, rebelde magnífica, de Matilde Ladrón de Guevara, publicada por primera vez en 1957. Por varias razones: en primer lugar, se trata de una valiosa obra de género referencial que, injustamente, no ha tenido la suficiente cobertura crítica que merece como fuente creativa que registra, documenta y testimonia la experiencia vital de dos relevantes escritoras y viajeras mediante la hibridación textual reconstructiva. En segundo lugar, es pionera en los procesos de desmitificación del sujeto mistraliano y en la difusión de una Mistral desconocida. En tercer lugar, contiene pasajes “reconstruidos” por Matilde Ladrón de Guevara tras la muerte de Mistral en los que transcribe y recrea diálogos, conversaciones, anécdotas, hechos y reflexiones de la admirada y cercana amistad de dos escritoras chilenas que recorrieron el mundo para comprenderlo y actuar con rebeldía contra un sistema dominante y opresor que limitaba su desarrollo: “Chile era demasiado angosto para ella. Se consideraba ciudadana del universo sin hacer distinciones de religión, razas, idiomas y credo político o geografía. El mundo le pertenecía” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 57).
El resultado es una obra de género referencial[7] fragmentaria como la propia naturaleza enigmática del sujeto al que aspira conocer y retratar. Se caracteriza por la hibridez estructural, temática y memorística.
Dividida en tres partes (“Primera ventana”, “Epistolario” y “Última ventana”), Gabriela Mistral, rebelde magnífica construye un discurso autobiográfico no cronológico que alterna la narración ficcionalizada de la experiencia cómplice de ambas escritoras en Monrovia (Los Ángeles, Estados Unidos) y en Florencia y Génova (Italia)[8] con la inclusión de encuentros con intelectuales, alusiones al proceso creativo de Poema de Chile (1967), citas del pensamiento mistraliano, confesiones de hechos traumáticos, textos poéticos inéditos (“Salutación”, “Sin ti” y “Dios”) y testimonios epistolares de Laura Rodig, José Vasconcelos (1882-1959), Eugenio Labarca (1895-1939), Pedro Moral Quemada, Radomiro Tomic y José de la Luz León (1893-1981); además de 34 cartas: 16 de Mistral, 16 de Ladrón de Guevara y 2 de Sybila Arredondo (1935), hija de Matilde, que pasó una temporada junto a Mistral y Doris Dana en Génova.
3. “La naturaleza humana está hecha de olvido”: génesis de la obra y extranjería
Si bien Mistral mantuvo correspondencia con muchas figuras públicas de su época, fue solo con un selecto grupo de amistades con quien compartió su vida y espacio íntimos, al que tuvo acceso directo Matilde Ladrón de Guevara: “[Y]o no sé por qué nos hicimos tan amigas. Si bien es cierto que era generosa, no es menos cierto que era reservada para entregar su intimidad” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 56); a lo que habría que añadir la enigmática fascinación que la poeta despertaba en quienes la conocían. Así lo narra Matilde Ladrón de Guevara cuando, luego de regresar a su habitación tras una amena conversación de sobremesa, se pregunta horas antes de concluir su estancia en la casa de Gabriela Mistral en Rapallo:
¿Quién era ese ser? La casa dormía quieta. Yo subía un tanto atribulada por la separación hasta el cuarto extenso y solitario. Allí, entre las sábanas, afinaba mi sensibilidad, sin pensar que un día iba a tener la responsabilidad de contar aquellas vigilias del alma. Empero, con el conocimiento intuitivo de que esos instantes eran algo único en mi vida, y de cuya apariencia debía surgir, más adelante, este relato espontáneo y humano, donde cada gesto, por pequeño que sea, acumulará más detalles de esa vida genial que se gestó en Chile. Algunos maestros, sociólogos, literatos o sicólogos la estudiarán a fondo y como es debido. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 37)
Cinco años después, y tras regresar a Chile luego de un viaje al extranjero con escala final en Buenos Aires, Matilde Ladrón de Guevara se entera de la agonía y la muerte de su amiga por los rotativos bonaerenses. En la edición de Losada (1962), relata la circunstancia que la llevó a escribir Gabriela Mistral, rebelde magnífica. Fue un amigo periodista quien la convenció de la urgencia de publicarla:
Hacía meses, con una intuición jamás concebida, había estado buscando todas sus cartas. ¿Por qué? Lo ignoro. Logré reunir algunas y estuve, en esa época, comentándolas con un amigo periodista a quien dije textualmente:
—Es como si alguien me avisara de que ya es el momento oportuno para releer las cartas, donde cada una de sus frases, por tercas o sintetizadas que parezcan, son una lección, un ejemplo humano, poético, social, literario, filosófico, y recordar además las largas conversaciones, las confidencias que deberán de servir de lección, especialmente a mujeres y gobernantes.
—Tienes que publicarlas en un volumen que debes ir preparando, pues todo lo de nuestra Gabriela es interesante para el mundo latino. (Ladrón de Guevara, 1962, p. 173)
Sin embargo, las cartas fueron insuficientes para “reconstruir” el pasado común. La memoria quiso vivificar, lo más fidedignamente posible, la experiencia compartida con la poeta. No podían quedar fuera el pensamiento, la anécdota y el habla identitaria de Mistral, así como también las reflexiones críticas de Matilde. Así, recurrió a la narración reconstructiva de los hechos que, entre otros aspectos, intentó reproducir los códigos de la oralidad de la gran conversadora que era Mistral, rasgo que tantos destacaron en vida (Victoria Ocampo, Giovanni Papini, Isolina Barraza, por ejemplo). Tras ello, se propuso perseguir la verdad que, sostuvo, “no me será negada en la fuente misma de su esencia” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 17).
Con afanoso cuidado por el trato y la detallada reminiscencia de sus viajes, Matilde da cuerpo a una de las primeras aportaciones desmitificadoras de la imagen distante de la poeta. Suma recuerdos, comparte experiencias e integra visiones de amigas y amigos cercanos a Mistral para reconstruir y difundir su propia visión sobre la “hermana”, la amiga con la cual discute y analiza la realidad política, cultural y social del momento, la compañera de ruta en la formación literaria: “Me fascinó su voz profunda como su pensamiento, que desgranó recuerdos de su tierra cuando me tuvo confianza” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 11).
Aunque su propósito radica en mostrar a la poeta de una manera más cercana, el enfoque admirativo deja entrever un compromiso férreo por difundir solo aquellos aspectos que la poeta habría aprobado, al menos en la primera edición, entre los cuales se excluye el abordaje de su diversidad sexo-genérica.[9] Presumiblemente, se trata de un resguardo leal de la información privada que la propia poeta exigía a quienes compartían su círculo afectivo como una condicionante que, de cumplirse, traería consigo el privilegio del trato familiar. Matilde Ladrón de Guevara se refiere a ella como “amiga del alma”, “dulce amiga”, “mi queridísima e inolvidable Gabriela”, “linda querida” o “mi amiga buenísima”, gradación que aumenta cuando el afecto crece. Por su parte, Mistral la llama “hermana”, “cara Matilde”, “cara compañera”, salvo en una ocasión en que ocurre un hecho inexplicable, al decir de Matilde, de algunas diferencias suyas con Hernán Díaz Arrieta (Alone), quien, al parecer celoso por la amistad entre ambas, habría generado un conflicto tras llevar a cabo una visita a Mistral en Nápoles en 1952. Es la única oportunidad que Mistral emplea el vocativo “cara señora”, que a Matilde podría haberle resultado hiriente.
Al respecto, no debe obviarse que las amigas son escritoras; por ende, la construcción del sujeto itinerante pasa también por el tamiz poético, en consecuencia, metaforizado, hiperbolizado y susceptible de interpretaciones. Pese a ello, comparten visiones de mundo, crítica social, reivindicación de derechos igualitarios con perspectiva de género, preocupación por la infancia vulnerada, cultivo de la poesía y experiencias vitales comunes que surgen de la anécdota de viaje. Por ejemplo, recuerda Matilde Ladrón de Guevara una inolvidable y reveladora visita que ambas hicieron en Florencia a la casa de Giovanni Papini.
El encuentro con el escritor italiano, enfermo y casi ciego, muestra a las amigas cómplices que, ya avanzada la madrugada, comparten una conversación en el pórtico de un hotel florentino tras terminar una cena en un céntrico restaurante: “Se hacía tarde y salimos. El reloj del campanil daba las dos de la madrugada y Gabriela, como colegiala en falta, ya en la puerta del hotel me decía: ‘¡Ha sido linda la noche! Vos soi una chilena alegre, porque tenís pura sangre española.[10] En cambio, yo soy una india’” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 85), origen que suele aparecer en el discurso autobiográfico mistraliano, pues tiene la propiedad de ofrecer y configurar un espacio narrativo propicio para la autoconstrucción identitaria del sujeto discursivo a través del ejercicio de la escritura en la cual se entretejen la autoconcepción de un “sí mismo” en permanente reflexión sobre su naturaleza e identidad, su propia historia, origen, creencias y modos en que interactúa con el concierto sociocultural circundante. Este último justifica la producción escrita, mayoritariamente epistolar, que responde a intereses y contextos definidos, porque “es un gran error sacar estas anécdotas autobiográficas de las cartas que Mistral escribió y aislarlas de sus contextos comunicativos y retóricos” (Horan, 2023, p. 100).
