Philologica Canariensia 31 (2025), pp. 109-122
DOI: https://doi.org/10.20420/Phil.Can.2025.762
Recibido: 25 de junio de 2024; versión revisada aceptada: 2 de octubre de 2024
Publicado: 31 de mayo de 2023
Canarian Travellers in Pompeii: The Volcanic Landscape in the Journeys to Italy of Viera y Clavijo, Pérez Galdós, and Verdugo Bartlet
Les voyageurs canariens à Pompéi : le paysage volcanique dans les voyages en Italie de Viera y Clavijo, Pérez Galdós et Verdugo Bartlet
Israel Campos Méndez
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
ORCID: 0000-0002-2768-7290
La atracción que han supuesto las ruinas de la ciudad romana de Pompeya no se ha limitado al ámbito de la arqueología, sino que desde su descubrimiento se convirtió rápidamente en uno de los destinos obligados del “Grand tour”, dejando una huella relevante en la llamada “literatura de viajes”. De esta forma, Pompeya y el volcán Vesubio pasaron a ser protagonistas recurrentes de los diarios de muchos escritores de diversidad de nacionalidades, entre las que se encuentra la española. De esos autores, hemos querido centrar nuestra atención en los relatos ofrecidos por tres autores canarios, porque queremos analizar si el hecho de proceder de un territorio vinculado a erupciones volcánicas pudo condicionar o definir de alguna manera el desarrollo de sus narraciones.
Palabras clave: Pompeya, Vesubio, Viera y Clavijo, Pérez Galdós, Verdugo Bartlet
Abstract |
The attraction of the ruins of the Roman city of Pompeii has not been limited solely to the field of archaeology, but since its discovery it has quickly become one of the must-see destinations on the “Grand Tour”, leaving a significant mark on the so-called “Travel Literature”. Thus, Pompeii and the volcano Vesuvius became recurrent protagonists in the diaries of many writers of different nationalities, including Spain. Among these authors, we have chosen to focus our attention on the stories offered by three Canarian authors because we want to analyze whether the fact of coming from a territory linked to volcanic eruptions could have conditioned or defined in some way the development of their narratives.
Keywords: Pompeii, Vesuvius, Viera y Clavijo, Pérez Galdós, Verdugo Bartlet
Résumé |
L’attrait des ruines de la ville romaine de Pompéi ne s’est pas limité au domaine de l’archéologie. Depuis sa découverte, elle est rapidement devenue l’une des destinations incontournables du « Grand Tour », laissant une trace significative dans ce que l’on appelle la « littérature de voyage ». Ainsi, Pompéi et le volcan Vésuve sont devenus des protagonistes récurrents dans les journaux intimes de nombreux écrivains de différentes nationalités, y compris l’Espagne. Parmi ces auteurs, nous avons concentré notre attention sur les récits de trois auteurs canariens, car nous voulons analyser si le fait de provenir d’un territoire lié aux éruptions volcaniques a pu conditionner ou définir d'une manière ou d’une autre le développement de leurs récits.
Mots-clés : Pompéi, Vésuve, Viera y Clavijo, Pérez Galdós, Verdugo Bartlet
1. Introducción: la literatura de viajes en España. El viaje a Italia
La aparición a lo largo de los siglos XVII-XIX del fenómeno del “Grand Tour” provocó como efecto colateral el desarrollo de una literatura propia, definida por la manera en la que los viajeros reflejaron por escrito las experiencias vividas durante la travesía. Surge así el género de los libros de viaje, en los que la visita a Italia ocupó un protagonismo particular entre los diferentes autores. La península itálica era el destino ineludible en estos trayectos y en torno a ella se escribían diarios de viaje que han dejado su huella en el seno de la literatura inglesa, francesa, alemana, holandesa y, por supuesto, española (Arbillaga Guerrero, 2014, p. 240). Como ha señalado Gómez de la Serna (1974, pp. 79-80), las tipologías de estos escritos son variadas, predominando los de tipo científico-naturalista, los artísticos y los literario-sociológicos.[1] En la literatura española, de la misma forma, abunda esta clase de escritos y, durante los siglos XVIII al XX, encontramos una gran cantidad de ejemplos que han sido analizados con bastante rigor hasta el momento (Arbillaga Guerrero, 2005; Bas Martín, 2007; Roussel Zuazu, 2010; Alburquerque-García, 2011; Ferrús Antón, 2013). De manera particular, la visita a Pompeya es un capítulo obligatoriamente presente en todos ellos. Estos relatos son un documento fundamental tanto para analizar el progreso de las excavaciones iniciadas en 1748 como para conocer las impresiones que las ruinas y el entorno del Vesubio provocaban en los viajeros españoles que, desde el último cuarto del siglo XVIII, empezaron a acudir de forma recurrente (Romero Recio, 2010, 2012).
