Philologica Canariensia

Revista de Filología de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria

20 (2014), pp. 169-178

eISSN: 2386-8635

DOI: https://doi.org/10.20420/PhilCan.2014.0027 

 

 

GERMÁN SANTANA HENRÍQUEZ (ED.), Y las letras encontraron su asiento: Mujer y literatura, Madrid, Ediciones Clásicas, 2011, 306 pp. ISBN: 84-7882-729-3.



Engloba este volumen las nueve conferencias pronunciadas en el Seminario homónimo celebrado en Arucas entre el 25 y el 29 de octubre de 2010. La obra se abre con una nota preliminar del editor donde explica las circunstancias de la composición de la obra, su estructura y su temática, e incluye un breve resumen de cada trabajo. El hilo conductor de estas contribuciones es la relación entre la mujer y la literatura, tratada desde diferentes puntos de vista.

Tres de estas conferencias están dedicadas al tratamiento que las mujeres reciben en una o varias obras literarias. En la primera de ellas, “Aproximación al universo femenino de Terenci Moix: Cleopatra en No digas que fue un sueño” (pp. 43-64), María de la Luz García Fleitas analiza el tratamiento que recibe la reina de Egipto en la obra más famosa de un gran egitomaníaco como es Terenci Moix. La autora comienza mencionando algunas de las obras que ya desde la época de Octavio han ofrecido una imagen distorsionada de Cleopatra como femme fatale, sustentada en fundamentos misóginos y xenófobos. La mitificación de Cleopatra viene dada por el énfasis de una sola faceta, la sexualmente activa, y con su novela Terenci Moix busca revindicar esta figura como mujer superior. A continuación, García Fleitas analiza los mecanismos que el autor catalán utiliza para lograr su objetivo: los tópicos egiptomaníacos que la conforman como mito y las oposiciones binarias que protagoniza. En primer lugar, el tópico de Cleopatra como mujer promiscua y sexualmente insaciable, imagen que nos llega ya desde autores latinos como Propercio o Plinio, y que Terenci Moix refleja en su obra al poner en boca de los personajes romanos epítetos como el de “prostituta” o “ramera”; sin embargo, el novelista justifica su actitud, haciendo ver que responde tanto al desesperado intento por recordar a Marco Antonio como a la necesidad de velar por su hijo; es decir, humaniza su figura. El segundo tópico que se estudia es el de Cleopatra como reina que antepone los intereses de Egipto al amor de Marco Antonio y que se muestra activa en el ámbito político, lo que la masculiniza. Por último, se trata la controversia sobre la belleza de la reina, a quien algunos autores antiguos presentan como la más bella de las mujeres, mientras que las representaciones artísticas que nos han llegado la muestran alejada de nuestro canon de belleza. Esa belleza misteriosa de la egipcia es también recogida en la novela. Pasando ya a las oposiciones binarias (mujer perversa–mujer respetable, hombremujer y Oriente–Occidente), se analiza cómo Moix logra en todas ellas difuminar la frontera entre los elementos opuestos. Así, en la dicotomía Octavia (serena, sumisa y respetuosa) –Cleopatra (activa, ostentosa y manipuladora), el catalán aúna ambos elementos al otorgarle a Cleopatra el papel de madre. En la oposición hombre-mujer, las dos mujeres aparecen unidas en un mismo bloque, como mujeres abandonadas, frente a Antonio, al que se muestra como un hombre cruel y violento; con todo, al final de la novela la mujer adquiere un papel preponderante y Moix logra difuminar la línea divisoria entre ambos mediante la feminización de Antonio, que representa el papel pasivo frente al activo de Cleopatra. En la última oposición, en la que Cleopatra representa el mundo oriental frente al mundo occidental encarnado por Octavio y Octavia, el punto de unión vuelve a ser Antonio, ya que aun siendo romano muestra una actitud filo-oriental y pasa parte de su vida con Cleopatra. En definitiva, mediante este minucioso estudio García Fleitas deja patente que el hecho de que Moix refleje los tópicos vinculados a la figura de Cleopatra se debe a un mecanismo de captatio, pues su verdadero deseo es el de “destruir el mito por medio del mito”, reivindicando la figura de Cleopatra a través de un proceso de humanización.