En cuanto a la amistad que sostuvieron, resulta llamativa —y también contradictoria— una confesión que consigna Jaime Quezada en Bendita mi lengua sea (Mistral, 2019), diario íntimo mistraliano que el poeta chileno organizó a partir de fragmentos autobiográficos provenientes de la “familia de cuadernos” de Mistral, dispuestos por él en un devenir cronológico que da organicidad al libro y cuyo criterio estructurante son las ciudades en las que ella se asentó durante algunas temporadas por motivos laborales como profesora y directora de centros educativos o cumpliendo la misión consular.
El investigador dividió dicha obra en cuadernos fechados y situados en ciudades que van desde su etapa provincial chilena (La Serena, 1905; Coquimbo, 1906-1909, Los Andes, 1914-1917; Magallanes y Temuco, 1918-1920; Santiago, 1921) a la latinoamericana, que comienza con su experiencia mexicana (México, 1922-1924), luego la española y portuguesa (Madrid y Lisboa, 1934-1940), la brasileña (Petrópolis, 1941-1945), la estadounidense (California, 1946-1947; Long Island, Nueva York, 1953) y la italiana (Nápoles, 1952). Hay que considerar que, para efectos de esta investigación, resulta relevante la estancia de Gabriela Mistral como cónsul de Chile en Italia (1950-1952), época en la cual compartió con Matilde Ladrón de Guevara en Rapallo y Florencia.
Quezada introduce el compendio del diario íntimo con una aguda observación sobre el sentido del viaje para Mistral: “Siempre estuvo escribiendo no solo su propia poesía y su sorprendente prosa, sino también otros temas fundamentales que siempre la nutrieron: su patria natal, su continente americano y muchas otras patrias adoptivas” (Mistral, 2019, p. 11). Esta literatura, también “reconstruida”, manifiesta la preeminencia del criterio del viaje como constante en la condición errabunda de la autora, característica que definió su vida y su producción literaria:[11] “No soy, pues, una tránsfuga ni una vagabunda por puro capricho” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 212).
A propósito de lo expuesto, es elocuente el planteamiento de Carolina A. Navarrete González, Gabriel Saldías Rossel y Juan Manuel Fierro Bustos cuando afirman que “[e]sta condición vital de ‘apartarse’ del camino conocido y adentrarse en espacios nuevos e incluso indeterminados plantea una perspectiva de análisis que pone su énfasis en el carácter subjetivo del devenir personal que motiva el tránsito de Mistral alrededor del mundo” (2023, p. 315). El aporte de esta investigación reconoce en la poeta una tipología de errancias: familiar, pedagógica y diplomática, entre las que no puede quedar ajena la emocional porque, tal como sostienen, “el errantismo de Mistral nace en un principio como una estrategia de supervivencia que es esgrimida como una forma de resistir a la exclusión” (Navarrete González, Saldías Rossel y Fierro Bustos, 2023, p. 338), características a las que habría que añadir la “itinerancia discursiva”, a cargo del sujeto itinerante.
4. Sujeto itinerante mistraliano e identidades viajeras
Las discusiones teóricas sobre el sujeto (Jay, 1994; Van Dijk, 1996; Scarano, 1997; Bajtín, 1999; Foucault, 2002), tendientes a pensarlo como voz discursiva que se construye mediante la palabra, han consensuado su existencia como una otredad, siempre y cuando el receptor participe activamente de su reconocimiento. Quien se configura en el discurso autobiográfico se convierte en fuerza centrípeta en torno a la cual el relato adquiere personalidad e identidad en construcción:
El individuo debe tender hacia un estatus de sujeto que no conoció en ningún momento de su existencia. Tiene que sustituir el no-sujeto por el estatus de sujeto, definido por la plenitud de la relación de sí consigo. Tiene que constituirse como sujeto, y en ello debe intervenir el otro. Creo que tenemos aquí un tema bastante importante en toda la historia de esa práctica de sí y, de una manera más general, de la subjetividad en el mundo occidental. (Foucault, 2002, p. 133)
Según Laura Scarano (1997), el sujeto reviste la condición de enunciador de la subjetividad que surge de la escritura cuando esta asume la identidad de sujeto textual responsable y regidor del discurso, actuando como mediador entre autor y escritura. Sobre todo, reconoce entre sus rasgos (basados en el lenguaje que lo origina) la “fragmentación”, característica que se comprende en el contexto de una configuración identitaria de proceso y no de producto, y agrega que “[l]a experiencia del lenguaje no puede ser sino ‘intersubjetiva’ y abre el texto a su naturaleza dialógica con la noción de sujetos pluralizados en la escritura” (Scarano, 1997, p. 16). Asimismo, indica que
el sujeto autobiográfico, “impostor” (de Man), “prófugo” (Lejeune), “otro” (Bajtín) no se realiza sino en su diáspora; traza una parábola que lo revela y oculta, lo inscribe en su imaginario cultural y lo legaliza como individuo en su discurso. La escritura autobiográfica quizás no sea más que eso: la navegación de una mirada propia y ajena por los pliegues y fisuras del auto-relato. (Scarano, 1997, p. 9)
Por esta razón, las clasificaciones recientes del sujeto mistraliano (Rubio-Rubio, 2011; Falabella Luco, 2016; Cabello Hutt, 2018; Zemborain, 2018; Fiol-Matta, 2024, entre otras propuestas) han permitido redefinirlo de maneras diversas como sujeto “intelectual”, “maternal”, “onírico”, “visionario”, “imaginario”, “camaleónico”, “elegíaco”, “profético”, “lésbico”, “autocensurado”, “queer”, “enigmático”, “fantasmagórico”, “no binario”, “santificado”, “camuflado”, “intersexual”, entre otros epítetos que parecieran reconstruir también nuevas aristas de mitificación, pero muy distintas a las que pervivieron durante gran parte del siglo XX, cuando fue concebido desde un prisma estático, que resguardara la imagen del sujeto oficial intocable, fijo y restrictivo en la figura maternal sacralizada que, al decir de Licia Fiol-Matta (2024), es la responsable de la indiferencia que prevaleció para leerlo de otros modos, en particular desde el reconocimiento de la sexualidad queer:
El país consagró a Mistral, la convirtió en ícono nacional, pero bajo la condición de ser heterosexual, célibe, santa y suficiente. Ocupó un sitial en el canon literario latinoamericano únicamente por ser la Madre-Maestra de la nación. Su obra pasó a ser poco leída y lo que es tal vez peor, pasó a ser leída bajo el signo de la sorna y el desdén porque supuestamente solo le importaban las madres y los niños. Así fue que se enmarcó toda la obra dentro de un marco sentimental. (Fiol-Matta, 2024, p. 12)
Sin embargo, en un pasaje de Gabriela Mistral, rebelde magnífica se evidencia el compromiso de Matilde por respetar la privacidad del entorno amoroso de Mistral, resguardo más bien atribuible al círculo de protección de las redes queer de la poeta,[12] el cual, quizás, pudo conocer Matilde:
De su vida sentimental habló poco conmigo. No obstante respetar yo esa zona, un día caminábamos por la playa de Rapallo, y después de haberle hecho confidencias, le pregunté:
—Dígame, amiga, ¿a quién se refería usted cuando escribió aquellos versos que dicen: “La tierra se hace madrastra / si tu alma vende a mi alma”? [refiriéndose al poema “Dios lo quiere”, de Desolación].
Sonrió y se cubrió la cara con las manos. Me miró por entre sus dedos largos y los fue separando lentamente, como los niños que han cometido una diablura. Y con picardía soltó estas palabras:
—¡Ay, Matilde, las cosas que me pregunta! Solo puedo decirle que me da vergüenza pensar que yo he podido escribir cosas tan pasionales. ¡Me causan espanto ahora! Sin embargo, usted tiene que haber comprendido que ese amor no es precisamente el amor que me inspiró los sonetos de la muerte. ¡Fue un segundo amor, hermana!
Calló. Seguía caminando con lentitud y agregó:
—Lo mismo le va a suceder a usted. Algún día recordará ese impulso como algo que pasó y aventó mucho en usted, algo que no regresa más, pero queda en eso que llaman literatura, ¡vida diría yo! Así saltamos las etapas de la existencia. Después todo se tamiza. Entramos en ciclos nuevos. Es la hoguera que prende en un momento su alta llama. Después: ¡ceniza! Residuos porfiados. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 40)
Actualmente, y ya explícito su lesbianismo, se han propuesto perspectivas críticas que trascienden al hecho de concebirla restrictivamente desde la noción consabida —bipartita, si se quiere— de la oposición Lucila Godoy Alcayaga versus Gabriela Mistral, incluso más allá de la dualidad que plantea su tradicional reconocimiento. La base común que los hermana radica en una macrodivisión compuesta por nociones todavía más restrictivas, motivo por el cual, en 2005, Cecilia García Huidobro, antes de la difusión de sus epistolarios amorosos, declaraba que “no es exagerado afirmar que Gabriela Mistral sigue siendo una completa desconocida entre nosotros. En alguna medida le hemos impuesto siempre un pedestal y, probablemente, ella misma contribuyó a ello” (2005, p. 14).