Dentro de estos ejemplos, hemos querido estudiar unos casos que presentan la particularidad de provenir de la pluma de tres escritores canarios: José de Viera y Clavijo (1731-1813), en el siglo XVIII; Benito Pérez Galdós (1843-1920), en el siglo XIX, y Manuel Verdugo Bartlet (1877-1951), en el siglo XX. La elección no se debe a un interés de estudio localista, sino a que nos parecía oportuno tratar de buscar en las páginas de sus “viajes a Italia” cómo queda reflejada no solo la impresión de las ruinas de Pompeya —cosa que ya se ha hecho con acierto (Romero Recio, 2013)—, sino las referencias a un paisaje volcánico que tiene bastantes paralelismos con la realidad insular canaria. Todavía conservamos en la retina la transformación que puede producir en la conformación de un territorio la irrupción repentina de un volcán, como sucedió en la isla de La Palma hace casi tres años. Consideramos que para nuestros tres autores, cada uno en su tiempo y con sus particularidades, llegar a Pompeya y ponerse a la sombra del Vesubio debió evocarles de alguna forma un entorno reconocible que, para el resto de los viajeros, podía parecer completamente novedoso. Pretendemos analizar en las siguientes páginas cómo se refleja esta cuestión en tres pasajes concretos, y si es posible identificar en los relatos algún elemento que podamos vincular con las vivencias experimentadas por estos escritores en sus entornos de procedencia.
2. El viaje de José de Viera y Clavijo a Italia
Resulta algo llamativo que, en medio de la enorme producción literaria y científica de Viera y Clavijo, su Extracto de los apuntes del Diario de mi viaje desde Madrid a Italia y Alemania tuviera que esperar hasta el año 1849 (36 años después de su muerte) para que fuera publicado como parte de la colección “Biblioteca Isleña” en un volumen que recogía, además, su estancia en Francia y Flandes y una recopilación de sus Cartas Familiares. El contexto de los viajes que le llevaron por tierras peninsulares primero y, luego, por media Europa, se sitúa en su etapa como preceptor de D. Francisco de Silva-Bazán y Fernández de la Cueva, marqués del Viso (1757-1779) y, tras su muerte, acompañando al padre de aquel, D. José Joaquín de Silva-Bazán y Sarmiento, marqués de Santa Cruz (1734-1802), y al hermano D. Pedro de Silva y Sarmiento (1742-1808). En concreto, el viaje que llevó a nuestro autor a Italia se produjo entre los años 1780 y 1781. Dentro del espíritu ilustrado de Viera; y en consonancia con el afán divulgador del momento, aquellos viajes fueron plasmados en tres diarios que son un reflejo fiel de la idea que se tenía en el siglo XVIII del valor instructivo de los viajes (Galván González, 2013), al mismo tiempo que manifiestan las propias inquietudes personales e intelectuales de nuestro ilustrado canario (Galván González, 1996, p. 665; Albiac Blanco, 2014). El propio autor ya había adelantado parte de la experiencia vivida en este desplazamiento a través de las cartas que enviaba a sus familiares y conocidos durante el trayecto. Vemos, en un extracto de la que escribe desde Nápoles en septiembre de 1780 al canario Antonio Porlier, marqués de Bajamar (1722-1813), cómo alterna el afán descriptivo con la vivencia personal (de Viera y Clavijo, 1849b, p. X):
En Portici las célebres excavaciones de la antigua ciudad de Herculano, y el singular e incomparable museo, donde se han depositado las grandes preciosidades que de ella se han extraído. Más allá de Portici la otra resucitada Ciudad de Pompeya objeto el más curioso y admirable que puede verse, pues verdaderamente lo es el pasearse por las calles de un pueblo según existían ahora 1600 años, entrar en sus casas, alcobas, baños, triclinios, hogares, bodegas, terrados: registrar sus templos, sus plazuelas, tiendas, cárceles, quintas y jardines, observar sus adornos, utensilios, manera de alojarse.