Por su parte, el artículo de Germán Santana Henríquez y Luis Miguel Rodríguez Díaz, “Las distintas mujeres de Eurípides: de Hécuba, reina de Troya, a la hechicera Medea” (pp.163-198), se centra en heroínas trágicas. Son doce las tragedias con nombre femenino de Eurípides, autor cuya posición ante la mujer ha sido muy discutida: mientras unos lo tachan de misógino, otros lo consideran un feminista defensor de la lucha por la emancipación de la mujer. Los autores comienzan con una introducción sobre esta divergencia, llegando a la conclusión de que si Eurípides se centró en las figuras femeninas fue porque descubrió en ellas unas enormes posibilidades poéticas y trágicas. A continuación se pasa revista al tratamiento que el tragediógrafo dio a estas protagonistas, paradigma del género femenino de todos los tiempos e instrumentos para tratar los más diversos temas. Encontramos a mujeres vengativas, como Medea, que encarna a la mujer humillada que antepone la pasión y la venganza a la razón, o Electra, que siente un profundo odio hacia su madre y su amante. Muy diferentes a ambas son Alcestis e Ifigenia, mujeres altruistas que ofrecen su vida para salvar a su esposo, la primera, o por amor a su padre y a su patria, la segunda. Por su parte, Andrómaca, Hécuba y Las Troyanas nos muestran la suerte de las mujeres de Ilión una vez acabada la guerra: la esclavitud, el concubinato, el odio que suscitan entre las esposas legítimas, la muerte de sus seres queridos y, en definitiva, su sufrimiento inhumano. También al ciclo troyano pertenece Helena, a la que Eurípides presenta como modelo de castidad. En el ciclo mítico de Eteocles y Polinices se encuadran Las Fenicias, donde se trata el conflicto entre ambos hermanos, y Las Suplicantes, sobre las madres e hijos de los Siete contra Tebas. El artículo se completa con un estudio de Las Bacantes.