De ese autocuidado por la prevalencia del sujeto oficial y el resguardo del sujeto íntimo surge como mediador entre ambos el “sujeto itinerante”, denominación que se refiere a la concepción de una identidad discursiva en construcción y mutación permanentes que despista o elude la atención a quien va dirigido el discurso autobiográfico, más allá de la evidente relación de su naturaleza ontológica con la alusión lógica y directa a la actividad del viaje y sus derivaciones concretas o alusivas en la escritura mistraliana. Así como las estancias de Mistral en distintos países son pasajeras, también lo es el sujeto itinerante en los textos autobiográficos: “Es cosa un poco heroica acordarse de los ausentes: la naturaleza está hecha de olvido” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 195); “Nunca achaque usted a malas ganas o a olvido mis silencios largos” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 183).
El sujeto itinerante, cuya residencia es textual, oficia de negociador con el discurso cultural oficial, pues conoce los sistemas de poder, y por eso autorregula el discurso como defensa:
Yo viví seis años con mi jubilación rebanada por el señor Ibáñez. Y viví. Dios es grande, es el amigo de los abandonados y de los perseguidos. Ud. sabe aquella especie de cuento de hadas que fue el paso por mi vida de esa señora inglesa que me regaló una casa en Francia. Ya vuelve el Sr. Ibáñez, ídolo de la chilenidad, y yo volveré a vivir el trance de que me rebanen el presupuesto. Viví, pues. Me fui a EE. UU. y volví a Europa. ¡Demos vuelta la hoja! No vale la pena resobar tales recuerdos, mi Matilde buena. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 175)
Su conciencia discursiva actúa como salvaguarda de la intimidad y la privacidad del personaje público: “La vida ya para mí fue demasiado madrastra, y me dejó este miedo, casi terror, de las gentes” (Ladrón de Guevara, 1989, pp. 124-125). En otro momento, le escribe a Matilde: “A mí no me duele ninguna cosa que veo en claro. Solo me duele el no ver. O el ver este asunto sin contornos claros que es el por qué mi gente me huye; o se me da y luego se escapa” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 175); y “Soy cristiana, pero tengo una concepción muy personal sobre la religión. No se debe hablar de esto. Solo sé decirle que no soy dogmática y que le rezo a Dios, es decir, le hablo a Dios muy a mi manera” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 53).
Otro de los rasgos que le son distintivos es la actitud generosa, observadora y crítica de hechos y personas, que se torna descriptiva cuando toma distancia del objeto sobre el cual trata: “Nuestro Alone tiene la melancolía de envejecer. Que venga; estos pueblos viejos tienen más infancia del corazón que los nuestros” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 168). El sujeto itinerante está en permanente tránsito para no ser revelado y por una búsqueda incesante de una territorialidad propia. Como no existe dicho espacio, viaja con la esperanza de hallarlo.
Al respecto, los actuales estudios presentan mayor evidencia de la clasificación del sujeto mistraliano como “sujeto errante”, pues su condición viajera es definitoria de la identidad discursiva. Sin embargo, el planteamiento que aquí se propone distingue el “sujeto errante” del “sujeto itinerante” para resaltar que su naturaleza no se limita al vagabundaje o la errancia como condición de vida, sino que configura una entidad discursiva que controla los sujetos íntimo y oficial, circulando entre ambos para cautelar la integración del sujeto mistraliano en la vida comunitaria y cultural. En otras palabras, no se restringe solo a la representación viajera como “sujeto errante”,[13] sino a una entidad móvil que se complejiza porque es sujeto y textualidad a la vez, es decir, discursividad. Por esta razón, y para conseguir el propósito de control de los logros alcanzados por el sujeto oficial, es capaz de camuflarse, adaptarse, mutar y enfrentar las posibles amenazas del mundo exterior —entiéndase prejuicioso y lesbofóbico— y de otros sujetos y entornos que intuye, prevé o percibe amenazantes:
Le gustaba hacer proyectos de viaje y siempre estaba alerta para aprovechar cualquier oportunidad de partir rumbo a algo nuevo, pero continuamente variaba sus programas de giras. Las mismas mudanzas que ejecutaba, por pequeños inconvenientes domésticos con que tropezó, eran el síntoma más claro de su versatilidad. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 56)
Para Mistral, cada destino viajero impacta tanto en su experiencia personal como en las redes intelectuales que forja, y a las que se suma gracias al contacto epistolar y a las acciones de beneficio mutuo que propició para establecerlas: “Solía saber dónde estaba a punto de estallar un conflicto. Y muchas veces escogió trasladarse precisamente a los sitios en conflicto” (Horan, 2023, p. 25). En esta misma dirección, basta recordar el estudio que la académica Ana Pizarro (2005) dedica a Mistral y su estadía en Brasil, Gabriela Mistral, el proyecto de Lucila, análisis que aborda la escisión de sus personalidades y adelanta la hipótesis de construcción del personaje oficial que se propuso, desde temprana edad, la poeta:
En este marco, el del perfilamiento de un sujeto descentrado, es que considero a Mistral como el proyecto de una mujer humilde, una maestra rural originaria del valle de Elqui llamada Lucila Godoy. Este tiene un complejo recorrido. Evidentemente, este trayecto, como el que la irá llevando a una tribuna internacional en donde Gabriela, quien va naciendo de Lucila, la niega y contiene al mismo tiempo, tiene sus estrategias, sus logros y sus costos. (Pizarro, 2005, p. 10)
Las perspectivas revisadas permiten sostener que el discurso autobiográfico mistraliano es de naturaleza dispersa, múltiple y reconstruida. Estas características complejizan las clasificaciones tradicionales que lo han estudiado desde el prisma binario oficial e íntimo, consagrado a enfoques objetivos y subjetivos que provienen —en su mayoría— del acervo teórico posestructuralista. Sin embargo, tras su acuciosa revisión, se constata la existencia de un tercer sujeto en cuestión que se encuentra invisibilizado, enmascarado y oculto, quizás a propósito, en la conciencia discursiva del sujeto oficial, generando con ello no solo el reconocimiento de una nueva entidad que circula en los textos como portavoz secreto y regidor de prácticas discursivas estratégicas y comunicacionales, sino de otras manifestaciones textuales donde el autobiografismo sirve de base, expresa o herméticamente contenido —por ello silenciado—, en la configuración de una “itinerancia discursiva” que abre otros campos de relectura crítica de su obra. Al tercer sujeto en cuestión lo denominamos aquí “sujeto itinerante”, cuya fragmentariedad se asocia a la propia naturaleza de la escritura autobiográfica: “La autobiografía muestra esta naturaleza tropológica y especular de un yo que cuando dice yo dice otro” (Pozuelo Yvancos, 2006, pp. 37-38).
La fragmentación del lenguaje define también las inestables fronteras entre texto y discurso. Traslapándolo al sujeto itinerante, ambos conceptos reúnen al “sujeto textualizado”, asible en la escritura, y al “sujeto discursivo”, dependiente del contexto. En el primero, la evidencia explícita, escrita con maestría en Gabriela Mistral, rebelde magnífica, da cuenta de un autocontrol que sugiere un proceso autorreflexivo en la selección de ideas y expresiones lingüísticas matizadas por impulsos de arrebato que denotan juicios categóricos que, en párrafos posteriores, son atenuados por fórmulas afectuosas que decantan en el cierre compromisorio de la comunicación cuando, en ocasiones, el vínculo se distancia de la complicidad de origen, por ejemplo, cuando procura mantenerse siempre informada sobre aquello que se dice y publica sobre ella. A propósito de las gestiones del Premio Nacional de Literatura 1951, Mistral le escribe a Matilde Ladrón de Guevara:
Pero usted ha sembrado a pleno voleo el trigo. Y ha tenido cosecha inmediata, tanto que me asombra... ¡Dios se lo pague, Matilde quijotesca, pero no derrotada como el héroe español! ¡Mil gracias, muchas más aún!
Y procúreme los recortes de comentarios que pueda levantar afuera —fuera de la Cámara, en los diarios— el resultado excesivo de su gestión mágica. Brujería parece, pero nunca vi algo tan rápido y logrado en relación conmigo.
Me urge el recorte del debate del Senado para escribir a los que allí hablaron en mi bien.
Un abrazo de cariño... y confusión. Su Gabriela. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 174)
Al configurar el discurso epistolar, aparecen bloques de información mediatizados por el uso de recursos lingüísticos que la poeta emplea para aminorar el impacto de la recepción de juicios categóricos, en especial cuando el mensaje se torna más directo con el propósito de conseguir que su receptora ponga más atención en el sentido. Para ello, emplea vocativos que refuerzan el lazo afectivo, evita adjetivaciones excesivas y reproduce la fluidez del habla coloquial chilena que recuerda la curva melódica de expresiones espontáneas: “Doris le manda sus afectos, sigue cargando conmigo al apa” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 190),[14] y “No se enoje por mi silencio. Yo soy una patiloca. Como no logré que me dieran una calefacción ni mediana en el apartamento de Nápoles, me vine a Taormina” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 170).
La variedad de textos autobiográficos escritos por la poeta chilena (cartas, recados, oraciones, poemas autobiográficos, notas amatorias, etc.) deja de manifiesto su preferencia por la escritura de cartas. Más de doscientas escritas a la semana sustentan el interés de Mistral por mantener por escrito la cercanía afectiva con quienes formaron parte de su círculo cercano, sujeta a la distancia como opción reflexiva, por ende, estratégica.