De la detallada descripción que Viera va haciendo de los lugares, personajes y costumbres por donde transita, vamos a centrar nuestra atención en su visita al lugar que en ese momento empezaba a convertirse en la principal atracción “turística”: las ruinas de Pompeya. El impacto que la ciudad recién “redescubierta”, y en plena fase de exploración arqueológica, ha dejado en Viera y en autores de su tiempo ya ha sido estudiado con anterioridad y poco nuevo podemos aportar al respecto (Gómez de la Serna, 1974, p. 90; Romero Recio, 2013; Alburquerque-García, 2014, p. 49; Fabbri, 2018). Como hemos planteado en nuestra hipótesis, lo que queremos buscar es qué huella ha producido en este autor el enfrentarse desde su procedencia insular volcánica con un paisaje como el pompeyano, que ha sido reflejo de la devastación que puede llegar a provocar una erupción.
Desde las primeras líneas que dedica en su diario a la preparación del viaje a Pompeya, Viera hace referencia directa al protagonismo del Vesubio en la zona y su histórica erupción. Son varios los párrafos en los que se aparta de la descripción de las calles y edificios de la ciudad para referirse a la “catástrofe” y a la situación de sepultamiento en la que quedó sumida: “el espectáculo de esta ciudad sepultada 17 siglos bajo la lava del Vesubio” (de Viera y Clavijo, 1849a, p. 132). Sin embargo, lo que resulta particularmente llamativo es el interés enciclopédico que Viera dedica a las características de la lava vesubiana en el siguiente excurso (de Viera y Clavijo, 1849a, p. 132):
La lava que sepultó esta Ciudad es una masa compacta de cenizas obscuras, bituminosas y vitrificadas en parte, siendo de notar, que no se han encontrado sino pocos esqueletos humanos, lo que manifiesta que fue cayendo aquella materia tan poco a poco, que los moradores tuvieron tiempo de escapar, pero al mismo paso, se echa de ver que era tan ardiente que tostó todas las materias y utensilios.
No debe extrañarnos la información particular que aporta, pues es conocido su interés por la geología, y en particular por la geomorfología y el origen de los volcanes y terremotos. No en vano, en su magna obra Noticias de la Historia General de las Islas de Canaria (1776), desarrolla pasajes enteros describiendo las erupciones históricas de Canarias, con particular interés las del Teide, volcán de la isla de Tenerife. No descartamos que la contemplación de las ruinas de Pompeya evocara a nuestro arcediano los pasajes que dedicó a la erupción producida en el año 1706 en la ciudad tinerfeña de Garachico, que arrasó con más de la mitad del perímetro urbano y que llevó a que más adelante fuera descrita por varios autores como “la Pompeya Canaria”:[2]
Pero estaba reservado para un volcán el consumar la obra de su ruina, a que, por decirlo así, habían conspirado los elementos. El día 5 de mayo de 1706 reventó por la cima del alto risco y corriendo arrebatadamente sobre el pueblo aquel feroz torrente de peñas y materia encendida en dos brazos trastornaba y reducía todo a cenizas. Un brazo tupió el puerto, retirando el mar y dejando sólo un caletón incómodo, aun para los vasos pequeños. Otro abrasó la iglesia parroquial, el convento de San Francisco, el monasterio de Santa Clara y toda la calle de arriba, donde estaban los edificios más suntuosos, de que se conservan nobles fragmentos. (de Viera y Clavijo, 2016, p. 663)
Se echa en falta en su viaje la subida al Vesubio, pero, de los tres textos que estamos estudiando, posiblemente el suyo sea el más breve en duración y en extensión literaria. El conocimiento de Viera sobre la geomorfología se refleja en la descripción de la tipología de la lava del Vesubio, de la misma manera que en su Diccionario de Historia Natural (escrito en 1799) describe hasta 14 tipologías de lava que ha identificado en las islas (García Cruz, 2018, p. 7). La experiencia que maneja sobre el fenómeno volcánico le permite valorar el proceso progresivo de sedimentación de la “piedra pómez colorada” (de Viera y Clavijo, 1866, p. 131), que está en el origen de la ausencia de una gran cantidad de víctimas producidas por la erupción. Aquí nuestro autor se adelanta a desmontar la imagen violenta y destructiva que, a través de las páginas de la novela de Edward Bulwer-Lytton (1803-1873), The Last Days of Pompeii (1834), tanto influyó en los viajeros y escritores de buena parte de los siglos XIX y XX (Romero Recio, 2015, pp. 122-123).