Victoria Galván González, por último, realiza en “El tratamiento de la mujer en las novelas de Eduardo López Bago” (pp. 83-117) un estudio sobre el universo femenino de este naturalista radical. Tras una introducción sobre el papel que López Bago jugó en la estética del Naturalismo radical en España, se comenta la posición central que en la literatura naturalista y la novela médico-social ocupó la mujer, sometida a leyes deterministas y proclive a la prostitución, el adulterio y otras prácticas socialmente poco homologables. Reformar y regenerar la moral femenina se convierte pues en el objetivo de este tipo de literatura. A continuación se analizan los métodos que, dentro de esta corriente reformadora y regeneradora, utilizó López Bago para retratar a las mujeres contemporáneas a través de los personajes de sus novelas. Concretamente, la autora se centra en las novelas de la tetralogía La Prostituta y de la trilogía La mujer honrada. Se analizan los factores que López Bago presenta como determinantes del comportamiento de cada mujer y condicionantes de su trayectoria vital: la clase social a la que pertenece, el ambiente familiar, la posición ante el matrimonio y el cuidado del hogar, la educación o la situación económica. Junto a estos factores variables, el autor deja ver que la mujer, por razones biológicas, siente una mayor dependencia del cuerpo que el hombre, lo que también condiciona su comportamiento y temperamento. Todo ello es tratado con una actitud tremendista, dando lugar a novelas centradas en la prostitución, la lujuria, el adulterio, la avaricia, la hipocresía… vicios corporales y desvíos emocionales que solo el discurso médico puede curar, al ser insuficiente la moral religiosa. Otros trabajos se centran, de diferente manera, en mujeres intelectuales que se sublevaron contra los dictámenes de la sociedad de su tiempo, que reducían el papel de la mujer al cuidado del hogar, y/o en obras literarias a las que, por estar escritas por mujeres, no se ha prestado la suficiente atención. Así, Mónica Martínez Sariego, “Por amor al estudio: la vocación intelectual de la mujer en la literatura” (pp.119-161), analiza, a través de las figuras de la papisa Juana, Heloísa y Sor Juana Inés de la Cruz, las vías que utilizaron las mujeres para acceder al mundo intelectual durante la Edad Media y los Siglos de Oro. Comienza el artículo con un repaso a la posición de la mujer en el ámbito cultural a lo largo de los siglos. Pasajes de Lope de Vega o Calderón de la Barca, así como varios refranes populares, sirven para ilustrar el ideal femenino que ha predominado hasta hace muy poco: la mujer debe dedicarse al cuidado de la casa y su formación debe ir, por tanto, encaminada a la administración del ámbito doméstico. Tras este apartado introductorio, la autora se centra en las tres vías que las mujeres han utilizado históricamente para dedicarse a la actividad intelectual, el disfraz masculino, la tutela de un preceptor y el ingreso en la vida conventual, pasando luego a centrarse en las tres figuras femeninas objeto de análisis que, de una manera u otra, se sirven de estos recursos. Basándose en fuentes literarias, ya sean las obras de las propias protagonistas, los testimonios de otros autores o recreaciones literarias sobre ellas, Martínez Sariego presenta en primer lugar una semblanza de estas mujeres “enamoradas del estudio”, para extraer después las características que comparten, a pesar de la distancia temporal y espacial. La papisa Juana, cuya autenticidad histórica se cuestiona, habría vivido en el s. XI, alcanzando el papado bajo una apariencia masculina, como recoge su principal fuente el Chronicon Pontificum et Imperatorum de Martinus Polonus. Junto a este testimonio, la autora se sirve de la recreación que de su vida hace D. W. Cross para analizar su figura. Para la biografía de Heloísa (s. XII), famosa por sus amores con Abelardo, su preceptor, y que acabó recluida en un convento, utiliza fundamentalmente la Historia calamitatum de su amante y las cartas atribuidas a ella misma. Por último, la monja mexicana, Sor Juana Inés de la Cruz, dejó varias obras directa o indirectamente autobiográficas que permiten hacerse una idea de su “amor al estudio”. Todo este acervo literario permite a la autora identificar los cuatro rasgos comunes a estas mujeres: el intenso deseo de saber, la incomprensión por parte de la sociedad, la superioridad intelectual y el renombre académico, y el deseo de independencia. La autora deja la puerta abierta a nuevos y deseables estudios sobre la vida de otras mujeres que permitan seguir indagando en “los avatares de la mujer con vocación intelectual en la literatura y en la historia de la cultura en general” (p.157).

También el artículo de Juan Jesús Páez Martín, “La mujer narradora en la posguerra española: antecedentes” (pp. 199-227), toca el tema de la minusvaloración de la mujer en la cultura, y más concretamente en la literatura, y su lucha por poder dedicarse al estudio y no únicamente a labores domésticas. El autor busca reivindicar y divulgar la obra de las mujeres novelistas españolas desde principios del s. XX hasta el tardofranquismo, como antecesoras de la eclosión de mujeres narradoras que se produjo en la década de los 80 y 90 y perdura hasta nuestros días. Las novelas de autoras como Carmen de Burgos, “Colombine” (1867-1931), o Concha Espina (1877-1955), anticiparon una serie de temas que serán muy frecuentes en la producción de sus sucesoras, como la militancia y el antibelicismo, en el caso de la primera, y la persistencia en el realismo y las experiencias vividas, en el caso de la segunda. Las dos representantes femeninas de la generación del 27, Mª Teresa León y Rosa Chacel, profundizaron en el campo de la biografía novelada de personajes históricos y literarios, y la autobiografía, género muy utilizado por las autoras españolas. Tras la Guerra Civil el número de mujeres narradoras aumenta considerablemente. En las obras de estas novelistas, comenta el autor, pueden observarse muchas veces temáticas no tratadas habitualmente en la literatura escrita por hombres, como el descontento, provocado en muchos casos por las enormes diferencias existentes entre hombres y mujeres en su acercamiento al amor y el mundo de la pareja y en las responsabilidades que la maternidad o la propia feminidad conlleva, temas presentados a menudo con bastante crudeza. A mediados de siglo, autoras como Ana María Matute o Carmen Martín Gaite explotaron el tema de la experiencia vivida, especialmente los años de infancia y adolescencia. Junto a estas autoras más conocidas se comenta en este artículo la obra de narradoras de la posguerra franquista caídas en el olvido: Elena Quiroga, Josefina Rodríguez de Aldecoa o Dolores Medio, cuyas protagonistas luchan por encontrar el verdadero sentido de sus vidas, tema que también se repetirá en novelistas posteriores. El autor termina instando a la revisión, el análisis, el conocimiento y la lectura de estas obras, apasionadas y vivenciales, que han contribuido a la riqueza de la narrativa femenina española contemporánea y “donde más hemos apreciado una temática tan grata como la de la búsqueda de la felicidad” (p. 227).