En menor o en mayor grado, las claves de filiación de su correspondencia[15] se comprueban en la enunciación de confesiones, proyectos interpersonales, preocupación por el destino de destinatarias y destinatarios mediante misivas que revelan distintas facetas de su pensamiento y de su personalidad como viajera y artista: “La pobrecita Europa está azorada, parece, con sus problemas y con los peligros mortales de otra guerra. Su chilena también da siempre su tiempo a esas empresas, no literarias, sino humanas... porque esta vez, en este año y el próximo, hay que obrar así, a pesar de los vínculos afectivos” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 183).
Considerando lo anterior, es evidente que la escritura de cartas fue el principal medio de comunicación que empleó Mistral como alternativa de intercambio al viaje y espacio predilecto de la acción discursiva del sujeto itinerante. Escribirlas implica un ejercicio creativo de búsqueda de la espontaneidad que el sujeto itinerante utiliza como otro recurso expresivo que fija las etapas de una relación amistosa, personal e íntima, así evolucione o se distancie con el tiempo. Se trata, entonces, de la creación de un espacio confesional que circula paralelamente a los traslados de un destino a otro, permitiendo incluso —y a destiempo en muchos casos— la continuidad del vínculo y la configuración de una identidad que proteger. Por este motivo, resulta esencial para la relectura y reelaboración crítica de su práctica de escritura epistolar y la respectiva asociación con la configuración de la identidad del sujeto itinerante la siguiente aclaración de Mercedes Arriaga Flórez:
Al considerar también los textos escritos por mujeres, el valor cognoscitivo de lo autobiográfico, que desde siempre ha incidido sobre cómo imaginamos nuestra realidad y las realidades de otros tiempos históricos que no nos son contemporáneos, propone nuevos modelos de identidades y de identificaciones femeninas, terminando de esta forma con el monopolio del modelo o modelos que la cultura patriarcal ha impuesto e impone. (Arriaga Flórez, 2001, p. 23)
Desde dicha perspectiva, Mistral respondió con cierta regularidad las cartas dirigidas a Matilde Ladrón de Guevara, aunque, en su mayoría no fechadas, pero sí localizadas en Estados Unidos e Italia. En el caso de la autora de Amarras de luz (1948), las respuestas llegaron desde Chile, especialmente concebidas para mantener el vínculo afectivo derivado de los encuentros que sostuvieron: “Soy humana, humanísima; un ser absolutamente afectivo [...], a pesar de esa vida en meeting, que me ha dado el viaje, soy mujer de un puñadito de afectos profundos” (Mistral, 2019, p. 18). La misma idea se evidencia en el siguiente fragmento, tampoco fechado, de una carta que dirige Mistral a Matilde Ladrón de Guevara:
Tan querida Matilde:
Me tiene usted a grandes saltos de sorpresa.
Casi, casi, me pone al galope este corazón viejo que, de viejo, se sacude tanto por la alegría como por las penas. Una de esas sorpresas magnas es volver la cabeza de mis gentes hacia la colina de Nápoles llamada Capodimonte. Luego viene la de ponerlos a pedir —y a obtener— cosas para mí: dineros, recuerdos, tensión. (Yo me sentía muerta y enterrada). La gente vuelve a escribirme desde varios puntos y, con las cartas que llegan yo recobro los semblantes de varios, y muy vivamente. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 161)
Sin embargo, los afectos de Mistral responden también a exigencias claras. Para ella la principal condición de una relación amistosa se basa en la “fuerza para vivir, consuelo y verdad”, requisitos fundamentales que, de no existir, rompían inmediatamente la amistad: “Les exijo —a amigas y amigos— que sean ricos interiormente para no aburrirme; que tengan una vida, como intereses espirituales, efectivos. Todo esto es demasiado pedir, lo reconozco, pero sigo exigiendo” (Mistral, 2019, p. 19). Tal exigencia habría sido superada por Matilde Ladrón de Guevara, dado que Mistral le confiesa hechos traumáticos como los conocidos del abandono del padre a los tres años, la humillación y expulsión de la escuela de Vicuña a los nueve años, los insultos recibidos en la revista Sucesos en 1917, las críticas de Raúl Silva Castro, la suspensión de su jubilación por seis años durante el Gobierno del presidente Gabriel González Videla (1898-1980)[16] y el inédito y trágico relato del abuso sexual que sufrió por parte de un “mocetón amigo de la familia” a los siete años. Además, le comparte secretos y juicios sobre personas que Matilde, fiel a su amiga, matiza u oculta directamente en el contexto de sus encuentros en el extranjero:
Sobre lo político, siempre que hablé con ella, estuvo en desacuerdo con los presidentes.
—¡Matilde —me dijo— una vez me prohibieron desde allá y por orden de Gabriel González Videla recibir en el Consulado a Neruda! ¡Qué poco me conocen! Me hubiera muerto cerrándole la puerta de mi casa al amigo, al gran poeta, y, por último, a un chileno perseguido [...] Yo fui perseguida. [...] Y lo serán muchos otros escritores que gritan las verdades. ¡No olvide nunca esto! (Ladrón de Guevara, 1989, p. 57)
El hecho de que en la mayor parte de las cartas intercambiadas entre ellas no haya fechas consignadas puede deberse a lo que Elizabeth Horan (2023) entiende como estrategia escritural para no dejar huella de una fecha definida que pudiera contradecirse con algunos relatos sobre su propia vida, conjetura que refuerza para Horan la importancia que tuvieron sus amigas y amigos cercanos en la construcción mítica del personaje Mistral.
Si bien en el intercambio epistolar entre ambas autoras no hay referencia directa a dicho postulado de Horan, Matilde Ladrón de Guevara escribió: “Gabriela era capaz de hacer frente a las dictaduras, a las persecuciones de orden ideológico o de cualquier orden” (1989, p. 36), aunque no transó en proteger su vida privada, objetivo en el cual el sujeto itinerante actúa como garante del discurso oficial.
Lo anterior plantea la hipótesis de una Mistral calculadora que evitaría posibles versiones contradictorias de hechos traumáticos, narrados de otro modo y en otras circunstancias. Esta posición inaugura una nueva discusión sobre el sujeto mistraliano, a la que añade Horan la noción de sujeto queer, el que también observa Licia Fiol-Matta, desde un prisma similar: “La fascinación pública con la sexualidad ambigua de Mistral no solo apunta a la homofobia nacional. Revela, por igual, una apuesta nacional por su sexualidad, impulso mucho más fuerte que la mera existencia de un prejuicio” (2024, p. 109); que vive en un contexto sociocultural complejo, lesbofóbico y patriarcal, del cual la poeta intenta escapar, manteniendo la vida amorosa a resguardo y al margen de la imagen pública y sacralizada por la cultura oficial, es decir, de una Mistral maternal, asexuada, representante de valores católicos y, por ende, incuestionables (Horan, 2023). Algo que el crítico Grínor Rojo (1997), parafraseado por Ana Pizarro, indicó como “la construcción de un sujeto que la crítica quiso ver en términos monolíticos” (Pizarro, 2005, p. 10) y que Lila Zemborain proyecta desde los hallazgos derivados de su estudio acerca del sitio que ocupa su poesía en la tradición literaria: “[H]e encontrado una voz multifacética, que se condensa en la figura de la mujer sin rostro, en donde caben infinitas formas posibles de representación” (2018, p. 15). Ignacio Sánchez Osores (2022) va más allá incluso: sostiene que la vida errante de Gabriela Mistral responde más bien a un “sexilio”, producto de la disidencia sexual: “Mistral gestó una vanguardia queer al apropiar estratégicamente los significantes de la lengua modernista-posmodernista y desviar sus significados y sentidos instituidos en el campo heteropatriarcal dominante” (Sánchez Osores, 2022, p. 77).
El desvío es otro rasgo identitario del sujeto itinerante, pero más aún su carácter elusivo de la vida privada, posible de constatarse cuando evita profundizar en temas íntimos, reemplazándolos, por ejemplo, por estados delicados de salud: “Ellos olvidan que yo soy una enferma y que el corazón dañado en las arterias coronarias me cancela, de hecho, los viajes locos de antes. Si quieren pruebas, les mandaré certificados de dos médicos yankis, de los mexicanos, del rapallecense y del napolitano..., o soy una prisionera de mi casa. Créanlo o no, dígales eso” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 178).
Las ideas, los pensamientos y los juicios valorativos del discurso autobiográfico de ambas escritoras responden a la experiencia vital que bien pudieron cambiar con el tiempo. Mistral fue crítica con las formas chilenas que la poeta denominó “costumbres o maneras criollas”, según confiesa en el Cuaderno de Nápoles (1952), a propósito de las visitas y las numerosas cartas que debía escribir: “Hay sobre mí un diluvio constante de cartas y otro de visitas. A veces dieciséis por día...” (Mistral, 2019, p. 269), agobio de gente y de fuerzas que se unía a las odiosidades que le informaban que habría sobre ella en Chile. Lo llamativo es que, en dicha circunstancia, recuerde lo siguiente: “Otro día llegó una señorona, la señora Matilde Ladrón de Guevara, y como en los cuentos, hizo lo mismo. Entró y, sin sentarse, vomitó los chismes y las furias de allá adentro. Lo cual no impidió que me dejase su hija por un mes como visita. Nunca entenderé el funcionamiento mental del criollo” (Mistral, 2019, p. 270).