En cualquier caso, lo que se transmite a través de las pocas páginas que Viera dedica a Pompeya y el Vesubio es un conocimiento de primera mano de la parte geológica y un manejo de la información clásica tradicional en relación con la historia de la erupción. Al mismo tiempo, es un testimonio relevante para conocer el primer estadio de las excavaciones que habían empezado treinta años antes de la visita de nuestro ilustrado.
3. El viaje de Benito Pérez Galdós a Italia
No debe resultar extraño que, entre la variedad de géneros que Galdós desarrolló durante su larga carrera, también abordara la literatura de viajes. Si bien esta faceta ha recibido una atención variada por parte de quienes han analizado su obra,[3] el propio autor inicia sus relatos viajeros narrando las experiencias vividas en su primer desplazamiento desde Canarias a Madrid y que fueron publicadas en su Viaje de Impresiones en 1864.[4] Quedaba reflejada ya ahí su idea de lo que significaban los viajes para él: “el placer de los placeres que se llama viaje” (Romero Tobar, 2020, p. 43). Curiosamente, la publicación de sus diarios de viajes se adaptó al formato que habían conocido los inicios literarios de Galdós, ya que fueron apareciendo a manera de cartas enviadas a diferentes diarios nacionales o extranjeros que las iban editando a medida que llegaban. Es el caso de su sección “Crónica de la Semana” en el periódico La Nación durante los años 1865-1868, donde aparecen sus primeras impresiones sobre los lugares que va conociendo de la geografía peninsular. Será aquí también donde curiosamente encontremos su primera referencia literaria al poder destructivo del Vesubio al contar un incendio sucedido en Madrid:
[…] jugaban con fuego, haciendo que el más aterrador de los hijos de la naturaleza, el que vive de la destrucción, el cómplice de todas las demoliciones, el que tan terrible lenguaje habló a Pompeya por boca del Vesubio, el incendiador de bosques, de templos y de naves […]. (Pérez Galdós, 1865)
Sus impresiones de Toledo y Cantabria son recogidas en la Revista de España (1870; 1876-1877) y en La Tertulia (1876-1877), al igual que va a pasar con el viaje que nos ocupa, el que lo lleva a Italia, que se publicó como cartas al director en el diario argentino La Prensa (noviembre de 1888 y enero de 1889). Algo parecido hará con su viaje a Inglaterra, que aparece primero en La Prensa (1889-1890) y luego en el periódico madrileño El Imparcial (1894). La recopilación de todas estas vivencias fue posteriormente editada por Alberto Ghiraldo tras la muerte de Galdós bajo el título de Viajes y fantasías (1928) y posteriormente se fueron integrando en sus Obras Completas en el cajón de “Miscelanea” (Castaño Navarro, 1991, p. 37).
En Viaje a Italia (1888), que es la más extensa de sus obras de esta temática, Galdós no se limita a hacer un mero diario de viaje, sino que ya con cierta madurez convierte sus epístolas —curiosamente no escritas in situ, sino enviadas a la vuelta de Roma (Navarro González, 1990, p. 140)— en un ejercicio de reflexión sobre la realidad contemporánea de Italia o su cultura y refleja, además, su profundo conocimiento sobre la historia pasada y reciente de ese territorio. En los ocho capítulos que integran este libro, Galdós se aleja de la mera descripción para profundizar en lo que se ha descrito como “voracidad de observador de la realidad social, moral y política contemporánea” (Carbonell, 2008, p. 83), al tiempo que no descuida hacer referencia a los datos recopilados en la preparación y transcurso de su viaje (González, 2015, p. 545).
