Philologica Canariensia 23 (2017), pp. 95-96      

eISSN: 2386-8635

DOI: https://doi.org/10.20420/PhilCan.2017.152 

Recibido: 23 de noviembre de 2016; aceptado: 12 de diciembre de 2016

Publicado: 26 de junio de 2017


 

 

Néstor Ponce, El lado bestia de la vida (El asesinato de Néstor K.). Santiago de Chile: Espora Ediciones2016. 251 páginas. ISBN: 978-956-9213-05-2. 


 

 

MARYSE RENAUD

Université de Poitiers

 

  

El reencuentro con personajes ficticios y situaciones pertenecientes a textos anteriores es generalmente para el lector una gran fuente de satisfacción, un placer —deliciosamente juvenil y sabio a la vez— como ya lo mostró en el siglo XIX la moda del folletín y actualmente la de los grandes ciclos narrativos (tanto en literatura como en televisión). La última novela de Néstor Ponce, El lado bestia de la vida (El asesinato de Néstor K.), viene a ser la segunda parte de un ciclo iniciado con Toda la ceguera del mundo (Ediciones B, Colombia). Pero no hace falta haber leído este texto para apreciar el vigor y la implacable precisión denunciatoria de esta ficción llena de fragor y violencia, de furia y resistencia, a caballo entre novela negra y novela de espionaje. Como en este tipo de textos, son sentimientos exacerbados los que mueven la acción: por una parte la frustración y la venganza —en el caso de los patoteros, nostálgicos de la dictadura que se abatió sobre la Argentina de 1976 a 1983; por otra, la lucha por la dignidad y la justicia, emprendida por un equipo solidario, armado por la comisaria Adela Pineda y el honesto comisario Barrionuevo (reintegrado a su cargo por decreto presidencial tras una breve caída en desgracia). 

Pero a diferencia de la clásica novela negra, generalmente compacta y construida en torno a un eje único, El lado bestia de la vida estriba en una sucesión de elementos aparentemente discontinuos cuya vinculación y lógica se irán revelando poco a poco. Buen ejemplo de ello son las páginas liminares en las que salen al escenario de golpe y porrazo el derrotado policía Marcelo Barrionuevo, un enigmático individuo apodado El Lobo, acompañado de su hijo El Lobito, una comisaria de nombre Adela Pineda, voluntariosa y determinada (vaga reminiscencia quizá de la Mariana Pineda de Lorca), un tal Juan Manuel de Armando, profesor jubilado, amigo tanto de fútbol y cultura popular, de aceitunas y maníes, como de lecturas eclécticas (que algún parecido presenta, salvando las distancias, con el mismo novelista).  

Esta discontinuidad crea una sensación de fragmentación, de dispersión y de intriga, tanto más cuanto que afecta no solo a los personajes y las épocas consideradas, sino también a los espacios aludidos, que no dejan de multiplicarse. Así pasamos de la “luminosidad gaseosa” de California al cielo pesado y triste y “las hortensias azules de Bretaña”, antes de encontrarnos confrontados a una Argentina urbana atravesada por ricos efluvios de locro. Es un lector activo, tan minucioso como los mismos investigadores —pronto lo vamos entendiendo—, el que requiere este texto construido deliberadamente como un continuum. De atropellos, desmanes, crímenes y sadismo.

Es el historial de la violencia, del terrorismo de Estado, el que pretende trazar la novela de Néstor Ponce, pero también el de las fallas de las democracias, “no tan democráticas”, como insinúa un personaje; de las democracias vulnerables, capaces en ciertos casos de apartar a sus mejores servidores antes de echarse atrás. Todo parte, de hecho, de una ciudad, antes de desplegarse generosamente el abanico de la barbarie: La Plata, ciudad natal —dicho sea de paso— de Néstor Ponce, que imanta todas sus ficciones y a la que regresa aquí con nostalgia y furor. Centro de combinaciones, tejemanejes, tráfico de drogas, guarida de patoteros, no tarda en echar sus tentáculos, relacionándose con otras ciudades, pequeñas o grandes, ligadas al crimen organizado. En el mundo globalizado que nos da a ver la novela, las violencias también se van internacionalizando. Y puede hablarse, no sin humor, del “triángulo de las Bermudas del crimen” (Argentina, México, Canarias).

También nos permiten orientarnos, en medio de los ramalazos de locura que agitan el texto, los esquemas duales: el chalet de Villa Elisa, por una parte, guarida en la Argentina de patoteros revanchistas (y centro de aventuras trágico-cómicas, casi burlescas, al final de la novela). Por otra, la Villa Sammer, centro operativo en Fuerteventura y reproducción en tierra europea de los tétricos “chupaderos” de la dictadura argentina, en donde naufragaron, literalmente borrados del gran libro de la vida, tantos supuestos “subversivos”. 

Dos hilos narrativos también se entretejen en el texto: la lucha por la justicia del equipo encabezado por la comisaria Adela Pineda, y la aventura íntima, abyecta y emocionante a la vez, de El Lobo, un represor, y El Lobito, un hijo apropiado, secuestrado, que sigue fiel al padre adoptivo hasta la muerte, inficionado por un concepto erróneo del heroísmo. A dos campos opuestos, que se entregan a una lucha despiadada, pertenecen pues estos personajes, siendo el presidente Kirchner a quien pretenden asesinar los nostálgicos de la dictadura. Notemos, sin embargo, que en él no se centra la ficción. Néstor K.: bien podrían referirse igualmente estos dos signos, de modo casi subliminal, lúdicamente, al mismo autor Néstor Ponce, exiliado político, blanco de la dictadura, y al símbolo por antonomasia del político asesinado, Kennedy. 

La referencia al presidente Kirchner no sería, hasta cierto punto, sino un pretexto para desatar la visión abarcadora que, de hecho, constituye el objetivo de la novela. Argentino, desde luego que lo es Néstor Ponce, apasionado polemista, pero también ciudadano del mundo, indignado por las violencias que igual se abaten sobre negros, asiáticos e inmigrantes.

Dos son los amores, inesperados y por lo tanto particularmente sugerentes, que iluminan el texto y matizan el dramatismo de no pocas escenas: el que une al comisario Barrionuevo con la joven Lucero y da pie a una larga, audaz y muy lograda escena erótica, vivificante y relajante, y el que regenera casi milagrosamente a Cristian Pozzi, haciéndole pasar, en una increíble metamorfosis de sabor arltiano, de casfishio sórdido y brutal a enamorado y hasta a policía. El humor, las referencias a la cultura popular, al cine, a la canción, a las técnicas de comunicación moderna, a nuevas formas de solidaridad, habrán permitido por lo menos afrentar serenamente al Mal, al lobo... que siempre está al acecho pero que puede ser vencido. 

 

 

NOTA SOBRE LA AUTORA 

Maryse Renaud es Catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Poitiers, Francia

 

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