Sin embargo, esta percepción negativa dista mucho de lo descrito por Matilde Ladrón de Guevara en Gabriela Mistral, rebelde magnífica, cuando Mistral le pide que se quede por unos seis meses más junto a ella: “—¿Por qué tiene que irse? debiera quedarse unos seis meses. / —¡Si no tuviera familia, marido, hijos, créamelo, Gabriela, me quedaba para siempre con usted!” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 41).
En una carta del 28 de junio de 1951, Matilde Ladrón de Guevara le escribe a Mistral: “Solamente ayer he sabido de Sybila que todavía está instalada en su casa, lo que me alegra enormemente y me avergüenza ... y esto quiere decir que Ud. es la buena culpable, pues la acostumbró demasiado” (Ladrón de Guevara, 1951b). Es decir, prevaleció la amistad, el afecto mutuo, y pronto Mistral valoraría la información que sobre Chile recibía en los reportes regulares de Ladrón de Guevara, a lo que se sumaría la campaña que emprendió la escritora y periodista chilena en torno a la obtención del Premio Nacional de Literatura de 1951 y, sobre todo, el apoyo de Mistral a los proyectos literarios en los que también trabajaba Matilde Ladrón de Guevara: “Yo le recomiendo, yo le pido que no abandone su labor literaria, sé que faltan estímulos en Chile para los que trabajan con el cerebro” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 45).
Hay que recordar que Matilde Ladrón de Guevara fue un apoyo permanente para Gabriela Mistral en estratégicas acciones políticas, culturales y literarias en las cuales la representó, pues promovió homenajes, dictó conferencias sobre la poeta, gestionó proyectos de posibles viajes de Mistral a Chile, de Alone a Europa, además de una suma de acciones concretas como la entrega de ayuda a la infancia en el Valle de Elqui, cumpliendo el deseo de Mistral mediante compras y visitas que la llevaran a cabo y la inclusión de Mistral en la actividad literaria de la época, especialmente cuando asume la presidencia de la Sociedad de Escritores de Chile. Su incansable tarea de apoyo a Mistral se prueba en distintos niveles: viajes a Buenos Aires, contactos epistolares con escritoras y escritores, envíos de aportes periodísticos sobre Mistral a diarios y revistas de la época, entre variadas gestiones políticas que redundarían en mejoras salariales y, en 1951, en la obtención del Premio Nacional de Literatura para Gabriela Mistral, vergonzosamente tardío, después de seis años del Premio Nobel: “Hay alegría en el ambiente. Suenan campanas. Desde mi refugio compruebo que todo salió según los cálculos de mi cerebro. Es la mano de la justicia que me guio” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 170).
En el contexto del viaje oficial de Mistral a Chile en 1954, dirá: “En este largo intervalo ella vino a Chile. Yo recorría el mundo infatigablemente y comprendí la grandeza de todas sus enseñanzas. Evolucioné y empecé a ver más claro en nuestro Chile y en sus problemas” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 200). Este reconocimiento refuerza en ambas la condición de viajeras y el aprendizaje de sus experiencias comunes y el continuo devenir del contacto epistolar.
4.1. Estados Unidos
La relación de Mistral con Estados Unidos ha sido investigada ampliamente. El crítico Luis Alberto Ambroggio, por ejemplo, coincide en que “[e]s simbólico que tanto su nacimiento literario como su muerte física hayan acaecido en Nueva York”, luego de abandonar su país natal e iniciar una vida itinerante (2011, p. 97). ¿Cuál es esa simbología? ¿En qué medida impacta en la construcción del sujeto itinerante? Sin duda, no basta con simplificarlo en los traslados de un destino a otro. Hay que profundizar más aún y analizar sus huellas en las cartas, los poemas autobiográficos y los recados asociados a una época u otra, prestando atención incluso a las raíces de su pensamiento religioso o espiritual, tan real como su propia existencia, su poesía, su infancia en el Valle de Elqui en un entorno familiar de amantes de la música y la labor educativa, tan real como su entorno próximo que, en voz de la abuela, la hizo recibir de la Biblia las fuentes iniciáticas de la creatividad y el asombro nutricio por la palabra sagrada, poética, musical y simbólica. De preferencia, su conocimiento bíblico estuvo centrado siempre en el Antiguo Testamento, herencia que, tal como lo indican numerosos estudios (Marval, 1990; Horan, 2023, entre otros), se evidencia en los poemas de Desolación (1922).
En 2006 se pregunta la académica chilena Irma Césped Benítez cuando escribe el artículo “Imaginario bíblico en Gabriela Mistral”: “¿Qué de extraño puede tener que una mujer cuya vida se construyó como la de una viajera constante, errabunda ‘patiloca’ como se autodenomina en alguna ocasión, se identifique con el pueblo judío errabundo a través de los siglos construyendo una patria mental en sus creencias y ritos?” (2006, p. 141). La fuerza de la pregunta anula una respuesta única, pero confirma a una Mistral viajera, que optó por asentarse durante breves estadías en países de Europa y América, preferentemente Italia, Francia y Portugal. Dice en agosto de 1941: “Gran vagabunda soy hasta cuando vivo sedentaria. Voy a mi tierra cuando quiero” (Mistral, 2015a, p. 25), es decir, mental o espiritualmente. Partir no significa abandonar.
Esa “patria mental”, reforzando el decir de Césped, representa un espacio posible de surgimiento y permanencia del sujeto itinerante como estrategia mistraliana de construcción discursiva, cuya sobrevivencia habita también en el intercambio epistolar con Matilde Ladrón de Guevara. Es en esta escritura donde se abordan, sin tapujos, temas políticos y sociales controversiales y se organiza el porvenir. Asimismo, se ponen en tela de juicio concepciones y maquinaciones oficiales para sobrevivir a ellas y se construye el lazo amistoso en torno a objetivos comunes. Su “vagabundaje” representa la búsqueda de un destino como si fuera el sentido de todo viaje y, por derivación, de la humanidad.
Si nadie es igual después de realizado un viaje, ¿qué rasgos distintivos se observan en las escritoras investigadas? La primera respuesta radica en el hecho de que son escritoras y viajeras, protagonistas del devenir cultural e intelectual chileno e hispanoamericano del siglo XX. Para ambas, la escritura se torna compañía, vocación real que da sentido a la vida, constatación misteriosa que revela un sujeto ávido de expresión y de conquista de un espacio donde, al fin abstraídas de la presión del poder oficial y del patriarcado imperante, se consigue, con valentía admirable, ser, existir y proyectarse. Sin embargo, es llamativa la escasa referencia a Doris Dana, considerando que es justamente en esta época cuando comienzan su historia común. Se la menciona ocasionalmente para valorar su trabajo: “Le prodigaba cuidados constantes a la chilena que, dadas sus inquietudes, su natural bohemia y andariega, su salud precaria, obtuvo Doris un máximo de comprensión y dulzura para cuidarla” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 63). Pese a lo anterior, la escritura autobiográfica atesora la emocionalidad frente al acontecer y ofrece la posibilidad de revivirla en la relectura posterior, casi atemporal, creando una historia personal y secreta.
Los modos de configuración de la identidad, en palabras de Sylvia Molloy (1996), varían y se enriquecen según sea la voz con la que se interactúa porque la complejidad de características identitarias del sujeto muta y se adecua a un constante ejercicio reflexivo de las condicionantes del momento en que surge, aportando a la incesante búsqueda de su identidad que, en Mistral y en Ladrón de Guevara, es motivo de autopercepciones, autodeclaraciones, autoficcionalizaciones que se construyen y configuran la escritura desde la itinerancia: “Vagabunda sí soy y no lo niego. El mundo es muy lindo de ver y tal vez de muerta no podré andarlo como quería” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 186).
Escribir es escribirse, develar personalidades, evidenciar hechos y mostrar rasgos esenciales del sujeto que se desenvuelve en un contexto sociocultural determinado y cuya presencia se evidencia en la comunicación expresa o silenciada del discurso autobiográfico. Su identidad no se limita a un asunto de autodefinición ni de un retrato antojadizo de preconcepciones admirativas, sino del logro de un proyecto mayor: “Con todo, la búsqueda de la propia identidad no es solo una empresa de autoconocimiento o de rechazo: conocerse no es un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a un fin” (Cuasante Fernández, 2018, p. 29). Con el aporte de Cuasante Fernández se dilucida, entonces, que la noción de medio que asume de la búsqueda de la identidad define también al sujeto itinerante, tal como se comprueba en la experiencia italiana de las escritoras y viajeras.
4.2. Italia
Italia fue para Mistral un destino predilecto. Escribe en 1951: “Otra vez tierra italiana. Tres veces la he dejado, tres veces he vuelto” (Mistral, 2013a, p. 454). Clima, gente, lengua y cultura bastaron para cautivarla y recordarle, en particular por las afinidades de la naturaleza con su Valle de Elqui natal, sus orígenes y su espacio confortable para la concreción, aunque momentánea, de la vida cotidiana y la escritura. Su estado de salud, debilitado por la diabetes y las afecciones cardíacas que padecía, la hacían trasladarse siempre a cálidas tierras. Palma Guillén, su secretaria y amiga confidente, sostuvo que “... En Italia yo creo que todo influyó en ella” (Marval, 1990, p. 81).