Por su parte, Marcos Martínez Hernández ofrece en su artículo “Mujeres literatas en la Grecia antigua” (pp. 261-306) una completa recopilación, con abundante bibliografía, de las escritoras conocidas de la Grecia antigua, clasificadas según el género literario en el que se enmarcan. El autor comienza con unos apartes introductorios sobre el auge de los estudios sobre mujeres en los últimos años y pone en situación al lector ofreciendo una visión general de la situación de la mujer en la cultura y la sociedad griega. Su papel se desarrollaba, al igual que en otros períodos de la historia comentados en otras ponencias del seminario, en la casa, sin participación en la vida política y cultural. No obstante, hubo algunas mujeres que lograron hacerse un hueco en el mundo literario. Como ya hemos señalado, Martínez Hernández clasifica a las mujeres literatas en diversas categorías. En primer lugar, las mujeres dedicadas a la música. El autor distingue entre músicas mitológicas, como las sirenas, las ninfas, etc.; mujeres que, según las fuentes clásicas, sobresalieron en el campo de la música y la poesía, y heteras y flautistas, encargadas de amenizar los banquetes. Un segundo apartado está dedicado a las no pocas mujeres filósofas que se conocen, ordenadas en función de su escuela. A diferencia de lo que ocurre en el campo de la filosofía, el número de historiadoras conocidas es muy escaso, lo cual se atribuye a su exclusión social. También hay lugar en esta clasificación para la literatura erótica, en la que se engloban las escritoras, fundamentalmente poetisas, que escribieron composiciones amorosas y pornográficas. El siguiente apartado reúne a las escritoras dedicadas a géneros literarios menores: máximas, ciencia, cosmética, deportes, gramáticas y medicina. Finalmente, se presenta el apartado que engloba al mayor número de escritoras, el de las mujeres poetas, tema ya tratado por el mismo autor en otra ocasión (como él mismo señala en la introducción de este artículo). Dentro de este apartado encontramos a poetisas míticas y prehoméricas, algunas de las cuales, como Dafne, habrían inspirado a Homero; poetisas oraculares y adivinas; poetisas del canon, compuesto por nueve mujeres históricas representantes de la poesía griega femenina, como Corina o Safo; poetisas fuera del canon pero de las que existe alguna noticia y fragmentos de sus poemas, y poetisas, en fin, desconocidas, de las que únicamente sabemos el nombre.