Galdós hace alarde en su narración de esta amplia documentación que ha hecho con antelación al viaje, gracias a lo cual sabemos que ha consultado la guía de moda del momento, la Baedeker,[5] que era mencionada por todos los viajeros que la utilizaban. En la guía podemos encontrar una profusa contextualización histórica de la ciudad, que nuestro autor complementa con citas eruditas de Plinio o Dion Casio (Romero Recio, 2010, p. 303) y aportando además referencias a la historia española vinculada con Nápoles y el territorio. Los sentimientos de Galdós en Pompeya son encontrados, pues alterna el sobrecogimiento que le producen las ruinas y la evocación de la catástrofe con una cierta alegría que le despierta la ciudad:
A pesar de ser un sepulcro desocupado, Pompeya no es lúgubre. No sé si en todos los viajeros producirá la misma impresión; pero a mí me pareció una ciudad relativamente alegre en medio del silencio misterioso que en ella reina. Hay trozos que no parecen ruinas, más bien semejan edificios en construcción, interrumpidos por haberse declarado en huelga los arquitectos, aparejadores y albañiles. (Pérez Galdós, 1928, p. 152)
Al igual que en el relato de Viera y Clavijo, nuestro autor también dedica desde el comienzo un excurso a describir la erupción del año 79. Sin entrar en grandes detalles, se acoge a la fecha tradicional de situar la catástrofe el 24 de agosto y describe el fenómeno en los términos que ya aportaron las fuentes clásicas:
[…] lanzando sobre aquella parte gran cantidad de cenizas y lavas, sepultó enteramente la ciudad, borrándola, digámoslo así, de la haz de la tierra. Hubo primero una lluvia de escorias ardientes que se elevó a dos metros y medio sobre las calles; a esto siguió la lluvia de cenizas, que aumentó dos metros más. La mayor parte de los habitantes pudieron escapar embarcándose en la cercana playa. Se calculó en 2.000 el número de los que perecieron en la huida. En las últimas excavaciones se han encontrado 116 cadáveres de personas y algunos de perros y caballos. (Pérez Galdós, 1928, p. 148)
Aunque Galdós ha dejado constancia en otros escritos de la influencia que en él tuvo la novela de Bulwer-Lytton (Romero Recio, 2010, p. 304; García Saleh, 2013), y su evocación aparecerá en las referencias de algunos personajes, sin embargo, huye del tremendismo en la descripción de la erupción. Pero sí que nos llama la atención que, en este capítulo de su viaje centrado en la ciudad de Pompeya, solo aparezca mencionado una vez el Vesubio, puesto que sin él no se puede entender el paisaje que describe. Parece que todo el interés por el volcán se ha quedado en la visita que le ha dedicado el día anterior y que, en sus Memorias de un desmemoriado, publicadas por entregas en el diario La Esfera en el año 1915, recordaba con cierta excitación: “Entrada ya la noche llegábamos al termino de nuestro viaje, y de pronto, por la ventanilla del tren, vimos sobre el horizonte una intensa llamarada. Tras un breve momento de estupor, mi compañero y yo exclamamos: ‘¡El Vesubio! ¡El Vesubio!’” (Pérez Galdós, 1930, p. 125).
La descripción del volcán, por tanto, no está vinculada exclusivamente con la destrucción de Pompeya, Herculano y Stabia, sino con la región de Nápoles al considerarlo “el alma, digámoslo así, de aquella hermosa porción de tierra” (Pérez Galdós, 1928, p. 141). A partir de este momento, ofrece una visión muy detallada del paisaje volcánico que está presenciando, en que destaca la incidencia permanente de la actividad del Vesubio, que aún se encuentra en activo:
Toda la comarca tiene un carácter plutónico, con ráfagas de infierno, siendo de notar con cuánto vigor aparece y se desarrolla la vida entre tantas cenizas, y la vegetación espléndida. […] De trecho en trecho los surcos de lava endurecida interrumpen el verdor lozano del paisaje. Parecen olas de un líquido negro y metálico que se ha petrificado en el momento de mayor agitación. Se ven extrañas formas que parecen escorzos humanos, cabezas expresivas, miembros en tensión dolorosa, figuras semejantes a las que nos ofrecen las movibles nubes (Pérez Galdós, 1928, pp. 142-143).
A ojos de un canario que se ha criado en un territorio definido por los paisajes volcánicos, y cuya infancia se encuentra íntimamente vinculada a sus excursiones por la Caldera de Bandama, que él llamaba “su volcán”,[6] este paisaje no le supone una novedad. Sin embargo, Galdós se está poniendo en el lugar de sus lectores para transmitirles la impresión que produce el cráter del Vesubio, que, a diferencia de los vistos en su juventud, se encuentra en actividad:
El verlo de cerca, aproximándose a su cavidad espantosa y atravesándolo rápidamente por la cuerda del arco, es obra de un instante breve. El horroroso calor y el peligro del sitio exigen que el paso por el arco del cráter dure poco más del tiempo de un abrir y cerrar de ojos. Es una visión momentánea nada más; obra de segundos; pero las impresiones de este momento son tales, que por siempre quedan grabadas en la memoria. (Pérez Galdós, 1928, pp. 144-145)
Termina su recorrido Galdós visiblemente afectado por la experiencia: “Por fin esta visión sublime y terrorífica se concluye, porque huimos de ella anhelando volver a la vida normal” (Pérez Galdós, 1928, p. 145). Sin embargo, es curioso que, cuando evoque este efecto en sus propias memorias, relativice la impresión vivida, limitándose a contraponer la relevancia de Pompeya y el Vesubio a lo que representan los pintores y escultores españoles. Además, no duda en valorar el volcán español de referencia: “las Canarias, con su famoso Teide, que también es un señor volcán” (Pérez Galdós, 1930, p. 140).