Ya en 1932, y tras asignársele el cargo diplomático de cónsul en Génova, Italia se ofrece como destino. Sin embargo, el fascismo impedirá que cumpla su tarea consular hasta 1951 cuando, con el mismo cargo en Nápoles, se instale por un período en Rapallo. “La acompaña su última secretaria, Doris Dana, que se convierte en el ángel guardián de cada día”, apunta Marval (1990, p. 119), y añade que “[d]e esa época existe una copiosa correspondencia entre Gabriela y su amiga la escritora chilena Matilde Ladrón de Guevara, que refleja las vivencias que ambas desarrollan con admirable solidez expresiva” (Marval, 1990, p. 123). De su estancia en Rapallo, Marval recoge lo siguiente: “La vida en Rapallo se deslizaba en paz; su salud continúa quebrantada, pero los cuidados que recibe son muchos y se mantiene en pie. Da paseos en automóvil, que maneja Doris, y por donde vaya, al oír su nombre la gente la saluda y le declara su admiración” (Marval, 1990, p. 123).
Fue durante esta época cuando Matilde Ladrón de Guevara recuerda que “en su casa de Rapallo descubrí que en sus momentos grandes era una rebelde magnífica, capaz de dar todo, su vida misma, cuando una causa o una persona lo merecieran [...] Allí, rodeada por los árboles que ella siempre buscó y amó, me hizo confesiones” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 100). ¿Cuáles? Según la escritora, la más delicada fue la confesión de una violación. Al respecto, el mismo Neruda le habría aconsejado más tarde que aguardara el tiempo oportuno para divulgarla, pero que no se quedase en silencio, porque la gente debía conocer con este hecho uno de los dolores más fuertes en la vida de la poeta. Amistad y complicidad unidas por la confianza.
El viaje incluyó paseos amenos por las regiones italianas de la Liguria y la Toscana, ocasión propicia para confirmar que “... de paseo por distintos lugares de ese rincón de la Toscana van cayendo ante mí mitos, inventos o supercherías que las gentes tejieron con su existencia” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 100). Esta declaración deja ver, entre líneas, su principal motivación para escribir Gabriela Mistral, rebelde magnífica, libro que confirma, de paso, su propia valoración al respecto: “La tierra italiana era un canto viviente, escuchando el enigma de la mujer poeta” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 57).
El viaje se asume, entonces, como una deuda consigo misma. Se lo autoimpone, producto de un ferviente anhelo por cerrar etapas dolorosas de su condición de sujeto itinerante, acosada mental y espiritualmente por una profunda añoranza de la tierra natal y de la gente que quiso (“conmigo van los míos a la noche que dura”, dirá uno de sus versos de Desolación) y, sobre todo, se entrelaza con el sentimiento de momentánea paz, que vive en su estancia en Rapallo, Italia.
Admiradora de la cultura italiana, Mistral se asentó ahí por primera vez en 1932, época donde regresará en tres ocasiones; pero es 1951 que marca el año en que Matilde Ladrón de Guevara arriba a Florencia para encontrarse con su amiga. Aquí surgen la anécdota, la observación admirativa, la sorpresa contenida en la reacción de la amiga mitificada: “casa suya tan hospitalaria, tan serena, tan dulce e invitadora al reposo del alma”, le escribe en una carta del 6 de abril de 1952, según consta en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile (Ladrón de Guevara, 1952).
La relación amistosa y epistolar perduró con el transcurrir del tiempo. Matilde Ladrón de Guevara, de mirada aguda y crítica, comprometida con las luchas sociales y reivindicativas de la mujer y la educación, nunca abandonó la idea de conocer con mayor profundidad a la poeta Premio Nobel: “Gabriela fue a verme a Florencia y permaneció unos días que me hicieron conocer otra cara de la gran chilena” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 64). El encuentro incluyó una visita a la ciudad: “Tuvo por camino los cristales del río Arno. Junto al rumor del río, quizás repitiendo en su canción las rimas con que el Dante celebró a Beatriz, atravesamos con Gabriela el Ponte Vecchio, en busca de monerías” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 65). El agradecimiento es claro cuando afirma en una carta sin fechar: “Cara señora y compañera: Recibidas sus cartas y muy agradecida de sus gestiones en favor de una pobre mujer vagabunda y vieja que tarda en morirse” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 195).
Si se revisa en detalle el modo en que expone su estadía en Rapallo y en Florencia, Matilde Ladrón de Guevara aporta la narración de hechos cotidianos que contribuyen a la desmitificación de la ya consolidada imagen de Mistral como “santa”, “madre de Chile”, entre otras formas “monolíticas”, mostrándola más bien en la vida cotidiana, aunque sin aludir, por ejemplo, a la relación amorosa de la poeta con Doris Dana. Es ilustrativo de lo expuesto una nota que escribe Sybila Arredondo a su madre Matilde, detallando y denunciando cómo la falsedad de la construcción pública de un personaje mitificado por complejos procesos de consolidación aleja al verdadero artista de la cercanía que puede tener con el común de los demás:
Mamá: A propósito de baile, recuerdo que una mañana, a las nueve o diez, bajé —en la villa Boschetto— en Rapallo, a tomar desayuno y, escuchando algo de música jazzística en el cuarto de Gabriela, pedí permiso para entrar. Entonces se detiene el movimiento del cuarto y Gabriela exclama: “No, no bailo más porque viene la Chiquita”. Estaba en su gran camisón disponiéndose seguramente a levantarse y la pillé ensayando bailar boogie-woogie... ¿Cómo me la habían pintado solemne y hosca? Tuercen así las verdades, creando con los “seres grandes” mitos falsos. Yo puedo asegurarte que Gabriela es de alma joven y alegre. Recibe un fuerte abrazo y un beso de Sybila. (Ladrón de Guevara, 1989, p. 164)
En torno a lo mismo, Matilde Ladrón de Guevara parece compartir las estrategias del sujeto itinerante, pues también se reconoce y comparte las prácticas de la escritura creativa, la actividad artístico-cultural, las redes de contactos y la acción reivindicativa de las mujeres, sororidad que sustenta los vínculos y proyecta apoyos con sus pares que comparten una misma visión de humanidad. Le escribe, por ejemplo, a María de la Cruz Toledo desde Florencia el 28 de abril de 1951: “Vagabunda de alma, soñadora cada día más [...] sigo pensando en las mujeres valientes y luchadoras como tú...” (Ladrón de Guevara, 1951a). La valentía de luchar por las mujeres, tarea en la que piensa a Mistral como apoyo: “... quise dejarte en contacto directo con ella para que te ayude con su fuerza espiritual, con su prestigio, con su sensibilidad y talento a servir de bandera a nuestras mujeres” (Ladrón de Guevara, 1951a). Su lucha por la igualdad entre mujeres y hombres queda de manifiesto en el manuscrito que preparó Matilde con motivo de la celebración del Primer Congreso Latinoamericano de Mujeres, que se llevó a cabo en Chile en 1959: “Que todas las mujeres lleguemos a comprender y a asimilar el trascendente sentido de reciprocidad frente al hombre. No con servidumbre ciega e ignorante, pero sí con la seguridad de reivindicarnos como ser humano igual al hombre, una ética de conseguir una liberación real...” (Ladrón de Guevara, 1959).
El sujeto itinerante se encuentra con su par, su amiga, en la actitud sororizada y en la experiencia del dolor, del amor, de la historia social y personal, del cambio sociohistórico que muchas veces lo limita; pero que, desde allí, promueve y ejecuta la acción frente a la necesidad de participar en cambios sociales que se articulan desde la complicidad, las redes en común y los compromisos mutuos. Itinerar se convierte en una forma de ser y no solo resultante de una experiencia de traslado para el sujeto íntimo que, en la costumbre nómade, suele despedirse para regresar física o espiritualmente.
En este contexto, asentarse por más de dos años en un lugar —indica Horan— no fue el propósito inicial de Mistral por los riesgos que significa, aunque cada vez que partía a otro destino manifestara, al menos en cartas, su deseo de quedarse por más tiempo en los sitios que visitaba, como ocurre en el caso de Italia. El viaje, por lo tanto, aparece como la alternativa segura para resguardar la intimidad de la vida privada, asentarse esporádicamente en ciudades y continuar con el proyecto de ir consolidando la figura pública de Gabriela Mistral, que ofreciera seguridad y posibilidad de realización de un proyecto mayor: su vida privada queer.
La práctica escritural del discurso autobiográfico ha cobrado interés crítico en la configuración de identidades —entre ellas, las viajeras— y contribuido a la comprensión de contextos socioculturales en los cuales el viaje cobra variados y ricos sentidos. Afirma Cuasante Fernández al respecto: “Puede afirmarse pues, que la escritura del yo no es un simple relato de la vida, sino una contribución a la vida. En virtud de esta empresa transformadora, el yo ya es otro, pero también es otro ante los otros, y ello supone que la cuestión de la identidad puede derivar del ámbito de lo individual al de lo social” (2018, p. 30).