Rosa Sierra del Molino, “Hipatia y la cerrazón del Cristianismo: de la libertad y amor a la verdad o “el arte de vivir” (pp. 65-82), ofrece un interesante retrato de Hipatia, conocida fundamentalmente por su cruel asesinato a manos de los cristianos, que provocó que su excelente intelecto y su virtud quedasen relegados a un segundo plano. Sierra del Molino reconstruye la vida de esta filósofa neoplatónica de Alejandría, que vivió entre los siglos IV y V, a partir de los diferentes testimonios que nos han llegado, fundamentalmente las obras de su discípulo Sinesio de Cirene, del neoplatónico Damascio o del obispo Juan de Nikiu. Hipatia, que llegó a ser la directora de la Escuela Neoplatónica de Alejandría, no se dedicó únicamente al estudio y la enseñanza de la filosofía, sino que destacó también en el campo de la ciencia matemática y, sobre todo, de la astronomía. La autora destaca la importancia que tuvo en la educación de Hipatia su padre, Teón, dedicado igualmente al estudio de estas tres ciencias, que se convirtió en el instructor de su hija. Igual que en el caso de nuestra protagonista, otras mujeres de la Antigüedad, según recoge Sierra del Molino, vieron potenciado y revalorizado su talento gracias al respaldo de una figura masculina, como la filósofa contemporánea a Hipatia, Asclepigenia. Igualmente se resaltan sus grandes dotes políticas y elevados principios, así como su castidad y sofrosyne. Acaba el artículo con las diferentes hipótesis sobre las causas que motivaron su asesinato y la descripción del mismo que nos han transmitido las fuentes, para terminar recalcando las cualidades de esta gran mujer que dan nombre al artículo: su amor a la “libertad” y la “verdad”, que provocó que todos admirasen su “arte de vivir”.

María Henríquez Betancor, en “Introducción a la escritura autobiográfica de mujeres en el siglo XX: retos, cambios y reivindicaciones” (pp. 11-42), analiza, a partir de tres ejemplos concretos, las innovaciones que han introducido las mujeres en el género autobiográfico en el último siglo. Tras explicar la dificultad que entraña ofrecer una definición de un género literario tan variado como el autobiográfico, la autora dedica un apartado a Philippe Lejeune, quien en 1975 escribe El pacto autobiográfico, donde señala las características que toda autobiografía debe presentar en mayor o menor medida: debe ser una narración en prosa que trate sobre una vida individual o la historia de una personalidad, cuyo autor se corresponda con el narrador y el personaje principal, y que presente una perspectiva retrospectiva de la narración. A continuación, la autora se centra en la autobiografía de mujeres, cuyo estudio no florece hasta el s. XX, repasando los aspectos de esta que se han analizado durante el pasado siglo de la mano de autores como Jelinek, Stanford Friedman, Jill Johnson o Ángel G. Loureiro; autores que han hecho patente la existencia y la importancia de las mujeres en este género y que han creado una nueva área de debate inexistente hasta la década de los ochenta. Para ejemplificar la aportación de las mujeres a este género, Henríquez Betancor se sirve de las obras de tres mujeres cultural y étnicamente diferentes: Canícula: Snapshots of a Girlhood en la frontera, de la chicana Norma Elía Cantú, No Turning Back: A Hopi Indian Woman´s Struggle to Live in Two Worlds, de Polingaysi Quoyawayma, y Woman Warrior: Memoirs of a Girlhood Among Ghosts, de la autora chino-americana Maxine Hong Kingston. La primera, definida por su autora como una “autobioetnografía fictiva”, y por tanto no del todo real, combina la escritura y la fotografía mediante la descripción de una serie de fotos familiares sin que exista un hilo cronológico. La segunda es una autobiografía colaborativa que trata sobre la vida de Polingaysi Quoyawayma, hopi que abandonó su comunidad indígena para convertirse en norteamericana, redactada por Vada F. Carlson. Por último, Maxine Hong Kingston recrea en cinco capítulos situaciones familiares que contienen recuerdos de su infancia y adolescencia unidos a historias narradas por su madre y su abuela sobre las mujeres de las generaciones precedentes. Con el análisis de estas tres obras, que rompen una o más de las normas canónicas establecidas por Lejeune, Henríquez Betancor hace evidente la continua evolución e innovación del género autobiográfico especialmente, como ella misma señala, “en manos de autoras pertenecientes a minorías étnicas que buscan su visibilidad en el mundo literario” (p. 42).