4. El viaje de Manuel Verdugo Bartlet a Italia
Aunque la identificación como canario de Verdugo no está determinada por su lugar de nacimiento, el hecho de que su familia fuera originaria de las islas y que eligiese Tenerife como lugar permanente de residencia al licenciarse del ejército lo han convertido en un poeta canario más, quedando como anécdota su nacimiento en Manila en 1877.
De los tres autores que estamos analizando, este es quien menor reconocimiento ha alcanzado por su obra, siendo esta, además, mucho más limitada en cuanto a su variedad estilística, centrada principalmente en la poesía y el teatro. Paralelamente a esto, tanto en su etapa militar como civil, Manuel Verdugo realizó varios viajes (Portugal, Bélgica, Francia) y llegó a residir durante un año en el sur de Italia (Alonso, 1955, pp. 18-19). Fruto de estos desplazamientos y de la experiencia vital acumulada, vieron la luz en formato periodístico unos artículos que él tituló “Fragmento del diario íntimo de un viaje”, publicados en dos partes en la revista La Ilustración Española y Americana (30 de noviembre y 8 de diciembre de 1918). Diez años más tarde los publicó en la editorial de la revista Hespérides de Santa Cruz de Tenerife bajo el título Fragmento del diario de un viaje (Pompeya, Nápoles, Capri), reeditado en facsímil en 1993. No queda claro si lo que recoge Verdugo en este diario corresponde a unas memorias de su estancia en Nápoles durante el año 1906 o si se trata de un viaje más reciente al sur de Italia,[7] pues la narración comienza de forma atemporal situándolo ya en las puertas de Pompeya: “Estoy sentado en una mesa del Hotel Suisse, frente a la puerta por donde muy pronto he de penetrar en Pompeya” (Verdugo Bartlet, 1993, p. 7). Lo que resulta evidente es que su contacto con las ruinas del Vesubio y su interés particular por todo lo relacionado con la cultura clásica han dejado una huella rastreable en su producción literaria:
Espíritu adorable de tu esplendor remoto;
bellísimo fantasma que en el silencio pena
y llora solitario mirando el tirso roto,
ciñendo la marchita corona de verbena.
¡Pompeya!... ¡Cómo adoro su remembranza triste,
su inmensa Raz medrosa de tumba profanada!
¡Qué doloroso anhelo por lo que ya no existe
despiertan esas ruinas de majestad sagrada. (Verdugo Bartlet, 1989, pp. 51-52)
El relato de Verdugo es el más extenso de los tres analizados y, posiblemente, el que trasluce un mayor alarde literario, pues el autor transita entre el estilo descriptivo adoptado por Viera, Galdós y tantos otros y el diálogo que establece con un supuesto joven cicerone que le permite introducir perlas eruditas que aligeran la narración. En cualquier caso, nuestro autor transmite un profundo conocimiento del lugar y de la cultura clásica,[8] que se evidencia en las referencias permanentes a los lugares, los momentos o, incluso al avance de las excavaciones. Particular interés le ofrece el procedimiento introducido por Fiorelli de los vaciados en yeso de las víctimas: “por medio tan sencillo obtuvo vaciados perfectos, que son una de las mayores curiosidades para el que visita estos contornos” (Verdugo Bartlet, 1993, p. 49).