El viaje es símbolo de renovación en diferentes planos: personal, relacional, político y cultural con implicancias sociales. Ilustrativos de lo anterior son los pasajes reflexivos que expone sobre el pensamiento social, religioso y político de Mistral. Al desarrollarlos, plantea, además, el suyo, pues comparte los modos de concebir las injusticias y las luchas sociales que las inspiraron: “Si yo pudiera estampar con exactitud todo lo que hablé horas y horas con Gabriela respecto de los derechos inalienables del ser humano, podrían creer que exagero” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 77), advierte cuando ha repasado la serie confesional de la narración anecdótica y vital que emplea para emitir juicios con respecto, por ejemplo, de la crítica nociva y maledicente que existía contra Mistral.[17] Así como se escoge un destino, así también el sujeto itinerante escoge cuándo mostrarse y esconderse.
Al respecto, para Javier Mocárquer, en su estudio sobre mujeres y redes intelectuales en Mistral, Ocampo y Meireles, posible de asociarse con esta literatura reconstruida, “es necesario tener cuenta de antemano que los viajes realizados por estas tres escritoras resultan fundamentales para comprender la personalidad, inquietudes intelectuales y preocupaciones sociales de cada una de ellas, en especial por el continente latinoamericano” (2023, p. 144). Y Elizabeth Horan sostiene, a propósito de lo mismo, que “el rastreo de las redes de amistades y su impacto en el campo del arte, la literatura, la música y el teatro se constituye, entonces, como un desafío a la hegemonía patriarcal” (2023, p. 16).
Tomando como referencia ambas ideas, la relación de Mistral con Matilde Ladrón de Guevara cobra mayor fuerza. Es esta última quien representa y vincula a Mistral con la vida literaria chilena de la época. Hablamos de la incipiente “época de oro” de la cultura chilena en la década de los 50, bohemia y rica en espacios y actividades culturales. Según Karolina Zygmunt, un aspecto ideológico del viaje que incide en el sujeto moderno se da cuando “este rechaza las experiencias estandarizadas preparadas para las masas informes y propone su propia ideología del viaje, conceptualizando esta experiencia como un espacio abierto, no determinado por la lógica del consumo” (2013, p. 114) en el cual la esperanza de plenitud se muestra posible para un sujeto cuya forma de amar es excluida y castigada.
5. Conclusiones
El estudio del sujeto y sus diferentes modos de autofiguración y autorrepresentación en la obra de Gabriela Mistral ha suscitado diversas exploraciones investigativas, muchas de las cuales se han centrado, analíticamente hablando, en desentrañar la naturaleza de la propia voz mistraliana.
La mayor parte de las aportaciones académicas ha consensuado la existencia de un sujeto errante, de raíz biográfica, dada la experiencia viajera y nómada de la autora. Sin embargo, en la literatura reconstruida inédita, póstuma y autobiográfica, aparece subrepticiamente el sujeto itinerante como entidad discursiva estratégica que orbita entre los sujetos íntimo y oficial con el objetivo de controlar y consolidar la imagen pública y privada de la poeta chilena.
A diferencia de los sujetos íntimo, errante y oficial, el sujeto itinerante no se limita a la condición viajera como único rasgo distintivo de su identidad, pues tiene la facultad de desplazarse en el discurso autobiográfico y detenerse cuando advierte el peligro de desestabilización de alguno de los demás o para regular el flujo informativo que circula alrededor de la imagen pública y privada de Mistral. Su intención es justamente emplear esta facultad mediante el empleo de recursos de variada especie: lingüísticos, léxico-semánticos, morfosintácticos, retóricos, entre otros, a los cuales habría que sumar los distintos planos discursivos en los cuales encuentra espacio para resguardarse o invisibilizarse como articulador de estrategias discursivas de sobrevivencia y resistencia ante contextos socioculturales y personales que inestabilizan la prosecución del proyecto identitario del sujeto oficial mistraliano.
La construcción identitaria del sujeto itinerante se complejiza en un encuadre de viajes e identidades viajeras que traen como resultado la “itinerancia discursiva”, estableciendo textualidades, mecanismos y etapas que permiten comprenderlo como estrategia de “acción retórica” en cuanto resistencia al orden social excluyente y estigmatizador de la época que le tocó enfrentar.
En la escritura híbrida de Matilde Ladrón de Guevara se comprueba la pertinencia de la propuesta de los términos “literatura reconstruida” e “itinerancia discursiva”. El primero deriva de las publicaciones póstumas mistralianas como resultado de la tarea de rescate de textos dispersos, inéditos y de difícil acceso, a cargo de especialistas que transcriben, recrean, reescriben, reconstituyen o ficcionalizan textualidades descubiertas, tal como ocurre en el caso de la autora cuando convierte en narrativa ficcional algunos pasajes de sus encuentros con la Nobel chilena en Estados Unidos e Italia; y el segundo, se evidencia en las detenciones y desplazamientos del sujeto itinerante en el discurso autobiográfico de Mistral mediante el uso de diversas estrategias discursivas.
En Gabriela Mistral, rebelde magnífica, de Matilde Ladrón de Guevara, se observan tres momentos que impactan en la naturaleza desmitificadora del sujeto oficial mistraliano: el antes, supeditado a la intención y la voluntad de su autora por conocer al personaje público; el durante, en que se imbrican la sorpresa del nacimiento del afecto, la confesión, la sororidad, el aprendizaje y la amistad entre ambas; y el después, movido por la urgencia de escritura del testimonio de la experiencia compartida, sea textual o ficcionalizada. Las ideas que se derivan de estas tres instancias permiten afirmar que la escritura es el eje de los reencuentros y los viajes, movimiento y espera de dicha voz escrita de la cual emerge el sujeto itinerante como enmascarada identidad, protectora de la intimidad, pues no solo está conformado por el discurso autobiográfico de las autoras e intelectuales que viajan en busca de nuevas experiencias, sino que se trata de una condición existencial que impacta en sus vidas como en el contexto sociocultural en el que participan.
Finalmente, la itinerancia da paso a la práctica de la escritura testimonial y memorística como recurso discursivo que resguarda las relaciones afectivas del sujeto mistraliano en permanente búsqueda de su identidad y de un lugar en el mundo, que no es sitio físico o geográfico, sino extranjería.
[1] Escritora poliédrica, periodista y socióloga chilena que cultivó la poesía, la novela y la escritura autobiográfica. Fundó el Partido Femenino junto con otras importantes mujeres y activistas de la época como María de la Cruz Toledo (1912-1995), cuya principal lucha fue conseguir el derecho a sufragio de la mujer chilena. Protagonista de la vida cultural chilena, especialmente de las décadas de los 40 a la de los 60 durante el siglo XX, la autora destacó por su vida literaria y personal. Escribió poemarios como Amarras de Luz (1948), Pórtico de Iberia (1950) o Desnuda (1960), entre otros, y las novelas Mi patria fue su música (1953), Madre soltera (1966), En Isla de Pascua los moáis están de pie (1971) y La ciénaga (1975), además Celda 13 (1960), junto a Juan Sánchez Guerrero. Además, fue autora de ensayos y crónicas como Adiós al Cañaveral (1962) y de obras del género referencial como Destierro (1980), Y va a caer (1985), Pacto sublime (1995, junto a Gabriel Egaña), Por ella, Sybila, viuda de José María Arguedas (1995) y Leona de invierno (Desmemorias) (1998), obras prologadas y elogiadas por escritores como Pablo Neruda (1904-1973), Gregorio Marañón (1887-1960), Alone —seudónimo de Hernán Díaz Arrieta (1891-1984)—, Giovanni Papini (1881-1956), entre otros.
[2] La primera edición de Gabriela Mistral, rebelde magnífica data de 1957, año en que muere Gabriela Mistral, y, según informa el escritor chileno Mario Ferrero Mate de Luna (1920-1994) en la revista Atenea (Ferrero, 1957) de la Universidad de Concepción, se agotó en tres días. En 1962 la Editorial Losada reedita la obra en Argentina. En 1989 es reimpresa por la Editorial Emisión, en Santiago de Chile, a raíz de la conmemoración del centenario del natalicio de la Premio Nobel de Literatura 1945, aunque sin datos bibliográficos de fecha de publicación. En esta última, la autora incluyó el pasaje “Su secreto”, además de testimonios y fragmentos del intercambio epistolar de Mistral con amistades cercanas, ausentes en las primeras ediciones. También fue parte de una serie de publicaciones que la revista Hoy (Santiago, 1984, n.º 375) contempló dentro de una colección literaria popular. La obra testimonial de Matilde Ladrón de Guevara reaparece, esta vez, bajo el título de La rebelde Gabriela, publicada en tres breves tomos: El encuentro, El secreto y La despedida. Para efectos de este estudio, se considera como base la edición de 1989 y, tangencialmente, la de 1962.
[3] Se trata del legado inédito y póstumo de Gabriela Mistral que, en 2007, donó Doris Atkinson, sobrina y heredera de Doris Dana, al Estado de Chile. Su custodia está a cargo de la Biblioteca Nacional de Chile e incluye importantes registros epistolares, audiovisuales y documentales de su trayectoria literaria y personal.