Por último, Antonio María Martín Rodríguez, “Mujer y literatura: una lectura en clave mitológica de Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire, Tennessee Williams, 1949)” (pp. 229-260), estudia cómo un mito griego protagonizado por una mujer, Filomela, símbolo feminista de la mujer oprimida que se subleva contra el sometimiento masculino, es recreado, consciente o inconcientemente, en un drama de Tennessee Williams de gran éxito, Un tranvía llamado deseo. La primera parte del artículo está dedicada al mito de Filomela. El autor comienza hablando sobre la polisemia de la mitología griega y de cómo esta se refleja en dicho mito: se trata de una historia sugestiva, que ha dado lugar a multitud de recreaciones literarias y artísticas; etiológica, ya que explica el origen del ruiseñor, la golondrina y la abubilla; aleccionadora, pues enseña a no sucumbir a la lujuria, a no dejarse vencer sino salir a flote mediante la ayuda de los demás, etc., y simbólica, pues Filomela se erige como prototipo de mujer sometida que planta cara a su agresor y es capaz de vencerlo con la ayuda de otras mujeres. A continuación presenta un resumen de la versión canónica del mito, la que recoge Ovidio en el libro VI de las Metamorfosis y una reflexión sobre la figura de Filomela como heroína feminista. En una segunda parte se presenta el meollo de la cuestión, la lectura en clave mitológica de Un tranvía llamado Deseo, tomando como subtexto el mito de Filomela. En primer lugar se incluye un resumen del drama, para pasar a considerar si se trata de una reelaboración moderna de este mito. Se trataría de una reelaboración degradante y actualizadora; es decir, buscaría acercar a los personajes a la época contemporánea, convirtiendo los héroes en seres vulgares. Como ejemplo de este tipo de reelaboración se incluye un cuadro muy ilustrativo sobre la versión moderna del mito de Fedra en Deseo bajo los olmos. A continuación, el autor muestra los paralelos existentes entre el mito y el drama que nos ocupan, y los rasgos que invitan a pensar que este es una reelaboración actualizada y degradada de aquél, realizando una comparación, ilustrada a partir de diversos cuadros recapitulativos, del escenario, los personajes y las relaciones entre ellos, así como de los acontecimientos y el orden en que se producen en cada versión. Un último punto está dedicado a la reflexión sobre si Tennessee Williams hizo una recreación consciente del mito de Filomela. Para apoyar esta teoría se aportan algunos argumentos, como que en otras obras de este autor hay también imágenes esenciales en el mito de Filomela, como el ruiseñor, ave en la que se metamorfoseó Filomela, o el acto de asar o, sobre todo, descuartizar a humanos, como lo fue Itis, hijo de Tereo. Por otra parte, sabemos que una de sus lecturas de niño que más le impactó fue Titus Andronicus, donde el mito de Filomela es fundamental, por lo que parece seguro que el autor conocía dicho mito. Asimismo, contamos con una obra suya con título mítico, Orpheus Descending, reelaboración de una obra anterior, Battle of Angels. Con este nuevo título el autor hacía explicita una relación con el mito que anteriormente había estado implícita. Quizá con la obra que aquí se trata no vio la necesidad de hacer explicita dicha relación. Todo ello invita a Martín Rodríguez a pensar que si no fue una reelaboración consciente, el dramaturgo a la hora de componer su obra pudo quizá utilizar, sin saberlo, imágenes de dicho mito que tenía grabadas en su memoria.

Nos encontramos, por tanto, ante una colección de artículos muy enriquecedora, que deja abierta nuevas líneas de investigación para profundizar en el estudio de las obras escritas por mujeres de épocas pasadas que no han recibido la debida atención, en la riqueza e influencia de las protagonistas femeninas de obras de todos los tiempos y, en definitiva, en las aportaciones, encubiertas hasta hace muy poco, de la mujer en todos los aspectos del ámbito literario.


Lidia Martín Adán

Universidad de Sevilla