En relación con el tema que estamos analizando, el Vesubio y la erupción volcánica son elementos que están permanentemente presentes en su relato. Verdugo se traslada con la imaginación a “plenas calendas del mes de septiembre del año 832” (Verdugo Bartlet, 1993, p. 10) para describir el proceso eruptivo, deteniéndose en los fenómenos sísmicos precedentes. Pero lo que realmente llama la atención es el párrafo completo que dedica a explicar las diferencias entre el tipo de cenizas que cubrieron Pompeya y Herculano y son las causantes del diferente estado de conservación de ambas ciudades:
Esto que a primera vista parece extraño, tiene una explicación sencillísima: Herculano fue enterrado por lodo volcánico que llegó a alcanzar hasta 20 metros sobre el nivel de los edificios más elevados. Este lodo volcánico, al endurecerse —hoy día tiene casi la dureza del basalto, de ahí la dificultad de desterrar a Herculano— conservó la soberbia ciudad con todo cuanto en ella encerraba, como bajo una coraza protectora. Pompeya fue enterrada por la lluvia de piedra pómez (lapilli) y cenizas calientes del volcán; numerosos incendios la devoraron, y destruyeron cuanto en ella era combustible. (Verdugo Bartlet, 1993, pp. 30-31)
Aunque la referencia parece evocar en parte la descripción de Plinio en su carta XX a Tácito, Verdugo se detiene a distinguir las distintas fases eruptivas aportando conocimientos que no hemos encontrado en la página que la guía Baedeker dedica a describir los “Volcanic Phenomena” (Baedeker, 1887, p. 123).[9] Es un elemento que no estaba presente en el relato de Galdós y que en Viera quedaba limitado a la mera descripción morfológica de los tipos de lava. Aquí se está manifestando un conocimiento más profundo del objeto de su visita, resultado posiblemente de su estancia de mayor duración en la región. Esto no es óbice para que también Verdugo se vea contaminado por la influencia que en el imaginario colectivo produjo la lectura de Bulwer-Lytton (Romero Recio, 2010, p. 324), al esperar encontrar a los personajes de su novela en los espacios que va visitando de la ciudad.
A pesar de la presencia constante del Vesubio en su relato, Verdugo finaliza su visita a Pompeya sin plantearse una subida como la que pudimos encontrar en el relato de Galdós. La imagen que nos transmite de las ruinas de la ciudad, empero, sigue estando plenamente mediatizada por el fenómeno eruptivo al que hace referencia en varias ocasiones a lo largo de su relato.
5. Conclusiones
Los tres relatos que hemos abordado presentan varios elementos que establecen una conexión interna. Emanan de la pluma de tres autores de procedencia o vinculación canaria, lo que, si bien no limita su capacidad creativa, sí condiciona en parte su acercamiento a la realidad que estamos analizando. Cada uno ofrece una descripción personalista del entorno de Pompeya y el Vesubio que nos sirven como referencia para reconocer el impacto que en los siglos XVIII, XIX y XX producía este paisaje en las sensibilidades de los literatos que se acercaban a ella. En ningún caso se trata de excepciones, pues, como hemos indicado, existe una amplia literatura en España cuya temática es el viaje a Italia y, concretamente, a Pompeya. Pero lo que hemos querido analizar con nuestro estudio es el particular interés que traslucen en estas tres descripciones los elementos volcánicos que complementan el paisaje pompeyano.
Teniendo como referencia sus experiencias personales determinadas por el entorno insular canario —recordemos que Viera pasó buena parte de su vida a las sombras del Teide en La Laguna, al igual que Verdugo, mientras que Galdós pasó parte de su infancia jugando por las laderas volcánicas de la Caldera de Bandama en Gran Canaria—, pensaríamos que esas vivencias estarían presentes de forma más explícita en sus escritos sobre Pompeya y el Vesubio. Sin embargo, no encontramos comparaciones directas a lo largo de las páginas de sus “Viajes”. Por una parte, podemos suponer que no está en su interés dirigirse a un público lector que no tiene conocimiento directo de la realidad canaria en ninguno de los tres momentos históricos en los que están escribiendo nuestros autores. Salvo la referencia tardía de Galdós al Teide, parece que no tienen en mente trasladar la realidad canaria a la que están presenciando.
No obstante, sí que existe un elemento que atrae su atención de forma recurrente y que, entendemos, es reflejo del paisaje que tienen interiorizado: el efecto que la lava produce sobre el entorno. Hemos visto cómo todos dedican particular interés en describir los tipos de lava y el efecto que esta provoca sobre el medio donde se depositan. No es una novedad exclusiva de ellos, pero sí queremos destacar la naturalidad con la que este elemento aparece incorporado a sus relatos. Viera lo integra como un dato enciclopédico; Galdós transmite entusiasmo al describir paisajes ya transitados y Verdugo se detiene en señalar el distinto efecto que la lava puede tener sobre el paisaje. Si comparamos estas descripciones con el sobrecogimiento que provoca el Vesubio en 1794 en Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) y, en 1844, en el Duque de Rivas, Ángel de Saavedra (1791-1865), o la sobrexcitación que encontramos en las páginas del diario de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), escrito en 1859, podemos señalar que en nuestros tres autores su encuentro con el paisaje volcánico del entorno de Pompeya y la presencia del Vesubio están claramente condicionados por la imagen que sus recuerdos presentan los paisajes cotidianos de las islas Canarias.