[4] El autor de este artículo emplea este concepto para denominar la literatura recogida, compilada y publicada de textos inéditos y dispersos de Gabriela Mistral, provenientes del legado “Atkinson”, la archivística y los hallazgos literarios póstumos o escasamente disponibles que han sido rescatados por especialistas y mediatizados por cuidadosos criterios de selección, edición crítica y rescate cultural de difusión. Se diferencia del concepto acuñado por Jesús G. Maestro de “literatura sofisticada o reconstructivista”, “que combina contenidos pre-racionales y saberes críticos” (2022, p. 4153), y de “literatura de reconstrucción” (literatura que se escribe con fines de transformación social tras un período o hecho histórico traumático y disruptivo) por la alusión directa a la reconstitución de la producción autobiográfica y poética de la poeta chilena con el propósito de organizar un volumen orgánico, aunque sin la restricción de ser empleada solo en la obra mistraliana, pues, de algún modo, toda literatura en la cual su autor o autora no tuvo participación, incidencia y aprobación de versiones finales de un texto es susceptible de llamarse así.
[5] Como afirma Yenny Ariz Castillo (2022) en torno a la edición de Lagar II, la obra póstuma de Gabriela Mistral ha llegado “mediatizada” por sus colaboradores y editores.
[6] A la fecha de su muerte, Mistral había publicado los poemarios Desolación (Nueva York, 1922), Ternura (Barcelona, 1924), Tala (Buenos Aires, 1938) y Lagar (Santiago de Chile, 1954), además de una variada y dispersa producción prosística en medios de comunicación chilenos y extranjeros. Hay que considerar que también publicó Lectura para mujeres (México, 1922), antologías poéticas de su obra, prólogos y difusión periodística como discursos públicos, artículos, recados, entre otras contribuciones.
[7] Tomamos la denominación de Morales T., que incluye bajo esta rúbrica a cualquier escrito no ficcional “donde el sujeto de la enunciación remite a una persona ‘real’, con existencia civil, cuyo ‘nombre propio’, cuando los textos son publicados, suele figurar como ‘autor’ en la portada del libro que los recoge” (2001, p. 25).
[8] Con respecto de la narrativa ficcional de los pasajes en que reproduce el pensamiento de Gabriela Mistral a través del diálogo recreado y basado en la experiencia mutua, Matilde Ladrón de Guevara se pregunta y responde lo siguiente: “¿Son sus palabras? No, seguramente no. ¿Acaso importa? Están los documentos de sus poemas, pero sí, yo trato de decir en ellas su pensamiento que me lo repitió muchas veces, arrobada unas, cortante y herida las otras” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 60). Pese a ello, incluye el epistolario entre ambas y emplea diversos textos originales de Gabriela Mistral, así como también fragmentos inéditos de testimonios y cartas que le compartieron Laura Rodig (1901-1972), Radomiro Tomic (1914-1992) y Pedro Moral Quemada, entre otras fuentes fidedignas.
[9] “Ella [Mistral] provocó una ‘voluntad de saber’ nacional algo salaz cuyo revés generaría afirmaciones casi paranoicas sobre su heterosexualidad indiscutible. La discusión pública sobre el tema revela una desmentida colectiva del lesbianismo de Mistral; se hace circular el hecho, pero de ninguna manera debe ingresar al registro oficial. La desmentida significa insistir en un hecho que todos saben que no es verdadero (su heterosexualidad), pero al cual se aferran como si lo fuera para mantener intacta una psique, la psique nacional” (Fiol-Matta, 2024, p. 109).
[10] El empleo de las formas verbales “soi” (eres) y “tenís” (tienes) es una característica del habla chilena de registro informal.
[11] El viaje exige una bitácora de constatación de la experiencia antes, durante y después del desplazamiento mediante la producción escrita de registros, documentos y testimonios; tripartición que, según sostuvo Leonidas Morales T. en La escritura de al lado (2001), conforman las funciones de los géneros referenciales de la carta, el testimonio, las memorias, la autobiografía, el diario íntimo e incluso la entrevista, en los cuales el “yo de la enunciación” asume su autoría coincidente con quien escribe como “yo del enunciado” y responde a hechos históricos comprobables. En el intercambio epistolar entre las escritoras, aparecen referencias concretas a compromisos de actividades culturales, vida doméstica y preocupaciones por el círculo familiar y afectivo. A su vez, se exponen cavilaciones sobre el acontecer político y social, referencias a obras literarias, lecturas del momento, reconocimientos mutuos de logros y proyectos literarios, anuncios de viajes y participaciones en encuentros sobre la mujer y su reivindicación social, juicios sobre poesía e invitaciones y convocatorias a Mistral para formar parte de jurados en concursos literarios como el impulsado por Matilde Ladrón de Guevara en la Sociedad de Escritores de Chile en 1955, entre otros aspectos centrados en detalles de la presencia de ambas en importantes jornadas de orden cultural y artístico.
[12] A propósito de pesquisar evidencias queer en Mistral, Elizabeth Horan cita a José Esteban Muñoz (1996) y Cristián Opazo (2022) para llegar a la conclusión de que “[l]a presencia de Mistral como una figura queer, incluso y tal vez especialmente después de su muerte, son manifestaciones de la presencia histórica y actual de lo queer, una presencia que la homofobia sigue tratando de negar y extirpar” (Horan, 2023, p. 18). En cuanto a Matilde Ladrón de Guevara, ella no se refiere en su obra a la sexualidad de la poeta, lo cual no significa, necesariamente, que no estuviera al tanto de ella, sino que su foco de interés era otro: “Gabriela nunca indagaba en intimidades. Oía y entregaba frases de consuelo o reforzaba una esperanza. Comprendía las amarguras ajenas, las alegrías, y las compartía; también hacía tristes recuerdos y sin desnaturalizar su salud moral la invadía un dulce escepticismo. En esas horas de vagancias, incorporábamos los más variados y disímiles temas. De lo relacionado con la cultura de los pueblos, de las diferencias continentales, políticas, raciales, geográficas, sociales, terminábamos analizando el sentir humano frente a las circunstancias del amor, de la amistad y del dolor. Ella razonaba con profunda tolerancia en un desfile de tópicos, y lo hacía por obra de una hermandad de alma con esta su amiga que encontró al azar” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 67).
[13] Entre los aportes de la nueva crítica mistraliana, se destacan Aquino (2014), que puntualiza que la “identidad nómade” de Gabriela Mistral fija su residencia en la tierra natal, y Sánchez Osores (2022) en el “sexilio” como causante de la errancia de la autora. A su vez, son variados los estudios que se detienen en el “sujeto errante” como categoría identitaria de análisis discursivo, como los propuestos por Virginia Vidal (1994), Kemy Oyarzún (1998), Soledad Falabella (2020), Bernardita Domange Muñoz (2022), Cecilia Rubio Rubio (2022), María José Barros [Cruz] (2022, 2023) y Carolina Navarrete González, Gabriel Saldías Rossel y Juan Manuel Fierro Bustos (2023). Sin duda, al reconocer la existencia del “sujeto itinerante”, no se anula la presencia del “sujeto errante”; por el contrario, el “itinerante” se sirve del “errante” para ocultarse en el discurso. De ahí la complejidad de su reconocimiento, pero ese es su propósito estratégico.
[14] La expresión “al apa”, propia del habla chilena, se define del siguiente modo: “Apa // al apa. (De origen quechua). Loc. adv. Encima de la espalda o los hombros. (Centro). Espon. Observ. Con verbos que expresan ‘moverse’ o ‘trasladar’” (Academia Chilena de la Lengua, 2010, p. 77).
[15] La mayoría está escrita de puño y letra a lápiz grafito, que se borra con el tiempo, y que, en palabras de Mistral, responde a una práctica para evitar el daño a la vista producido por la tinta de los impresos. Al respecto, Elizabeth Horan (2023) repara en un detalle relevante: el empleo de grafito en la escritura epistolar mistraliana sería una de las estrategias bien pensadas por la poeta para mantener vivos los mitos que construyó sobre sí misma, en el sentido de que podría evitar posibles contradicciones de las versiones de sus historias personales, pues el trazo en grafito se vuelve ilegible con el tiempo hasta borrarlo. Quizás su deseo de que permaneciera la obra por sobre la historia personal mitificada con distintos fines apoyaría esta aseveración.
[16] González Videla fue presidente de la República de Chile entre el 3 de noviembre de 1946 y el 3 de noviembre de 1952.
[17] A modo de ejemplo, y tras la muerte de Mistral, Matilde Ladrón de Guevara escribe lo siguiente: “Un río de recuerdos inunda mi alma ahora que Gabriela, la hermana, ha abierto sin llorar la puerta helada del invierno. Y duerme. Y me cuenta con su voz pausada lo que hizo sufrir y gozar [...] Brotan nombres. [...] Solo me referiré a un libro de Raúl Silva Castro en contra de su poesía, que la hizo sufrir muchísimo, según me confesó: ‘No las críticas, sino por la mala intención de ellas’” (Ladrón de Guevara, 1989, p. 29).
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Nota sobre el autor
Cristian Basso Benelli es Magíster en Literatura, con mención en Literatura Hispanoamericana y Chilena (Universidad de Chile) y Doctorando en Estudios Lingüísticos y Literarios en sus Contextos Socioculturales (Universidad de Las Palmas de Gran Canaria). En 2023 fue investigador visitante en la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente trabaja como profesor asociado de literatura en el Departamento de Castellano de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (Santiago de Chile).
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