[1] Otra clasificación más esquemática la encontramos en Alburquerque-García (2014, pp. 39-44).
[2] “Hoy, se hace difícil imaginarnos cómo era la Pompeya de Canarias en 1706”, cfr. Tarquis Rodríguez (1974, p. 102). También en esta línea: Darias Padrón (1931, p. 36) y Cioranescu (1966, p. 7).
[3] Castaño Navarro (1991); Romero Tobar (2020, p. 41).
[4] Este título fue impuesto por los editores de la obra, pues Galdós la había titulado Una Noche a bordo.
[5] Galdós habría tenido en sus manos la Tercera Parte de la Guía Italy. Handbook for Travellers. Southern Italy and Sicily, publicada en Londres un año antes de su viaje a Italia y que consta en su biblioteca personal (de la Nuez y Martínez, 1990).
[6] “Benito Pérez Galdós a los diez años de edad se sentaba también aquí, a la vuelta de sus emocionantes excursiones. Volvía casi siempre de trepar por el volcán de la Caldera la que llamaba ‘su volcán’, no tanto por estar enclavado en la extensa propiedad de sus padres, sino porque desde allá arriba, desde el pico, descubría un mundo inagotable para su fantasía. Sus ojos debieron de acostumbrarse rápidamente en aquellas alturas a unir en un mismo paisaje las arenas lejanas de las playas de Gando con la vega distante de Santa Brígida, en la que ya brotan los castaños” (de la Torre, 1964, p. 238).
[7] Romero Recio (2019, p. 90) señala que Verdugo realizó el viaje en 1918, año de su publicación en la prensa madrileña. Sin embargo, esto no aparece señalado por las pocas biografías que se han publicado al respecto. Más bien parece que estas páginas de Verdugo, al igual que ocurre en sus poemas dedicados a Nápoles y Pompeya, publicados en su libro Estelas (1922), tienen una composición establecida entre los años 1909-1916 (Alonso, 1955, p. 53).
[8] Los comentaristas de la obra de Verdugo han resaltado la profunda admiración que el poeta sentía por Grecia y Roma y cómo está presente de forma explícita en buena parte de su obra. Para profundizar en este aspecto, cfr. Suárez Robaina (1992), Martínez Hernández (1996-1997), Santana Henríquez y Lázaro García (2017-2018).
[9] Curiosamente, Verdugo comienza su relato criticando la excesiva dependencia que los turistas tienen de su guía de viajes: “Mi monóculo se siente irresistiblemente atraído por las gafas de una inglesa solitaria, cuarentona, que come pulcramente, dirigiendo miradas de miope a su Baedeker, el cual mantiene abierto apoyado en un vaso […] Lo peor es que cuando salga de Pompeya sabrá lo que ha visto pero sin haber visto nada… No es una paradoja. Esos turistas, más atentos a las indicaciones de La Guía que a los paisajes y a los monumentos, concluyen por no guardar ninguna impresión personal, y en vez de recorrer el mundo procederían cuerdamente quedándose en sus casas” (Verdugo Bartlet, 1993, pp. 7-8). Pero el autor reconoce más adelante que también posee una Baedeker (1993, p. 16). A pesar de ello, ofrece asimismo un juicio severo hacia el fenómeno turístico a principios del siglo XX. Queda reflejada aquí su postura de enamorado de la cultura clásica, para quien pisar Pompeya le proporcionaba “un extraño placer vagando por los rincones más apartados de la ciudad muerta” (1993, p. 11).
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Agradecimientos
Este artículo se ha realizado en el marco del Proyecto I+D+i “La Antigüedad modernizada: Grecia y Roma al servicio de la idea de civilización, orden y progreso en España y Latinoamérica”, PID2021-123745NB-I00, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033 y FEDER.
Nota sobre el autor
Israel Campos Méndez es Profesor Titular de Historia Antigua en Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Su línea de investigación se ha centrado en el estudio del fenómeno religioso en la Antigüedad. Sin embargo, desde hace dos años ha formado parte del proyecto de investigación titulado “La Antigüedad modernizada: Grecia y Roma al servicio de la idea de civilización, orden y progreso en España y Latinoamérica”, donde ha analizado la huella dejada por la Antigüedad Clásica en Canarias a través de la literatura, la historia y la cultura. Fruto de este trabajo son varias comunicaciones presentadas en congresos y la coordinación de un seminario sobre “Recepción Clásica” celebrado en la ULPGC.
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